Pueden ser psicólogos, médicos o funcionarios pero al mismo tiempo desarrollan una labor social como misioneros laicos. Tal es el caso de Israel Peralta, un zamorano que comparte sus labores como maestro con las de presidente a nivel nacional de la «Asociación de Misioneros Seglares Vicencianos» (Misevi). Él señala que son muchos los ciudadanos de a pie que «nos buscan porque somos una alternativa distinta para desarrollar su espiritualidad. Como misioneros laicos descubren una manera de entender la vida que no han encontrado en ningún otro lugar».

-¿Algún caso que le haya llamado particularmente la atención?

-Hay muchos pero puedo contar el de un maestro de 56 años que tras toda una vida dedicada a la docencia siente que aún le queda mucho para dar. La alternativa de ser un misionero laico le pareció interesante, se puso en contacto con nosotros y ahora mismo está de misión en Bolivia. Hace poco tuvimos el caso de dos médicos madrileños que sintieron la necesidad de ayudar así que rescindieron sus contratos, vendieron su coche, su casa y partieron hacia Guinea Ecuatorial. Sin embargo, hay que tener en cuenta que no todos los casos son tan drásticos, hay muchas maneras de ayudar.

-¿Por ejemplo?

-Por ejemplo hay socios que sólo participan dando una aportación económica, otros pueden colaborar en programas de formación y sólo unos pocos son los que deciden finalmente dar el salto e ir a una misión. Cada uno decide el momento en que quiere salir, es una decisión personal.

-¿En su caso, cómo surge su vocación?

-Mi vocación surge desde bien pequeño. Cuando la gente me preguntaba ¿qué quieres ser de mayor? Siempre decía misionero. Con el tiempo esto se materializó porque tuve la suerte de crecer en un ambiente religioso, donde me enseñaron a cuidar la espiritualidad. La vida me fue marcando un camino que finalmente me llevó a la misión.

-¿Su primera opción fue ser sacerdote?

-Sí, en un principio me planteé la opción religiosa pero en la comunidad donde yo estaba viviendo mi proceso de fe, que es la de «Juventudes Marianas Vicencianas», había ya misioneros laicos y fue entonces, cuando tenía 20 años, que decidí la opción de dedicar mi vida a la misión como laico y me lancé a la aventura.

-¿Para ese entonces había terminado su carrera?

-Sí, estudié Magisterio en Zamora y Humanidades en Salamanca y al terminar me fui primero a dos experiencias cortas, de dos meses cada una, en Honduras y Mozambique, que me ayudaron a poder discernir si realmente quería ser misionero o no y cuando lo tuve claro partí a Mozambique donde estuve viviendo cinco años en comunidad. Un tiempo antes había conocido a Begoña, mi pareja, y viajamos con un proyecto común para estar en misión juntos.

-¿Qué es lo que más le marcó de su experiencia en África?

-Las ideas preconcebidas se te desmoronan nada más llegar. Primero pasas un periodo de adaptación de un año, hasta que poco a poco te vas acercando a la realidad. Al año y medio te das cuenta de que la integración que vas a poder conseguir en el pueblo nunca va a ser total. Es una aventura poder ir acercándote poco a poco a la gente y a la realidad. Vas descubriendo muchas cosas buenas pero también que existen muchas sombras en la realidad que es urgente y necesario llenar de color. No es justo que vivamos aquí con tanto lujo mientras hay gente que se muere de hambre. Es terrible saber que 25.000 niños mueren al día de enfermedades curables.

-¿Es una experiencia que vale la pena?

-Definitivamente. Es verdad que es mucho trabajo el que se hace pero te anima el saber que es por algo que merece la pena. Llegas al final del día roto de cansancio pero satisfecho por haber hecho algo útil. Aquí la vida es muy vacía y rutinaria. La posibilidad de vivir la experiencia de una misión te da la certeza de que estás en el sitio correcto en el momento adecuado y eso es lo que más te llena.

-¿Cuándo nace Misevi?

-En la Iglesia la experiencia de los misioneros laicos tiene unos 20 años. Pero, fue hace unos ocho años cuando se dan cuenta de que quien les ha enviado a misión es una asociación juvenil, las «Juventudes Marianas Vicencianas» que tiene como objetivo principal formar a los jóvenes en un proceso catecumenal pero cuya opción fundamental no es la misión y, por lo tanto, no garantiza y no cubre todas sus necesidades. Por ello los misioneros laicos se asocian y forman la asociación de «Misioneros Seglares Vicencianos» que es la última rama de la familia vicenciana y cuya función fundamental es fomentar, proteger y cuidar la opción misionera de los laicos.

-¿Al ser laicos no tienen la protección de una congregación religiosa?

-Claro. Imagínate que estás en misiones durante 15 años, al volver a España eres un adulto que tiene en su experiencia laboral cero años de trabajo. Eso actualmente ya está solventado porque hoy en día no hay ningún misionero que se vaya sin cobertura social. Y eso es un gran paso.

-¿Dónde tiene misiones Misevi?

-En Bolivia, donde hay un centro para niños discapacitados. En Honduras los misioneros trabajan con los niños de la calle, con las «maras» o bandas juveniles y en un centro de prevención contra las drogas. En Mozambique tenemos centros educativos que dan atención a 5.000 niños, un hospital para enfermos de sida y un centro de formación profesional. Por último, en Guinea Ecuatorial hemos empezado a trabajar hace pocos meses en una escuela y un internado para niños de escasos recursos.