Mañana es ese día especial para aquellos que creen en la versión más apasionada y romántica del amor y celebran San Valentín como una fecha especial del calendario. Al igual que las madres y los padres tienen su día, los enamorados también disponen de una jornada propia de celebración, la del 14 de febrero, que también en Zamora se vive con corazones de color rojo y mucha intensidad.

Una de las fórmulas elegidas para dejar constancia de las muestras de amor que se ha impuesto con fuerza en los últimos tiempos consiste en colocar un candado junto a un puente con el nombre de los enamorados y tirar la llave al cauce del río. Para disgusto y quebradero de cabeza de muchos responsables municipales de varios países europeos, que se quejan de que esa moda está afeando viaductos históricos, los enamorados dejan constancia de su enlace en forma de cerradura. La idea de colocar los candados, que ya ha causado algún disgusto, como cuando el pasado mes de junio provocaron el hundimiento de una barandilla del Puente de las Artes de París, tiene su origen en una novela italiana de Federico Moccia en la que los protagonistas ponen un candado en un puente de Roma y tiran la llave al río.

Lo que comenzó siendo un relato de ficción se ha convertido en una realidad incomoda para muchos responsables municipales que puestos a ingeniárselas para frenar esta moda han llegado incluso a proponer sustituir los candados por 'selfies' del amor, como han propuesto, con más ingenio que éxito, las autoridades parisinas.

En España, esta moda que se acrecienta en jornadas como la de mañana se ha extendido prácticamente por toda la geografía nacional y no hay ciudad en la que algunos de sus puentes más emblemáticos con barrotes adecuados para colocarlos no luzca algún candado con los nombres de los enamorados y un corazón dibujado en él.

Eso pasa también en Zamora, donde el viaducto preferido por los imitadores de la novela de Moccia es el Puente de Piedra. En marzo del año pasado, el Ayuntamiento aprovechó el repintado y las actuaciones de adecentamiento en el viaducto para retirar los candados existentes, evitando así que su peso llegara a causar problemas mayores en el futuro. En total se quitaron cerca de 400 candados y algún ferretero llegó a frotarse las manos especulando con la posibilidad de poder vender otros tantos cierres con llave si a los que sellaron su amor junto al Duero les daba por repetir el ritual.

Sin embargo, bien sea por concienciación, por no deteriorar la fisonomía del puente románico, por miedo a posibles sanciones municipales o porque las modas son pasajeras, el ritmo de colocación de candados no ha sido tan grande. En los últimos once meses, desde que a mediados de marzo se retiraran los candados del Puente de Piedra hasta el día de ayer, se han colocado un total de 35 candados de otras tantas parejas de enamorados.

La barandilla preferida es la oeste, orientada río abajo, quizá por el romanticismo de las vistas que desde ella se tiene de la muralla, la Catedral, el Puente de los Poetas y el casco histórico de la ciudad. A lo largo de esa baranda ya hay 25 candados de enamorados, mientras que en la del lado este, con vistas al Puente de Hierro, únicamente se contabilizan una decena de sellos de amor con cerradura.

Unas cifras que pueden incrementarse este fin de semana, cuando algunas parejas de tortolitos decidan escribir su nombre, pintar un corazón, poner la fecha de la muestra de amor, cerrar el candado y tirar la llave al río en señal de que se quieren eternamente. O al menos hasta que vuelva a adecentarse el Puente de Piedra o, en el peor de los casos, hasta que alguno de los enamorados regrese para tachar su nombre, a falta de una radial para quitar el candado, al sufrir un desengaño comprobar que lo que iba a ser para toda la vida tenía los días contados. Mientras eso no ocurra, el día de San Valentín seguirá siendo una jornada muy especial.