Presidente de la Asociación Tradición y Música Popular

S. Arizaga

Tres millones de las antiguas pesetas costó restaurar, con ayuda del Ayuntamiento de Zamora, los cuatro gigantes y construir unas nuevas gigantillas, presentes en toda fiesta que se precie. La Asociación Tradición y Música Popular es la artífice de tal proyecto. El Turco, La Negra, El Abuelo y Ramón son el resultado de su empeño.

-¿Qué han significado los hallazgos derivados de la última restauración del gigante La Negra?

-La confirmación de lo que suponíamos: Que tenemos en nuestras manos unas cabezas, unos gigantes obra de Ramón Abrantes, de una persona muy querida en Zamora, un escultor de primera línea que será más reconocido con el tiempo. No sé si Zamora le trataba bien o mal, pero Abrantes se quejaba mucho, era amigo personal y se quejaba de que se le quería poco aquí.

-¿Dónde fueron a parar los que construyó en 1885 Ramón Álvarez, a quien se atribuía la autoría de esta figura y sus tres compañeros, El Turco, Ramón y El Abuelo?

-Una vez que Abrantes terminó de realizar los gigantes que ahora tenemos, las cabezas aquellas, que estaban muy deterioradas, los trozos que quedaban cuando se las mandan restaurar, las tiró al río Duero. Siempre lo dijo y ahora se ha confirmado.

-¿Nadie planteó entonces conservar aquellos restos o simplemente era una época en la que se valoraba menos lo antiguo?

-Exactamente, y aquello parece, de todas formas, que estaba viejo. Creo que hubiera merecido la pena conservarlo porque era una creación de Ramón Álvarez, pero no fue así.

-La confusión sobre la autoría de estas populares figuras, ¿procede de la reproducción idéntica que hizo Abrantes sobre las originales de Ramón Álvarez?

-Claro, eso dificultaba saber con exactitud quién era el autor. Verás, siempre se ha intentado hacerlos copiando mucho de los anteriores, a pesar de que en algún momento, según el libro «Los gigantes del Corpus zamorano», de José Andrés Casquero, se paga por peinar y colocar cintas a los gigantes, es decir, el pelo fue natural. Pero lo que está claro es que ni han cambiado de nombre, ni de aspecto excesivamente.

-¿Dónde estaban?

-El Ayuntamiento de Zamora nos los entregó en una nave del barrio de Pinilla derruida. Allí estaban las cabezas, las gigantillas, una maleta de madera grande que contenía parte de la ropa, las manos..., todo eso lo conservamos.

-No faltarían los que pensarían que ustedes eran un grupo de excéntricos recuperando algo que no era tan valioso.

-Los gigantes son auténticos y están en la memoria de los zamoranos, no son cualquier cosa, son patrimonio de la ciudad, esa es su importancia. Cuando en mayo de 1995 los pusimos en la calle por primera vez, la gente lo agradeció, hubo lágrimas entre la gente mayor. Yo recuerdo perfectamente cuando era niño, en los brazos de mi madre o mi padre, que me subían para que agarrara las manos. Me parece que es muy emotivo. La cultura «gigantera» es importante, una de las más antiguas que existen.

-¿Por qué nacen para el Corpus?

-Era la representación del mal que huye ante la presencia del Santísimo, como La Tarasca, de Ramón Álvarez... Un cardenal prohibió los danzantes, músicos, gigantes y zascandiles en la procesión del Corpus. Cuando nosotros conseguimos que el Obispado nos autorice a sacarlos de nuevo, llevaban muchísimo tiempo desaparecidos. Cuando Abrantes los construye de nuevo, en 1954, sólo pueden salir en las fiestas.

-¿Objetivo siguiente?

-Recuperar a Blas y Minga, dos gigantes que estuvieron en la iglesia del Tránsito y que se sacaban a la calle en el Corpus, se colocaban sobre la fachada. Uno estuvo de espantapájaros en el convento; el otro no se sabe el paradero. No hay restos de ninguno, pero hay fotografías, según Florián Ferrero.