Tomen ustedes la carretera de Villalpando y salgan de Zamora; sobrepasen las rotondas que dan acceso a las autovías dirección Valladolid y Bragança y Ruta de la Plata por Salamanca; atraviesen Monfarracinos a no más de 50 por hora, ¡que se la juegan!; disfruten de una amplia y cómoda carretera hasta la desviación de Torres del Carrizal y cójanla respetando por supuesto el Stop; circulen por último hasta la entrada del pueblo. La primera casa a la derecha, visiblemente en obras, sin número pero, eso sí, con el nombre del propietario sobre el portal de entrada, ese es el destino. No se despisten por más que la casa esté en buena parte oculta tras los árboles de la calle y ¡párense!, ¡párense!, tienen ahí mismo fácil aparcamiento y sombra bajo los plataneros que ocultan en buena parte la fachada. Ah, puede que les salgan a recibir dos hermosos canes samoyedo, macho y hembra, todo un elogio a la blancura, pura piel vestida de nieve y algodón. No muerden, se lo aseguro, agradecerán su caricia.

Es a él, a David Cerdera, el propietario que no al inquilino, porque la casa no está habitada, a quien tomo la licencia de presentarles. Toda una aventura en cuanto que yo mismo he empezado a conocerlo al tiempo que lo presento. Soltero, creo que sin compromiso, empleado en un hotel de la capital, carne de Erte, ahora ya en su trabajo, con una larga trayectoria laboral por Cataluña y el País Vasco, constructor en horas libres. El trabajo le permite financiar una obra, que no me duele en describirla de monumental, más cercana a la “domus” romana que a nuestras actuales viviendas.

El constructor (sentado) en su finca junto al autor del artículo, José Álvarez. J. Álvarez

A primera vista la casa en cuestión bien parece finalizada al observar la fachada. Pero no. Si rodean y contemplan los laterales podrán ver los vacíos propios de una obra lejos aún de finalizada. Por el lateral izquierdo podrán acceder al inmueble, la puerta la encontrarán abierta siempre y cuando David esté ahí. Que no siempre. He tardado tiempo en entrar, presentarme y darme a conocer simplemente como curioso, interesado en el personaje que, por lo que he podido entender, es al tiempo arquitecto y proyectista, constructor y también mano de obra. Citando al novelista Carlos Ruiz Zafón en su novela “La sombra del viento”, les diré que la casa en cuestión a la que pretendo dirigirles “parece tener de todo menos de hogar. Tiene alma de cementerio, de tumba faraónica”. Cada columna, cada inscripción, cada sillar, la casa en pleno, lleva el alma de David “que es quien la hace y ahí se hace presente, crece y se hace fuerte”. Esta edificación o casa, como quieran llamarla, es ya vieja sin finalizar, “nadie sabrá a ciencia cierta desde cuándo existe o quién la creó”. No es hija del momento.

Esta sería para mí la cuarta visita al inmueble, encontrarme con David y distraerlo por un tiempo de su trabajo. Pero no está. Aun así no me resisto a bordear la casa saltando sobre la abundante vegetación y contemplar lo que lleva visos de ser amplia terraza y recogido jardín. La terraza, a modo de “peristilum”, con esbeltas columnas dóricas al aire policromadas en azul, que por el momento no sustentan nada. Posiblemente sea eso lo que se pretenda, pura y simple decoración. Lo que está llamado a ser jardín, patio romano, cumple ahora funciones de bazar donde, tras la alambrada, es fácil contemplar amplias planchas de cemento con textos diversos en escritura china, hebrea, griega, latina, árabe y medieval que, por lo que puedo entender, no tienen otro fin que el de reforzar los muros, adornar y revestir de historia y cultura lo que de otro modo no sería más que pura y dura pared.

Homenaje al doctor Estella

Columnas salomónicas para configurar el atrio. En este momento todo asemeja un bazar al aire libre a la espera de encontrar para cada cosa su conveniente ubicación. No falta ni siquiera un llamativo “lararium”, ese lugar romano para culto a los dioses lares o familiares, entre columnas y con las efigies del David de Miguel Ángel, quizás por lo del nombre, y la Venus de Milo, por su belleza, con la inscripción “Veritatis simplex oratio est” de Séneca. Fachada principal de amplios ventanales en que aparece lo que quisiera ser el escudo de armas familiar y donde se puede leer el apellido Cerdera y la representación de un podenco atado a un árbol. Bajo cada uno de los dos grandes ventanales en la parte baja ocho medallones representando personajes de relieve para el autor, familiares y lo que él denomina “currantes”, gente conocida de las más diversas profesiones, entre ellos, el recientemente fallecido dermatólogo zamorano doctor Estella, todo un homenaje. Las ventanas de arriba enmarcadas por “atlantes”. La entrada principal a modo de “vestibulum”. En el lateral izquierdo otro acceso a la vivienda adornado primorosamente en sus escalones con decoración geométrica.

Medallón dedicado al doctor Estella.

Defino como “extravagante” la obra en la sana intención de que el término no se acepte en su normal y corriente acepción de algo feo y sin valor, y sí según la primera de las definiciones del Diccionario de la Lengua: “Lo que va fuera de lo común por raro, extraño y desacostumbrado”. Creo que esos, y no otros, los adjetivos que mejor califican la obra. El abundante acompañamiento gráfico, que les ofrezco, les dirá todo lo demás. Pues sí, la edificación que nos ocupa camina “vaga”, fuera “extra”, del tiempo, de la moda, de lo que se lleva… Es quizás por eso mismo por lo que se la describo y no dudo les interese conocerla. Una obra para la creación y el disfrute de David. “Larga vida para ti, le digo, que puedas disfrutar de tu obra”. “Ya estoy disfrutando haciéndola”, me responde. Y lo creo.