Puentear Zamora. «Se ha hecho siempre. El poder (sobre todo, el político y el económico) tiene experiencia en pasar de nosotros», podría argüir el irónico. No. Puentear Zamora: Cruzar el río, la avenida, la calle. La ciudad cuenta con una decena de viaductos, estructuras arquitectónicas, plataformas, pasarelas, pasos superiores o elevados que salvan el Duero y las calles urbanas, que llevan de una orilla a otra, de un lado a otro, de un caserío a otro.

Esos muñones, como barcos varados en la mitad de la corriente rumorosa, son algo más que vestigios. Hablan de antigua vida y de comunicación. Hablan del Puente Viejo, junto a las aceñas de Olivares. El actual, el románico del XII-XIII, el de Piedra, es el «pontem novum», refiere la documentación. Arcos apuntados, tajamares, óculos… Así se presenta. Dispuso, no obstante, de dos torres en sus extremos, que fueron destruidas en el año 1905. Contaban con una doble función: Defensiva y recaudatoria. Otras intervenciones, desacertadas, como la eliminación del pretil de piedra, contribuyeron a despojarle de su impronta monumental. A veces no rehabilitamos, no. Remodelamos.

El Puente de Hierro, obra del ingeniero Prudencio Guadalfajara, es un proyecto de 1882, aunque el inicio de las obras se demoró hasta 1892 y la inauguración se efectuó en 1900, según los estudios realizados por el arquitecto Joaquín Hernández Martín. «Favoreció el ensanche de la ciudad por el Este al potenciar el camino de ronda entre las puertas de San Pablo y Santa Ana». Tiene una extensión de 253 metros, con «viga de celosía metálica». La pasarela peatonal data de 1999… También metálico, y próximo al anterior, el Puente del Ferrocarril de la línea férrea Palazuelo-Astorga, construido en 1933.

Una cuarta infraestructura atraviesa el Duero: En la zona de los Tres Árboles. Comunica la ciudad, a través de la autovía de Cardenal Cisneros, con el Sur. Su construcción, con polémica incluida (muchos ciudadanos consideraban que el paso alteraba la tranquilidad de la zona de ocio y recreación), es de anteayer. Nada le singulariza. Arquitectónicamente, nada. La colocación de los antiguos símbolos del burgo (Peromato y La Gobierna) aligera, con su estética histórica, su carácter funcionalmente hirsuto. Otro cruza, «de parte a parte», el viejo Durium. Lo demandaba, qué remedio, la autovía Ruta de la Plata. Después del desplazamiento de cuatro pilares, que los políticos, de acreditada jerga, calificaron como «errores técnicos», entró en funcionamiento ese viaducto interurbano, con 278 metros de longitud, que acerca las vegas de Villagodio y de Villaralbo. Fue hace nada... La ciudad reclama otro puente sobre el río Duradero, tal vez con la firma de arquitecto emblemático o mediático, pero los políticos han gastado muchas energías en dirimir la ubicación, y ahí, y así, estamos. (Como varados). La ciudadanía, con sus plataformas y demandas, ha quedado exhausta de tanta palabrería y de tanto proyecto sin fondos y sin hondura. ¿Tendrá que correr mucha (más) agua? Que sí, también, el futuro prevé un viaducto en la «zona de entrepuentes», entre el barrio de Olivares y el espacio de Los Pelambres. Paciencia. Y salud.

Un paso superior salva la avenida del Cardenal Cisneros a la altura de la calle Libertad. Ayuda al tráfico rodado y, también, a la seguridad peatonal. Es una estructura que se limita a franquear (o solventar) las necesidades urbanas. Igual sucede (más o menos, así es) en otros dos puntos de la misma calle: Paso elevado sobre la vía del ferrocarril, a la altura de la Carretera de la Estación, y paso inferior que une la calle de San Blas con el barrio de La Alberca. Algo similar ocurre en la avenida de Portugal. En esta ocasión, para salvar la calle que comunica la Horta con la Ciudad Deportiva.

Puentear o tender puentes. Esa es, tal vez, la cuestión. Que nos puentean… Tendamos puentes, con ojo vigilante, en toda edad, al futuro… y a las comunicaciones. De lo contrario, nos arrastrará la corriente, que no tiene piedad con los pusilánimes.

Si hay «razones de ser», de existir y pervivir, una de ellas es el río, donde históricamente la ciudad se ha reflejado. Es espejo y aliento. «Cuando el crecimiento urbano sobrepasa el ámbito donde se ha desarrollado originalmente y cruza el río, los puentes establecen el nexo entre una y otra parte de la urbe. No son dos ciudades, sino una», explica Francisco Somoza, arquitecto zamorano. Existen «dos clases de viaductos»: Los puente-calle, que «se convierten en elementos de unión entre barrios de la población», y los puente-infraestructura, «de orden superior», que enlazan las vías que «circunvalan la ciudad y que eluden el tráfico pesado».

