«Rosa», una perrita bastante inquieta, «Jacinta» y «Platero», dos burros, o «Triana», una yegua, son algunos de los compañeros de Mateo Rodríguez Blanco en su viaje desde la población cacereña de Santibáñez del Alto hasta Santiago de Compostela.

Este hombre, que trabaja en mundo de la construcción, se embarcó en la «aventura», como él mismo califica a su «peregrinación», con motivo del Año Jacobeo, tras haber recorrido el pasado año Extremadura a través de cañadas reales. Durante estos 1.200 kilómetros, entre la ida y vuelta a su domicilio, este padre de familia reivindica la importancia de la trashumancia, denuncia el abandono del campo y la necesidad de revalorizar los modos de vida de antaño.

Desde un inicio Rodríguez tuvo claro que no quería desembolsar grandes cantidades económicas en su empresa, por lo que tomó la decisión de transportar en varios carros animales y utensilios que le abaratasen el avituallamiento. Así, el primero porta cinco gallinas y un gallo, dos cabras y una pareja de conejos que le han proporcionado sustentado a lo largo del Camino. A ellos se suma «el pienso, herraduras, aparejos, herramientas...». «Voy preparado de una manera muy rudimentaria y sólo llevo lo más imprescindible», certifica. El segundo vehículo lo ha equipado para que haga las veces de su vivienda. Lo ha alargado para poder dormir en él, ha situado una cocina y la falta de nevera la ha suplido «con la leche fresca de la cabra y los huevos que ponen las gallinas», testimonia.

Mateo Rodríguez quiso realizar los 20 kilómetros que realiza a diario a través de caminos, pero «el avance de las infraestructuras me lo ha impedido», dice al tiempo que recuerda que las obras del AVE «incluso me ha obligado a tener que tomar más la carretera».

Su singular caravana, que recuerda a las del Oeste americano si no fuera por los chalecos reflectantes que ha situado en el segundo carro y en el animal que cierra el grupo, llama la atención. «Si hubiera cobrado un euro por cada fotografía que me han hecho, ahora sería rico», bromea Rodríguez que recuerda que unos italianos «cuando me vieron comenzaron a aplaudir». En tono más serio, precisa que en su periplo se ha topado con personas que le ha transmitido «entusiasmo», mientras que otros «pasan y me han mirado como si fuera un bicho raro».

Rodríguez Blanco señala como uno de los puntos más duros de su trayecto, ahora que retorna a Extremadura, «las cuestas de Galicia» y comparte que «subiendo Cebreiro los animales se resbalaban con las herraduras y tuve que sujetar los carros porque se caían». Otro momento de tensión lo vivió en el puerto del Manzanal cuando «la burrita metió la pezuña en un hueco hecho en la carreta y al sacarla intentaba darle otra postura al casco». «Se le enganchaba la herradura y la caravana se me venía encima». «Tuve que coger herramientas y abrir más el boquete para liberar al animal», relata. No obstante, Mateo, con gran optimismo, remarca: «Todo siempre cuadra» y explica. «Cuando ya vas apurado de fuerzas, siempre hay alguien que te ayuda y te encuentras con alguien que te dice dónde puedes hacer noche» o «no llevas pienso y conoces a una persona que te lo facilita de manera desinteresada». «He descubierto que hay humanidad y generosidad, pese a los tiempos que corren» y trae a la conversación la ayuda que le prestaron en Puerto Marín. «Me encontré con un señor que en cuanto me vio me dijo "el del carro, tengo el sitio ideal para ti" y me llevó a un lugar donde había mucho pasto para los animales». Y es que el cacereño ha intentado «parar en los mejores sitios para que pasten los animales».

Desde su salida de Santibáñez del Alto el 7 de julio, la soledad que ha sentido «ha sido pesada, pero también agradable». «Me han acompañado algunos fines de semana mi familia, amigos y, a veces, otros peregrinos». «Ir solo te hace conocer más gente y es más bonita la experiencia», subraya.

Y por fin, tras hacer noche en el Monte do Gozo, llegó a la plaza Obradoiro el pasado 17 de agosto. «Fue una sensación sencilla, el conseguir la meta», dice con una sonrisa cuando sus pasos se acercan cada vez más a Extremadura.

Los kilómetros ya pesan y Mateo Rodríguez atestigua que cuando llegue a su pueblo, «sobre todo descansará» y añade: «Es duro estar tanto tiempo fuera». Pese a todo tiene claro que en el próximo Año Jacobeo repetirá la experiencia, «quizá con mi hija que ahora tiene diez año, y acompañado de un fotógrafo para que «capte cada momento y se publique un libro para que no se caiga en el olvido una forma de vida».