Buena parte de los pueblos de la comarca benaventana mantiene la tradición de instalar el mayo con la entrada del mes más florido y hermoso. La fertilidad de los campos se alza en el horizonte evocando este símbolo ancestral, a través de muñecos colocados sobre grandes chopos en plazas y calles céntricas de los pueblos. La tradición manda que los primeros rayos de sol del mes de mayo iluminen los muñecos.

Un mayo o una pareja de ellos se alzan sobre el cielo de estas localidades obligando a que los vecinos eleven a lo alto sus miradas. Un recorrido por los pueblos de los Valles, de la comarca benaventana, consiste en un ejercicio placentero cuya contemplación no resulta ajena al visitante. Para que durante este mes de mayo el totem permanezca izado en las plazas es preciso un ejercicio colectivo en el que ha participado una buena parte de los vecinos.

Luego celebran su azaña con una merienda cena. Es la fecha propicia para que la nueva mocedad, los quintos y quintas, resalten su orgullo de jóvenes con festejos como ocurre en varias localidades de la zona.

En algunos casos, como en el pueblo de Congosta de Vidriales, la tradición obliga a los hacedores del mayo a colocarlo en lugares dificilmente accesibles y bien sujeto con el fin de evitar su robo. En esta localidad, y desde hace años, se viene instalando una pareja de muñecos.

En Coomonte, la complicidad de todo un pueblo se vivía al atardecer del sábado para dejar bien amarrado el muñeco de trapo, bien a la vista de todos los vecinos y de los que atraviesen la localidad. Maire de Castroponce no iba a ser menos porque la sana rivalidad les lleva a instalar uno de los mayos más altos en la zona, al igual que en Burganes de Valverde, en Olmillos o en los pueblos de la Polvorosa, que tampoco son ajenos a esta sana costumbre.

En Valverde, en el Tera, en el Regato, todo es mayo en la comarca. Con signos reivindicativos o de homenaje como en el caso de La Milla de Tera cuya originalidad en los últimos años sorprende al visitante. En esta ocasión sobre la platea, junto a la iglesia, el mayo recuerda a un matrimonio de labradores, a los curtidos trabajadores del campo sobre lomos de un burro acudiendo a la faena de la siega. El atrezzo y atavío no pasa desapercibido y todo el mundo se detiene a contemplarlo.