Tras los muros de la iglesia de Santa María de la Horta los hermanos de las Siete Palabras, una vez concluidos los reencuentros, saludos y parabienes por volver a verse tras un año, escucharon la Palabra de Dios acercada por el obispo de la diócesis de Zamora, Gregorio Martínez Sacristán, como viene siendo habitual, salvo contadas excepciones, desde la función de la penitencial. Además el capellán de la Penitencial, José Alberto Sutil, instó a los hermanos a cumplir uno de los fines de la hermandad dar culto público a la imagen del Cristo de la Expiación al tiempo que les invito a mantener silencio, la oración y decoro durante el recorrido por las calles de la ciudad.

En el exterior decenas y decenas de personas, apostadas tanto en la propia calle del templo como en sus inmediaciones, aguardaban el inicio de la procesión. La apertura de las puertas del templo y la presencia de algunos hermanos impuso el silencio entre los congregados en la calle para instantes después salir la imagen del Cristo de la Expiación o de la Agonía, cargado por los hermanos de paso que seguían las directrices de Luis Martín, quien este Martes Santo contó «con los 16 cargadores titulares».

Salieron los portadores de las Palabras, de los siete crucificados y los tambores. Los hermanos, ellos y ellas unificados bajo los caperuces de la verde pana y la estameña blanca, acompañaron a cada Cristo y a cada Palabra. Solo se oía el ritmo de los tambores y el impacto de los hachones en el suelo.

Emprenden el camino hacia Zapatería y la Plaza Santa Lucía. El desfile avanzaba hacia la cuesta de San Cipriano, plaza de Claudio Moyano, que en tiempos acogió el acto del rezo de las Siete Palabras ahora trasladado a la plaza de Viriato.

El canto de las Siete Palabras, escrito por Irene Guerra y entonado a cuatro voces por parte del coro de la hermandad, precedió al rezo de las Siete Palabras donde el capellán homenajeó al papa Francisco, tal y como hizo en las misas cuaresmales de la penitencial. Con el canto del salmo 114, «O Domine» la penitencial prosiguió hacia la Plaza Mayor, San Andrés para retornar al barrio de la Horta. Corredera, plaza de Santo Tomé, Tenerías... calles por la que el jefe de paso dio la oportunidad de cargar a varios hermanos de la reserva para que se habituaran al peso del Crucificado, tallado en la segunda mitad del siglo XVII, antes de que volver al templo de salida.