La que fuera una de las voces más populares de la radio zamorana durante una treintena de años, desde mediados del siglo pasado, Charo Borrego, falleció ayer en Madrid y recibirá hoy sepultura en el cementerio de la capital zamorana. Charo Borrego era la segunda de cinco hermanos. El único varón, Santiago, lloraba ayer la marcha de “una muy buena persona, muy cariñosa” y de carácter determinado. “A ella le debo haber cursado Ingeniería de Caminos, me ayudó y me animó”, cuando ella ya trabajaba.

Charo o Charito, como la apelaban muchos de los mayores que crecieron sintonizando la antigua EAJ-72, hoy Radio Zamora, había nacido en un pueblo de Salamanca, Villaseco de los Gamitos. Cuando tenía seis años, sus padres, José y Joaquina se trasladaron a Zamora. Siempre se sintió zamorana de los pies a la cabeza. Estudió hasta el bachillerato y luego hizo estudios de auxiliar de clínica en Salamanca. Pero “no aguanté el contacto con los enfermos, el dolor”, admitía en una entrevista realizada por el escritor Lorenzo Pedrero en LA OPINIÓN DE ZAMORA en 1992, cuando ya llevaba un tiempo apartada de la profesión que la convirtió en uno de los personajes más queridos en aquella época en la que la radio, sin imagen, se convertía en el centro de reunión familiar, en alivio de la soledad, y prestaba alas a los oyentes que se imaginaban, probablemente de una forma muy distante a la realidad, el mundo y el aspecto de aquellos que les hablaban desde el otro lado del aparato.

Su hermano Santiago rememora los tiempos más lejanos, cuando Charo “comía a toda prisa, porque a las dos y media tenía que entrar a trabajar en la emisora”. Por las mañanas trabajaba “primero en Seguros Aurora, que estaba en la plaza de Sagasta y luego también en Concentración Parcelaria. Siempre contó que llegó al mundo radiofónico “por casualidad”. Realizó una prueba al enterarse de que se buscaban locutoras en la emisora zamorana a través de un grupo de la denominada Sección Femenina (organización hermana de Falange abanderada por Pilar Primo de Rivera). Ella decía que la primera lectura ante el micrófono resultó no muy de su gusto: “Leí rápido, nerviosa”. Pero su voz gustó y el recordado Herminio Pérez la llamó para “Teatro en el aire”. La primera representación fue “La venganza de Don Mendo”, una comedia que no resultó fácil “porque en aquella época todo eran en directo y tenías que aguantarte, no te podías reír. Pasábamos muchos apuros”.

Ribadelago

Comenzó de locutora suplente, pero pronto se hizo un hueco, sobre todo, a partir de 1959, poco después de que la presa de Vega de Tera arrasara Ribadelago. “Montamos un programa de muchísima audiencia, muy humano” que se llamó “Servicio de Ayuda”, con el que “conseguimos la colaboración y llamadas de toda España en beneficio de los damnificados”, junto a Vicente Planells, otra leyenda de la radio zamorana con el que compartió muchas retransmisiones de Semana Santa y diversos programas. Con Herminio Pérez también compartió micrófono en “Al amor de la camilla”. Mercedes Caballero, Consuelo Gutiérrez, Carmen de la Cuesta, Luis Cortés, Jesús Pérez, Ramiro Horna, José María Rubio, Molinero, Pepita Fernández o Pepita Carrasco, entre otros, fueron algunos de sus compañeros de fatigas. Daniel Pérez Harina o Pedro Ladoire se suman a un inmenso plantel de unos tiempos muy distintos a los actuales.

Era la época de la “magia de la radio”, donde los oyentes no disponían de Internet y dejaban volar su imaginación, como si imaginaran a los personajes de un libro. “Muchas veces me ha ocurrido, cuando alguno de mis oyentes me ha conocido en persona, que, asombrados me han preguntado si de verdad era Charo Borrego. Yo les contestó: pues sí, ¿les he decepcionado? Y ellos, no, solo que la imaginaba de otra manera. Siempre te imaginan un poco más rubia, un poco más morena, más alta o más baja, pero nunca dicen estar decepcionados”.

A Charo le gustaba aquello de guardar el misterio. En persona era afable y maternal, aunque nunca tuvo hijos. A cambio, “tengo diez sobrinos que son diez maravillas universales”. Elegante y coqueta, siempre vestida y peinada de forma impecable. Mantuvo oculta hasta el final su verdadera edad. En complicidad con ella, en estas líneas tampoco la desvelaremos, si acaso que destapen ese velo que ella siempre quiso tejer sobre el dato de su nacimiento en el texto frío de su esquela.

Estuvo vinculada a mil proyectos. Fue una pionera de la asociación montañera. Cuando se jubiló se entregó a otras causas como la asociación de mujeres Beatriz de Suabia, después Asociación Democrática de Mujeres, vinculada al PP, partido en el que llegó a figurar como suplente en unas elecciones municipales. Pero siempre se mostró consciente de que la vida tiene un momento para cada afán. Dejar la radio tras 33 años no supuso “ningún trauma. Cada cosa tiene su momento y a mí me llegó el mío. También el público se cansa de escuchar siempre la misma voz. Lo asumí y por eso no estoy ociosa o deprimida, porque sigo ocupándome en muchas cosas. Para mí lo que cuenta es el presente”, afirmaba en 1990, apenas unos meses después de su retirada. Fueron muchos todavía los actos públicos en los que participó, incluidas galas y pregones como el de Navidad en el Teatro Principal.

Ardiente defensora de las tradiciones, pertenecía a las hermandades de Jesús de Luz y Vida, La Esperanza y La Soledad, además de La Resurrección y a la Virgen de la Guía, patrona de San Frontis. Involucrada en la recuperación de la vestimenta tradicional, tuvo participación activa en la “Misa Castellana” que se desarrolla durante las fiestas de San Pedro.

Siempre habitó en la casa que era la vivienda familiar en el barrio de la Candelaria. Una casa que tenía también mucho de museo y donde la obra del escultor José Luis Coomonte, padrino de una de sus sobrinas, estaba presente por todas partes, desde la forja de la entrada a la cama donde dormía. Allí también se encuentra una colección de libros que atesoraba junto a obras como un retrato de Ricardo Segundo a su madre, Joaquina.

En la casa familiar vivió hasta hace algunos años con su hermana mayor. Cuando esta falleció, se trasladó a Madrid junto a otra de sus hermanas, Joaquina. Tuvo una vida en la que, según ella, siempre se sintió libre. La muerte le llegó mientras dormía, de forma dulce, sin ese dolor que le abrumó en su época de enfermería.

Hoy será velada en el tanatorio Sever de la capital zamorana, adonde ha sido trasladada. Por la tarde, a las cuatro, será oficiado el funeral en la iglesia de Cristo Rey, su parroquia. Recibirá sepultura en el cementerio de la capital, en el panteón familiar rematado por otra cruz forjada por José Luis Coomonte. Descanse en paz.