"Los burros ocupando los caminos y las ovejas inundando los campos, mientras los cerdos y las cabras campaban a sus anchas". La típica estampa de la provincia de Zamora a principios del siglo pasado sorprendió a viajeras extranjeras que, venidas de lugares tan lejanos y cosmopolitas como Londres o Nueva York, plasmaron sus impresiones en sus diarios personales. Unos relatos muy particulares que ahora se recogen en el libro "Viajeras extranjeras en Castilla La Vieja y León. 1900-1935", de la mano de Región Editorial.

Edith Newbold Jones, nacida en el seno de una familia de la alta burguesía norteamericana, viajó por primera vez a España junto a sus padres en 1866. Casada de conveniencia con un banquero de Boston, desarrolló su afición viajera por todo el continente europeo tras instalarse en Francia. Su paso por Zamora fue el más fugaz de los relatos que recoge el libro. Fascinada por la catedral de León, "con un interior que es pura armonía del gótico temprano", la provincia fue solo un lugar de paso para alcanzar Salamanca. "Salimos de Astorga por la mañana, retrasados por arreglos del coche, y nos llevamos la comida. Comimos al aire libre en un bosque de encinas, casi el único en un extenso trecho de maizales", narra en su libro de viajes. Solo tiene unas palabras para Benavente, donde hicieron parada para contemplar sus iglesias. "Es una ciudad pobre y decadente, en un tostado desierto de árboles", describe la americana.

Más extensa es Phyllis Isabella Gross, artistas, escritora y editora londinense, de padre búlgaro y madre irlandesa, y que llegó a publicar una guía del callejero de su ciudad. Ella descubrió la provincia a través del ferrocarril y junto a su marido Richard Pearsall, también artista, al que abandona durante un viaje a Italia.

Su primera impresión de la capital, al bajar al andén fue de una ciudad "pequeña, muy modernizada ahora". Su ruta por las calles le permitieron admirar "sus iglesias románicas, mientras que la Catedral, que está en un extremo de la ciudad forma un pequeño grupo que recuerda en cierto modo a Pisa", compara la inglesa.

Especial hincapié realiza en sus escritos sobre la seo. "Tiene una hermosa cúpula, gallonada como una naranja pelada. En las esquinas, pequeñas cúpulas coronadas por torrecillas con arcos redondeados", detalla. Sin embargo, lo que más le sorprende son los tapices, "el verdadero tesoro", apunta.

Su viaje continúa en tren, haciendo una parada en Manganeses. "El campo era plano y sin árboles y la tierra estaba arada. Los pueblos eran de barro cocido al sol", recuerda.

Impresionada también por la extensa colección de tapices de la Catedral de Zamora se quedó Alice Cushing Donaldson, oriunda de Illinois. "El sacristán insistió en que debíamos verlos". Una visita que no le defraudó. "Merecen todos los galardones imaginables. Se juzgan entre los más relevantes del siglo XV y las figuras muestran el mismo alargamiento que tanto destaca de la obra de El Greco". Su descripción de la ciudad es certera. "Se trata de una vieja localidad ubicada sobre un cerro escarpado que domina el Duero. Solía ser un bastión fronterizo contra los musulmanes", explica la artista.

Toro se cruzó en su camino cuando iba a Valladolid. "Las calles estaban abarrotadas de personas en ambiente festivo en una población medieval, con una magnífica iglesia del románico más sencillo", reseña, pues su paso coincidió con las fiesta del Corpus Christi.

La edición de este libro rescata de esta manera tan original del olvido a estas autoras, muchas de ellas con obras todavía sin traducir al castellano, con su particular opinión del momento que se vivía en la provincia, frente a frente a castellanos rudos "al pie de las rejas de sus iglesias y entre cuencos de garbanzos" que en los días de fiesta exhibían "su carácter orgulloso" que no dejaba de asombrar a estas viajeras, que terminaron enamoradas de estas tierras.