La censura no es cosa del franquismo, aunque también. Goza de larga tradición, que va más allá del "Indice" y las lecturas prohibidas. El poder, cualquier poder, acepta la crítica de mala gana. El político, el eclesiástico, el económico... Porque cuestiona una verdad intocable: "Las cosas son así, y no se diga más". "El Correo" sufrió pronto el zarpazo inquisitorial, represor. Se le castigó, con aquella monarquía constitucional, con el cierre de su cabecera del 5 de noviembre al 8 de diciembre de 1900. ¿Silencio? Maximino del Barrio, su director, era hombre de recursos. Seguro que conocía los versos quevedianos, que hablan de no callar aunque silencio se avise o se amenace miedo. Y no se amilanó: el periódico continuó apareciendo en la calle. Eso sí, con otro título. Ahora -durante ese mes- "El Correo de Zamora" se acogía a otra cabecera: "El Eco de Zamora". Nada cambiaba, salvo la mancheta.

Y topó con la República, por unos idealizada (ya será menos) y por otros demonizada (ya será menos). La libertad también padeció en ese periodo. El diario zamorano fue suspendido del 19 al 24 de agosto de 1932, con el Gobierno de Azaña, por aquello de la Sanjurjada, del Golpe (fracasado) del General navarro, más aficionado al "ordeno y mando" que a la obediencia.

Cierto. Hay censuras menos drásticas, pero más dañinas. Algún historiador considera que «la mayor, aunque no se diga, fue la de limitarle el papel en la época del Movimiento. Se le daba a "Imperio" y se le negaba a "El Correo". Este se las veía y se las deseaba». Y se apunta más allá: «era una manera de que no pudiera expansionarse y limitarle frente a la competencia». Juan Aparicio, se indica, «vino a Zamora en febrero de 1942 y determinó acabar con el "Heraldo". Le cargó el periódico y su personal a "El Correo". Eso le originó graves problemas: para cuadrar números, para ajustar plantillas». Y eso hacía tambalear la rentabilidad, siempre precaria, del diario católico. «Esa censura también existió».

El afán inquisitorial, tan antiguo, se empleó a fondo en otros momentos. No gustaban algunas informaciones, y el poder, formalmente democrático o absolutista por la gracia de Dios -uno y oro, con frecuencia, ayunos de autocrítica-, hacía de las suyas: tachaba, multaba, castigaba con el cierre. Ya se sabe que informar con eticidad y leer con ojos atentos tiene sus riesgos. Por lo visto, con este o con aquel régimen político, nunca se libró del hachazo, una veces grosero y otras sibilino. Escribiendo entre líneas o mirando para otro lado.