La primera parada en el recorrido se realizó en la Plaza de Viriato, en la que aguardaba la imagen de Cristo Resucitado en la puerta del Parador, en un altar erigido por la Junta Pro Semana Santa. Los niños arrojaron parte de los pétalos de sus canastas a la talla, a la que el obispo de la ciudad incensó mientras la custodia del Santísimo permanecía detenida. La comitiva, cerrada por la Banda de Música de Zamora, prosiguió su camino hacia la Plaza Mayor, donde se fueron colocando los niños, La Tarasca y todas las autoridades de las cofradías con sus respectivos pendones y estandartes. La Virgen de la Concha, patrona de la ciudad, presidía la Plaza desde el balcón del Ayuntamiento.

Todos los pendones organizados en torno a la Plaza Mayor se inclinaron al paso del Santísimo, que fue recibido por un aluvión de pétalos de rosa arrojados por los pequeños, que aguardaban la su llegada bajo un sol de justicia y unas temperaturas que rondaban los treinta grados. A la vera del altar, a los pies de la imagen de la Concha, también esperaba gran parte de la corporación municipal, presidida por Rosa Valdeón, que ayer vivió su última celebración del Corpus como alcaldesa de Zamora. Tras la llegada de la comitiva, el obispo agradeció la presencia "a la fiesta del Señor" a los centenares de zamoranos que esperaban en la Plaza buscando los pocos refugios que quedaban a la sombra. Tras la bendición, Martínez Sacristán bajó el Santísimo del altar y recorrió la plaza bajo palio con la custodia, tras lo que la procesión volvió a dirigir sus pasos hacia la Catedral. Más tarde, tras la eucaristía en el salón de plenos y el baile de los gigantes y las gigantillas, la Virgen de la Concha fue trasladada a San Vicente y la Tarasca volvió a su lugar en el Museo Etnográfico.

Por la tarde, los actos de celebración del Corpus Christi -trasladados desde hace años al domingo en lugar de celebrarse en jueves, como era tradicional- culminaron en la Catedral con el rezo de las Segundas Vísperas a las seis de la tarde, una oración que incluyó una pequeña procesión por el claustro del templo y la bendición del Santísimo. Con estos actos, se puso fin a una jornada festiva de la que, a última hora de la tarde, aún podían percibirse rastros de olor a romero y a pétalos de rosa.