Obituario

Repique de campanas por Nicanor

Nicanor el último Viernes Santo

Nicanor el último Viernes Santo / L. O. Z.

Carlos Funcia

No son a muerto ni de arrebato las campanas que hoy tañen los querubines entre las nubes, sino de repique: llega un cortejo de blanco y púrpura escoltando a Nicanor, jinete sobre asno que blande la palma blanca, el símbolo de la Victoria de la vida sobre la muerte. Nicanor Fernández ha subido otro escalón y ha pasado a otra vida.

Me lo imagino allá marcando el ritmo como un Libro de Horas, junto con Gabriel y su trompeta anunciando con campanas la inminencia de algo: un concierto en el atrio, una representación en la Alhóndiga, una exhibición en Los Tres Árboles, un partido de fútbol en el Ruta de la Plata, una primavera, una noche de verano junto a las aceñas.

Nicanor ha formado parte del paisaje urbano de Zamora: ha sido uno de esos personajes necesarios en las capitales de provincia que, de no existir, las haría indistinguibles. Su presencia como ‘todero’ en eventos y celebraciones era como la confirmación de que ese algo iba a ocurrir de verdad. Ha sido el aceite que engrasa los goznes de la cotidianeidad, de lo rutinario, que es lo más difícil porque a lo extraordinario ya nos apuntamos todas.

Profundamente enamorado de la tradición se entregó a la Semana Santa de Zamora, tanto que fue durante más de 20 años su primer heraldo, el que abre el alarde con su repique de campanas. Nicanor ha encarnado a uno de los principales símbolos procesionales más acá de la imaginería, las túnicas o los hachones: el Barandales, la singularidad más específica de la Pasión y Pascua zamoranas.

Nicanor ha cambiado de vida haciendo lo que más le gustaba: tocar las campanas, cumplir el sueño de vestir la capa alistana la medianoche del Miércoles Santo, servir a los demás desde su labor como voluntario de Protección Civil: en el terrible verano de 2022, picado ya por el cangrejo, aún se fue a la Sierra de la Culebra a poner su gotita de agua en el pulmón herido de la región. Era positivo y resiliente; no se regodeaba en el dolor: no hay problemas, hay búsqueda de soluciones: el año del Covid sin desfiles tañó las campanas desde el balcón de su casa.

Como algunas de las representaciones en las que participó, sus últimos dos años han sido de un combate sereno contra la enfermedad a la que la ciencia no ha vencido todavía: se agarró a la vida con los que más le gustaba: ahora biopsia, ahora la saya de Capitonis Durii, ahora quimio, ahora yelmo y espada en recreación histórica, ahora cirugía, ahora sonrisa, siempre saludo. Hace unas horas expresaba su preocupación por el futuro de su mujer, Victoria, y de sus hijos, Sheila y Cristian: No habrá problema, Nicanor, quedan tan rodeados de amor como tú lo estabas.