Justa Freire estuvo dedicada durante los últimos años de su vida a la conservación y divulgación del legado de Ángel Llorca, además de a sus clases en el Colegio Británico, institución que la recuperó para sí al quedar, más que relegada por el régimen franquista, separada por propia iniciativa, muy desencantada con los métodos que se utilizaban.

Es importante señalar, como refleja María del Mar Pozo Andrés en su libro, que Justa Freire formaba parte al comienzo de su estepa laboral de un grupo de docentes vocacionales, muy bien preparados y con mirada europeísta, que comenzaron sus lecciones en escuelas rurales. Era ella una mujer «ordinaria y extraordinaria a la vez», ya que se dedicó a su tarea, la docencia, pero con tanta pasión que dejó tras de sí unos escritos y una forma de enseñar que ya forman parte de la historia de la educación.

Murió el 15 de julio de 1965 de un cáncer de huesos que la retiró para siempre de su oficio de «maestra nacional», único cargo que rezaba en su esquela.