La Opinión de Zamora

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La traducción como agradecimiento

AGUSTIN GARCIA CALVO EN SU DESPACHO EMILIO FRAILE

«A un libro que me ha acompañado a lo largo de 50 años, no ya floreciendo de vez en cuando entre los otros papelorios de la mesa, sino deshojándose para atrás y para adelante al lado de la ventanilla de los trenes y hasta metiéndose en la cama conmigo muchas veces, se le debía algún agradecimiento por sus servicios». Con estas palabras da cuenta Agustín García Calvo en el prólogo a su “Ilíada” de la razón que le movió a traducir esta larga recua de versos con la que certificamos el nacimiento de nuestra poesía y de toda la Literatura de este lado del mundo, libro del que ya había adelantado traducciones parciales en los años 50, y que consideramos hoy uno de los libros mayores de las traducciones de poesía (y, por tanto, de la poesía misma) del siglo XX en castellano (o en ese griego que él se inventa para que cante Homero en castellano).

En “Poesía antigua (de Homero a Horacio)” reconocía García Calvo que La “Ilíada” de Homero y el “De rerum natura” de Lucrecio (algunos de cuyos tramos se ofrecían en traducción en esa memorable antología) eran los libros más antiguos que traía de cabecera, y ya entonces —hablamos de 1987— manifestó su deseo de traducirlos por entero si se le daba una vejez algo larga y moderadamente inútil para quehaceres más imperiosos. Ambos libros fueron publicados en su traducción completa apenas diez años después. Pero Homero y Lucrecio son sólo dos nombres (por más que grandes nombres) de la nómina de textos traducidos por García Calvo: Jenofonte, Sade, Sófocles, Heráclito, Aristófanes, Plauto, Virgilio, Shakespeare, Valéry, los líricos griegos y latinos, los fragmentos presocráticos, Platón, Brassens… Y seguro que la nómina no es completa. Y en todos los textos traducidos el marchamo revelador de quien traduce y de sus siempre bien declaradas intenciones: convencido García Calvo de que la escritura mata la palabra y la tiene a buen recaudo (convencimiento del que ha dado sobrado juicio de viva voz y en letra muerta durante años), se propone el poeta al traducirla devolverla a los esquemas rítmicos originales con la esperanza de que al regresar la palabra escrita de nuevo a la voz y al aire, pueda ésta llegar a ser de veras y en alguna medida una forma de aliento, una palabra viva.

Y es que frente a la idea desde la que levantan sus versiones algunos traductores de que la poesía es por su propia naturaleza intraducible, ya que las pérdidas originadas en la operación de trasvase son irreparables especialmente en lo tocante al ritmo, considera García Calvo que el ritmo está por fuera de la gramática de las lenguas, y aunque las condiciones prosódicas sean idiomáticas de cada una, las artes métricas se trasladan sin impedimento fundamental de una lengua a otra. Y en esas artes del trasvase de la versificación de los antiguos y modernos ha entretenido nuestro traductor decenas de años de trabajo que vinieron a dar en el “Tratado de rítmica y prosodia y de métrica y versificación”.

Pero la generosidad de este esfuerzo contrasta con el desagradecimiento de los que el poeta llama “los prójimos de mi lengua”. Por desgracia no es nada raro escuchar y leer denuestos acerca de sus traducciones en los que ‘malas’, ‘malsonantes’ y ‘horrísonas’ (pues los pedantes también califican) son los menos venenosos de los calificativos. Recuerdo con especial deleite una reseña en cierto suplemento literario en la que para desacreditar mis propias versiones de Safo se refería a ellas remitiéndolas al magisterio del zamorano en estos términos: “…tiene la disculpa de que el maestro en estas lides, Agustín García Calvo, había previamente destrozado esos versos de la siguiente manera…”.

Sí, la no neutralidad tiene este precio. Pero a muchos nos sigue resultando admirable que haya quien, tras el derroche descomunal de horas, de ingenio y de paciencia que exige una buena traducción, nos la ofrezca como un modesto regalo en agradecimiento a lo dado por el original: “…y la mejor manera de agradecimiento que se me ha ocurrido ha sido éste de hacerlo pasar a la lengua castellana de tal manera que a muchos hablantes que no saben leer el griego antiguo les dé tanto de placer y de riqueza como a mí me ha dado”.

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