En la explanada de la plaza de toros de Las Ventas hay varios monumentos, todos ellos relacionados con el orbe taurino. Las figuras de Antonio Bienvenida, Luis Miguel Dominguín y, sobre todo, la más conocida de José Cubero “Yiyo” centran buena parte de las miradas. Por ahí se arremolinan los “reventas” en las añoradas tardes de San Isidro. Un poco más apartada hay otra figura. Un torero levanta la montera dirigiéndose al doctor Alexander Fleming, el mismo que pasara a la historia por descubrir la penicilina, algo que despejó el panorama al que se enfrentaban muchos matadores cuando ponían su cuerpo en el hule de la enfermería. La escultura muestra del respeto del mundo del toro a la medicina. No puede ser de otra manera en un arte que se empeña en burlar a la muerte seis veces cada tarde.

No se pueden contar las vidas que el descubrimiento de Fleming ha salvado en las plazas de toros de España, Francia y América. Las que ha salvado Enrique Crespo son seguramente menos, pero el cirujano taurino zamorano también ha perdido la cuenta. Crespo ha rescatado de las garras de la parca a matadores, novilleros y aficionados. Sus intervenciones en Ciudad Rodrigo, donde lidera al equipo que atiende a los cogidos en los encierros de Carnaval, son sonadas. Como lo fue la que salvó la vida a Francisco Rivera en Huesca, hace ya seis años. La última hazaña médica del zamorano se vivió el lunes. Manuel Perera, un joven novillero de Badajoz, se tiró a matar o morir. Y solo las manos expertas de Enrique Crespo impidieron que sucediera lo segundo. Cuando Perera y el novillo se separaron el joven torero estaba, literalmente, con las tripas fuera del cuerpo. Una imagen dantesca que sacudió la plaza como un escalofrío.

¿Cómo se puede salvar la vida a alguien que llega en esas condiciones? “Teniendo un buen equipo detrás, dispuesto, en armonía”, asegura Crespo. En la enfermería se vivieron momentos “dramáticos”. Los toreros dicen de estas cornadas que, si se las dan, que sea en Madrid. Siempre hay buenos médicos y los hospitales están cerca. “Una de estas en un pueblo...”. Mejor ni pensarlo. Perera entró al quirófano en shock. “Mirarse el vientre y verse así le hizo desmayarse, perdió el conocimiento antes de que empezáramos a operarle”. Una vez en la camilla “le abrimos y comprobamos que no existía lesión interna. Reconstruimos la cornada y le enviamos al hospital”.

Crespo lo cuenta con tal naturalidad que parece que quebrar a la muerte está al alcance de cualquiera. “Todas las cornadas llevan un componente emocional para los médicos. Hasta que no te haces cargo de la situación y ves que lo controlas se viven momentos muy tensos”, apunta. La operación fue sobre ruedas. Dentro de la gravedad del percance, Manuel Perera está ya en planta en la Clínica del Rosario de Madrid. Visto el parte médico, parece un verdadero milagro. “Herida por cuerno de toro en fosa iliaca izquierda con un trayecto ascendente y hacia fuera de unos 30 centímetros que desgarra musculatura de pared abdominal; otro trayecto hacia arriba y adentro que penetra en cavidad peritoneal con evisceración de asas intestinales y arrancamiento de epiplón, alcanzando una extensión de 40 centímetros, de pronóstico muy grave”. Leído, no es que lo parezca. Es un milagro.

Manuel Perera tiene 19 años, pero no es nuevo en los quirófanos. La del lunes es la cornada más grave que ha sufrido en una plaza de toros, pero también estuvo en riesgo después de sufrir un importante accidente de tráfico. Cuando Manuel Perera entra a una plaza de toros desmonterado no lo hace porque se presente ante la afición, sino porque el accidente le dejó tales lesiones en el cráneo que hacen imposible que toree con montera. Los médicos necesitaron entonces placas de titanio para reconstruirle el cráneo. Pero, aunque no toree con montera, la lleva en la mano. Como la lleva el matador que en la explanada de Las Ventas brinda a Alexander Fleming. Si ese torero fuese Manuel Perera el de la escultura no sería Fleming, sería Enrique Crespo. El seguro de vida de los toreros.