En su equipaje llevaban alimentos, cartas y dinero para algunos de los pequeños saharauis que durante el verano visitan la provincia. En su regreso, cargaron no sólo con las enriquecedoras experiencias de un viaje al mundo saharaui, también con la «tensión» por los momentos vividos frente a un trozo del llamado muro de la vergüenza, una división de arena, piedra y alambre de espino de 2.500 kilómetros levantada por Marruecos para separar el Sáhara Occidental. Los zamoranos María José Royo, Gabino Morezuelas y Pedro Ferrero vivieron «con el corazón en la boca» los instantes previos y posteriores a la explosión de una mina que el pasado Viernes Santo dejó heridos a dos jóvenes saharauis. Lo que había comenzado como una marcha pacífica en protesta por la ocupación marroquí acababa en tragedia.

«Lo vivimos con mucha tensión porque veíamos que iba a suceder algo, nos acababan de informar de que estábamos en una zona minada, pese a que se suponía que estaba descontaminada», relata Gabi Morezuelas. «No es que temiéramos por nuestra integridad, pero estábamos en un sitio en el que en cualquier momento podía pasar algo, además de que estábamos frente a soldados del ejército marroquí y no sabíamos por dónde podían salir los tiros». Los militares no llegaron a atacar pero uno de los jóvenes saharauis pisó una mina que «le voló una pierna». Otro resultó herido en el rostro.

Antes de la explosión, varios saharauis habían «saltado el cordón de seguridad establecido por la organización y comenzado a arrancar las vallas y tirar piedras», en reivindicación de su causa. Sucedió al poco de comenzar la marcha pacífica, que reunió a 2.500 personas, muchas de nacionalidad española. En ese momento, «los saharauis rompieron el status quo establecido desde 1991 acercándose a la valla, pero antes Marruecos incumplió la legalidad, colocando minas prohibidas», en palabras de Morezuelas, que vive junto a su mujer, María José, en Benavente. El otro zamorano, Pedro Ferrero, es de Arrabalde.

El día había sido «duro» ya desde el inicio. Tras levantarse a las cinco de la mañana y soportar el siroco de la zona, los tres montaron en un autobús para desplazarse hacia el lugar de la marcha. «Tuvimos suerte porque otros iban en camión, en la caja». Estuvieron tres horas «dando botes por el desierto» y tragando polvo.

Gabi y María José llevan seis años viajando a los campamentos de refugiados en Argelia para visitar a la familia de los dos pequeños saharauis, hermanos, que han recibido en su casa cada verano desde que se involucraron con la Asociación Zamorana con los Niños del Sáhara. Cuentan que «cuando acoges a un niño saharaui es como si apadrinaras a una familia». De Zamora habían salido con 25 kilos de alimentos para toda la familia de los hermanos Mahmud y Min. También iban como emisarios de otros zamoranos, que les habían entregado quince cartas y un paquete con una pieza de coche. «Nos pasamos tres días viajando de un campamento a otro para entregarlas». Las familias zamoranas acostumbran a enviar de esa manera dinero para aliviar las estrecheces de los saharauis. Allí, los euros los cambian por dinares argelinos para hacer sus compras.

La visita de este año, programada como otras veces por la delegación saharaui que gestiona el programa Vacaciones en Paz, coincidió con la llegada de la caravana de alimentos, entre los que se encontraban los 4.500 kilos donados por la provincia a un pueblo que sufre desde hace 35 años la ocupación marroquí.