La puerta de la mezquita de Zamora poco o nada tiene que ver con los arcos de herradura característicos de las construcciones árabes. La entrada al recinto son dos discretos portones de color verde con una inscripción en árabe en cada una de ellas, mal traducida al castellano como «Entrada por hombres» y «Entrada por mujeres».

Una hilera de sandalias descansa junto a la puerta esperando a que termine la oración del mediodía, el Dhuhr, uno de los cinco rezos diarios que todo musulmán debe realizar a diario. En el interior de la sala de oración el aroma del incienso envuelve la estancia pobremente decorada, pero plagada de alfombras, donde una veintena de fieles se prepara para los rezos.

La comunidad musulmana de Zamora vive estos días su segunda semana de Ramadán, el mes en que los creyentes se privan de ingerir alimentos, bebidas o mantener relaciones sexuales entre el amanecer y la puesta de sol.

«En nuestra religión no hay intermediarios entre Dios y nosotros ante los que confesarnos. El Ramadán es la oportunidad de redimir nuestros pecados, disminuyendo nuestras fuerzas para volver al camino recto y reconciliarnos con nuestro creador». Son las palabras de Annas, un joven marroquí nacido en Casablanca que llegó a Zamora siendo un niño y que ahora dirige la asociación que la comunidad musulmana tiene en la ciudad.

Durante el mes de Ramadán la mezquita suele acoger a unos 40 fieles que acuden diariamente al lugar sagrado. Marroquíes, argelinos o egipcios que llegaron a Zamora siguiendo a sus familiares o en busca de una vida mejor como trabajadores de la construcción, la hostelería o la venta ambulante. Pero la crisis ha afectado a los inmigrantes tanto como al resto de la población. «Desde 2008 vienen muchos menos porque la gente se ha ido de la ciudad y otros tantos se han vuelto a sus países».

La primera luna de julio fue el primer día del mes de Ramadán de este año de 1434, según el calendario musulmán, cuyo inicio coincide con el viaje del profeta Mahoma de La Meca a Medina. El Ramadán es uno de los cinco principios del islam, junto a la peregrinación a la ciudad santa, la obligación de dar limosna, la fe inquebrantable en Alá y Mahoma y los cinco rezos diarios.«El Ramadán no es tan estricto como parece», afirma Annas. Niños, ancianos, embarazadas y enfermos están exentos de realizarlo así como quienes consideren que el ayuno es incompatible con su vida, «algo muy frecuente lejos de los países árabes donde la sociedad no comprende nuestras prácticas y el horario laboral es incompatible con ellas».

Y es que los seguidores del islam se quejan de la dificultad de ser aceptados por la cultura occidental debido a que «los medios de comunicación solo destacan sucesos negativos de nuestros países. El 11-M nos hizo mucho daño. La religión no tiene la culpa de lo que una persona haga. Nuestra religión está basada en el Corán -las sagradas escrituras reveladas por Alá al arcángel Gabriel- y la Sunna -interpretación que Mahoma y sus seguidores hicieron de las escrituras -, todo lo demás, no tiene nada que ver con nuestra religión y mucho menos hacer daño al resto».

Para los musulmanes es «haram» -prohibido- todo aquello que pueda dañar a las personas, desde matar, mentir o robar hasta el tabaco, el alcohol, las relaciones sexuales extramatrimoniales o el cerdo «porque su carne es dañina para el cuerpo humano». Por el contrario, es «halal» -alentado por las escrituras- respetar a la familia y ayudar al prójimo».

Uno de los preceptos más polémicos en Occidente es la obligatoriedad de que las mujeres hagan uso del «hiyab», el código de vestimenta en base al cual «la mujer debe de tener la libertad de decidir qué tipo de prenda usa, desde el velo, hasta el burka».

Annas mira hacia la puerta para saludar a los nuevos fieles que llegan a la mezquita. Algunos se lavan allí, otros lo hacen en casa. Muchos se cambian de ropa y se ponen una chilaba por comodidad. Todos se descalzan al entrar para mantener las alfombras limpias. En Zamora no hay imán «porque económicamente no podemos permitírnoslo». Varios voluntarios se turnan para leer el Corán, junto al «mihrab» -la puerta orientada hacia La Meca- mientras los fieles pegan sus cuerpos al suelo para acercarse lo más posible a su creador.