La teoría de Somoza Escudero es técnica y filosófica, expresada con una especie de juego de palabras: «La parte de la ciudad que está del otro lado se hallará más de éste cuanto más conectada se encuentre con la opuesta». Y, ante esa visión urbanística, el experto "se moja", no se queda en la orilla: «Yo creo que Zamora necesita varios puentes. Cuantos más disponga, mejor». Atraviesa los viaductos y, en su argumentación, va más allá. Porque la concepción de la metrópoli del futuro, que siempre espera a la puerta, debe considerar la buena conexión de los antiguos «barrios periféricos» con el centro histórico «a través de la dotación de equipamientos, servicios propios». Si la distribución resulta homogénea, los arrabales serán, en ese caso, más ciudad. Dispondrán, en cuanto a las infraestructuras, de «la misma dignidad» que la zona centro. Y el establecimiento de vínculos también equivale, en otro aspecto, a tender puentes.

El arquitecto, con obra importante y galardonada, reflexiona sobre otro aspecto: La empresa comunitaria. El puente, tal asegura, «es una hazaña colectiva». Así califica el hecho de aproximar orillas, vivencias, expresiones. «Construir un puente en una ciudad no es una cosa cualquiera». A veces, ha constituido «una proeza de la ingeniería». Si el autor no se limita a «lo convencional», tentación frecuente, al menos no escasa, el trabajo se plasma como una especie de «gesta». Antes podría decirse: «Hombrada». Ya no. Sería una «machada»: Machismo puro, y quizá duro. Francisco Somoza apunta, con frase que remite a tiempos fundadores de esta Era, que «andar sobre el agua es una forma de milagro». Y, por eso, «hay que aprovechar ese milagro» para que los viaductos futuros «estén en consonancia con los pasos que la ciudad merece». Acaso debería estar prohibido (esto es: No autorizado por unos y no consentido por otros) «levantar un puente vulgar en una ciudad maravillosa». Zamora. Y, por eso mismo, debería «procurarse que los puentes que se hagan sobre el Duero guarden armonía con el río que traspasan, con la urbe que viven, con la historia del burgo» de larga vida.

Y si valoramos el patrimonio histórico-artístico (¿cuánto hay de verdadero, o simplemente de sincero, en esa furia, como arrebatadora, de salvadores del pasado?), porque los foráneos no vendrán a hacer tal cosa, se podía recuperar el Puente de Piedra, «con sus torres, que le daban una razón de ser al viaducto y, además, explicaban muchos contenidos históricos», propone Francisco Somoza. Falta saber cuántos estarían por la labor. Los baluartes fueron derribados, sí, «por una motivación funcional»: La circulación de vehículos de determinadas características. Si se construyese otro viaducto «aguas abajo», que absorbiese el tráfico, y se destinase la plataforma medieval a exclusivo uso peatonal, ¿tal cosa permitiría «algún grado de reconstrucción»?... El arquitecto zamorano considera que «cuantos más puentes tenga la ciudad, más urbe serán las dos partes de la ciudad». No es un jeroglífico. Es que la vida (el pensamiento, el esfuerzo, la cosecha) no puede quedarse en las dos orillas, como islas.

Claudio, Unamuno y Otero cantan al Duero y sus puentes

Si algo tienen el agua cuando la bendicen, es de suponer, ¿qué tendrá el Puente de Piedra cuando tantos poetas lo han cantado? Claudio Rodríguez, tan querencioso del Duradero, ibérico y transfronterizo, hablaba con palabra verdadera: La que es real y, a la vez, simbólica. «Al ruido del Duero», tituló aquel poema cadencioso, como hecho al paso, a la respiración natural. «Pasé el puente y, adiós, dejé atrás todo. / Pero hasta aquí me llega, quitádmelo, estoy siempre / oyendo el ruido aquel…». El ruido: Son, música, canto. «Tú, río de mi tierra, tú, río Duradero». Unamuno, en «Durium-Duero-Douro», texto grabado en piedra soleada, apuntaba en seco, pero recio, castellano: «Zamora de Doña Urraca, / Zamora del Cid mancebo, / sueñan torres con sus ojos / siglos en corriente espejo». El filósofo también sabía de la historia y sus leyendas. Y Blas de Otero, el otro vasco de «Pido la paz y la palabra», tan distinto en su mirada, escribió varios poemas a los puentes y a las aceñas de Zamora. La relectura ratifica su emoción. Aquellas imágenes: «Escribo de memoria / lo que tuve delante de los ojos». (Desde la lejanía, lo que fue vida). De los ojos al corazón. Puentes, puentes, puentes… Por ellos, créase, «lenta y sola, iba mi alma». La suya. Según Otero, que tanto gustaba del ensimismamiento espiritual como de ver el muslamen de las lavanderas, lozanas y rientes. No se perdía ninguna de las visiones. A saber cuál era la más alta para él.