"Si yo no voy a ver a Gaspar durante el confinamiento, estaríamos hablando de una persona completamente abandonada a su suerte". María Aguilar es una de esas zamoranas que no ha dejado de trabajar desde que se desató la crisis del coronavirus. A ella nadie le aplaude. Ni tampoco a sus compañeras. No son consideradas personal sanitario, a pesar de tener una titulación que requiere de un control absoluto sobre el cuerpo humano. De no ser así, las consecuencias para sus usuarios podrían ser devastadoras. Tanto María como sus colegas trabajan día tras día con población de riesgo; única y exclusivamente. Pertenecen a uno de los sectores más expuestos. Pero a ellas no las llaman "superheroínas". En general, no las llaman. Salvo cuando la situación se pone tan complicada que se tienen que hacer cargo de un hogar que no es el suyo y del cuidado de una persona que no es su familia. Aunque, con el tiempo, el lazo puede aproximarse. Son las trabajadoras de la ayuda a domicilio. Un servicio esencial pero, a menudo, poco bien tratado.

El envejecimiento de la provincia de Zamora hace que el servicio de cuidados en el domicilio sea imprescindible para garantizar una vida digna a los mayores. A día de hoy, existen algo más de 4.400 usuarios en todo el territorio que reciben en sus casas a las personas encargadas de su bienestar diario.El

Ayuntamiento de Zamora son los encargados de gestionar estas prestaciones, a pesar de que la competencia es de la Junta de Castilla y León. En tiempos de coronavirus, el control sobre los ancianos debe ser absoluto y ese trabajo recae en los CEAS, cuya labor se ha incrementado en las últimas semanas para tener contacto telefónico y llevar un registro estricto de la situación. El contacto directo, sin embargo, recae en ellas.

Rosana Andrés es la responsable de la sección sindical de la ayuda a domicilio para la Diputación Provincial. Unas 400 trabajadoras se desplazan cada día por los pueblos de Zamora para atender a los mayores que así lo necesiten. "No ha habido reducción de horarios, no ha habido casi reducción de usuarios? Todo sigue igual", reconoce. Las labores que las trabajadoras realizan en cada casa dependen de las necesidades de los propios usuarios. A veces es cuestión de limpieza, otras de hacer la comida, otras de mover a las personas. "Se resume en atención, alguien que les atienda; sin nosotras, muchas personas de esta provincia no podrían salir adelante", comenta la portavoz.

Las trabajadoras de la ayuda a domicilio están muy expuestas. Trabajan en exclusiva con personas de riesgo y el peligro se multiplica, tanto para ellas como para los propios usuarios. "Aunque, en realidad, todo empieza mucho antes de que yo entre por la puerta del señor", explica María. Ella vive en Vista Alegre y tiene que cruzar la ciudad para acudir a su puesto de trabajo. La reivindicación es histórica. La demanda, ahora más que nunca, de justicia. El gremio hace años que reclama incluir el desplazamiento en el horario efectivo de trabajo y contar, además, con cobertura legal para los trayectos.

Cada día, las trabajadoras del servicio acuden a diferentes casas y lo hacen con el mismo material. La misma bata, los mismos guantes, las mismas mascarillas. Al principio, como en todos los sectores, había escasez de equipos de protección y las responsables de acudir a los domicilios tuvieron que ingeniárselas para prevenir del contagio personal y hacia el usuario. "Muchas se han buscado la vida, literalmente, para protegerse y poder proteger a esa persona que visitan y para la que son el único contacto diario", detalla Rosana Andrés. Cabe imaginarse el desgaste mental y emocional que supone visitar tantas casas con el coronavirus en el aire y luego volver a la propia con la familia. "Es muy duro", añade.

La realidad es que, a nivel de cabeza, la situación ha sido realmente complicada. "Al principio, estábamos todas muy intranquilas", explica Teresa, otra de las auxiliares que trabaja en la zona de Sayago. "No sabíamos qué usuarios podían estar contagiados o si éramos nosotras las que tendríamos el virus y se lo podríamos contagiar a los usuarios", añade. Un auténtico "vector de contagio", como lo define Rosana Andrés, que supone una incertidumbre total sobre el trabajo que cada cual debe desempeñar. "Al final, la propia ética profesional se ha impuesto y todas han buscado la manera de protegerse y proteger a los ancianos", afirma la portavoz.

El gremio de la ayuda a domicilio suele ser uno de los más formados de cuantos se dedican a los cuidados con mayores. Entre las trabajadoras abundan auxiliares de enfermería, personas con certificados de profesionalidad otorgados por la Junta y los ayuntamientos, empleadas con cursos y, sobre todo, mucha experiencia a las espaldas. Sin embargo, la formación para enfrentarse al coronavirus ha brillado por su ausencia. A pesar de haberlo solicitado, no ha existido hasta el momento un protocolo unitario para desarrollar las labores y la información va llegando a cuentagotas. Eso, lo complica todo.

A todos estos problemas, además, habría que añadir la pérdida de poder adquisitivo durante la pandemia. "Hay usuarios que, temporalmente, han rescindido el servicio por miedo; otros, lo han tenido que dejar por obligación al haber sido trasladados a hospitales o ponerse en cuarentena. Todo eso significa menos horas y menos dinero", explica la responsable sindical. No obstante, las instituciones zamoranas están valorando la posibilidad de pagar las horas, aunque no se trabajen de manera efectiva.

El gremio pide dignidad. Ni aplausos, ni superheroínas. Al fin y al cabo, trabajan con personas que son la familia de todos los zamoranos. Personas que necesitan personas. "Yo, sigo llamando cada día a uno de mis abuelos; aunque no los veamos, siguen necesitando ayuda", relata Teresa.