Confinada en la residencia. Parece el título de una película mala de sobremesa, pero es la realidad que le está tocando vivir a la zamorana Carlota Fernández Redondo. Desde hace una semana, esta estudiante de Derecho de la Universidad de Salamanca vive encerrada en una habitación del Colegio Mayor Oviedo de la capital charra, un centro que se halla en cuarentena tras la detección de numerosos positivos entre los alumnos. “Lo veo normal”, apunta esta joven, que se muestra consciente del peligro que implican estos brotes para el control de la pandemia en la ciudad.

En su caso concreto, el encierro estricto en el interior de la habitación viene dado por su contacto estrecho con uno de los compañeros que dio positivo en el colegio mayor. Hace unos días, Carlota se sometió a un test y dio negativo, pero se mantiene aislada por precaución. Hoy mismo le repetirán la prueba. Su “suerte”, con este panorama, es que puede compartir cuarto con una de sus amigas, que también debe mantenerse al margen del resto de los residentes por el mismo motivo.

“Nos lo dan todo: desayuno, comida, merienda y cena”, explica esta zamorana, que pronto cumplirá 19 años en un ambiente muy distinto al que imaginaba; muy alejado de la vida universitaria que podía disfrutar en Salamanca antes de que el COVID irrumpiera para limitar cualquier actividad: “Esto no tiene ni punto de comparación con el año pasado”, reconoce Carlota, que llegó al Oviedo en 2019 sin imaginar que, un curso después, todo cambiaría radicalmente.

Para empezar, Carlota tiene un volumen importante de lecciones online. La presencialidad total y la relación con los compañeros de Derecho se ha tornado imposible por culpa del virus, y lo telemático ha desplazado al contacto directo. De hecho, durante este periodo de aislamiento, la estudiante zamorana asiste a clase desde su habitación, una circunstancia que le permite ocupar parte del día y evitar caer por completo en el tedio.

En esa tarea de esquivar el aburrimiento, también influye la presencia de su compañera de habitación, un apoyo de 24 horas para soportar el encierro. Ambas asisten a clase por la mañana, más tarde comen juntas, descansan y hacen algunas tareas, y también aprovechan para ver y comentar series y programas. Aquí, el contenido estrella es La isla de las tentaciones, un reality en el que cinco parejas en crisis viajan hasta un enclave de lujo para poner a prueba la fortaleza de su relación. Ahora bien, como la agenda del encierro lo permite, las jóvenes también tienen tiempo para lo sobrenatural, con Crónicas Vampíricas.

Con esa rutina de clases, series y mucha tranquilidad, Carlota va superando un encierro que se hace más cuesta arriba para los compañeros que han dado positivo o para aquellos que se han visto obligados a pasar solos esta cuarentena: “Psicológicamente, hay gente más afectada que otra”, subraya la zamorana, que indica que, más allá de esta cuarentena puntual, “todo es muy diferente” en Salamanca.

La estudiante recuerda que, con este panorama, los jóvenes no pueden disfrutar de la noche como antes, tampoco acudir a clase con normalidad, ni mantener demasiado contacto con ciertos grupos de gente: “Cada uno asume su propia responsabilidad”, comenta Carlota, que lamenta que, ahora, “todo es por teléfono y videollamada”.

En cuanto al tratamiento mediático y la actitud de la opinión pública en relación con los universitarios, Carlota sí percibe que hay gente que “intenta echar un poco la culpa a los estudiantes” de algunos de los brotes que se están detectando en estas semanas, pero también defiende el esfuerzo que están realizando los jóvenes para cambiar un modo de vida que, ahora, no se parece en nada al que tenían un año atrás.

Esa diferencia con respecto a los cursos previos también afecta a la relación con la familia: “Yo hablo con mis padres cada día y les cuento las novedades que tengo”, remarca Carlota. Lo que no puede hacer, de momento, es tener contacto con ellos: “Prefiero no ir a Zamora para no ponerles en riesgo”, asegura la estudiante de Derecho, que justifica su decisión: “Me da miedo por cómo está actualmente la residencia”.

Lo cierto es que, algunos de sus compañeros, han optado por otra vía diferente: “Hay gente que se harta de estar encerrada y se plantea irse a sus ciudades”, desliza Carlota, que se muestra esperanzada de cara al futuro inmediato: “No digo que se vaya a acabar, pero espero que se suavice”, zanja esta zamorana, que está viviendo una experiencia universitaria marcada por el impacto de la pandemia. De momento, solo ve Salamanca a través de su ventana.