La exposición “El color del paisaje”, que el pintor valenciano Salvador Montó presenta en la galería de arte Espacio 36, permite realizar un viaje por la arquitectura más icónica de grandes ciudades y descubrir también pequeños rincones escondidos a través del pincel de un artista a punto de cumplir treinta años de carrera.

–Llega a Zamora con la colección “El color del paisaje”, que lo muestra eminentemente urbano. ¿Fue complicado realizar una selección?

–El título hace referencia al paisaje en un sentido muy amplio, lo que me ha dado a mí cancha, siendo la primera exposición que hacía en Zamora, para traer dentro de mi línea de trabajo un abanico muy diferente de temas.

–¿Cómo entiende el paisaje en sus obras?

–Lo enfoco desde el típico paisaje urbano que puedes encontrarte en Roma, donde llegué a tener un estudio, o en Nueva York, donde he estado muchas veces. También de Madrid, con la interpretación de temas arquitectónicos puros y duros. Pero paisajes para mí son también los vehículos en su entorno, ya sea más urbano o más rural, en plena naturaleza. He intentado no pillarme los dedos y tener la posibilidad de expresarme también con la línea de trabajo que estoy haciendo ahora, como unos cuadros nuevos de cabinas de Nueva York o edificios arquitectónicamente icónicos, como La Villa Savoye, un edificio situado en Poissy, a las afueras de París, construido en 1929 y proyectado por Le Corbusier, o La Casa Farnsworth, una vivienda unifamiliar proyectada por Ludwig Mies van der Rohe. Ambos son edificios singulares del siglo XX. En definitiva, basándome en una imagen reconocible por mucha gente, interpreto con el color, el encuadre y la intención de esos paisajes misteriosos y reinterpreto el edificio conocido por todos. Voy más allá de simplemente plasmar la realidad.

–El tema arquitectónico es su seña de identidad, ¿qué le atrae de él para que sea protagonista de la mayoría de sus cuadros?

–En dos años cumpliré los treinta de carrera, pero comencé haciendo lo que se conoce como bodegones o naturalezas muertas, influido sobre todo por Giorgio Morandi, un pintor italiano que apenas salía de su casa y que utilizaba siempre los mismos elementos, repetitivamente, para hacer unas composiciones muy sencillas. Llegó un día en el que me di cuenta de que la labor del arquitecto es un poco jugar con los volúmenes, las líneas y las formas, lo que hacía Morandi, pero a otra escala y con otro uso, la función de habitabilidad. El emplear tanto un elemento urbanístico como arquitectónico a mí ya me está obligando a trabajar la composición de una manera concreta y ese juego me gusta mucho, más que el disponer yo los elementos como hacía al principio de mi carrera, a mi antojo. Prefiero partir de algo que me viene ya de fuera y pelear para llegar hasta donde quiero llegar.

–Nueva York y Roma se han convertido en auténticas ciudades fetiche para usted, ¿qué tienen de especial?

–En Nueva York he estado muchas veces y desde el primer momento me impresionó. Me pasa como a mucha gente, que culturalmente la reconoces en seguida cuando llegas. Aun así, la disposición de Manhattan entre los dos ríos, la coexistencia de los edificios clásicos con otros más modernos me inspira. Algunos amigos arquitectos me hablan de Chicago como el paradigma de la arquitectura, pero sin embargo para mí es Nueva York, me parece impresionante, algo muy real que se despliega ante ti.

–¿Y cómo encuentra Roma?

–Roma es diferente, es otro estilo y mi motivación ahí también es distinta. Allí tuve un estudio en el año 2001 porque me invitó la Academia de España y me pasé todo un verano pintando y viviendo como un romano más. Se produjo una conexión muy estrecha con la ciudad. En Nueva York he estado tanto en hoteles como en apartamentos, pero en Roma era como si viviera allí. Pinté poco, pero viví mucho y me encantó ese esplendor, esa decadencia que tiene, la huella de los siglos que se ve en paredes y suelos.

–Siendo natural de Valencia, ¿es una ciudad que también le inspira para su obra?

–Sí, he trabajado sobre temas de Valencia, pero también como la tienes tan cerca, es diferente. El hecho de pintar para mí es revisitar, recordar aquellos momentos que me provocan emociones. Es como un viaje interior.

–Estamos repasando grandes ciudades pero, ¿también podría encontrar inspiración para sus cuadros en capitales más pequeñas como es Zamora?

–Por supuesto, la conocí hace muchos años, pero en esta última visita me ha encantado todo lo que he visto, desde la ruta de la Catedral hasta la Plaza Mayor, con todas sus plazuelas, jardines y las arcadas o pasear por la zona del puente de piedra y el río. Sinceramente, te dan ganas de quedarte a vivir. Quizá no está en una ruta habitual de paso, pero merece la pena muchísimo.

–Más allá de los edificios, también tiene en su currículo retratos, pero con un estilo diferente, más cercano al pop art.

–A veces pinto con un estilo un poco más suelto, expresionista, otras veces hiperrealista y otras un poco pop. Incluso hice una serie de portadas ficticias de revista, que los personajes eran Liz Taylor, JFK y Jacqueline, para jugar con la composición. En ese caso, los elementos gráficos eran los títulos de las revistas, que me parecieron también elementos pictóricos, porque tuve que elegir el color y el grafismo. Todo es parte de la pintura y una manera de expresarte.

–¿Cómo se enfrenta al lienzo en blanco?

–Procuro no enfrentarme a un lienzo en blanco, me gustan los lienzos texturizados y sucios, para, a partir de ahí, ir reservando, respetando, tapando y cambiando cosas. Estar ante el lienzo en blanco me imagino que es como el escritor frente a la hoja en blanco. Yo necesito partir de texturas y de manchas que provoco aleatoriamente, colocando el lienzo horizontalmente y lanzando pintura o moviéndolo para que la pintura fluya. Además, hasta que el cuadro no sale del estudio, corre el riesgo de retocarse, siempre le estoy dando vueltas.

–¿Su formación profesional de bioquímico le ha servido en su trayectoria artística?

–Estudié Bioquímica por las presiones en casa, porque no querían que hiciera Bellas Artes. Seguramente me sirvió para que, cuando pude dedicarme a lo que me apasionaba, lo hiciera con todas las fuerzas que tenía. Se presentó la oportunidad y no había que dejar pasar ese tren. De hecho, yo estaba preparando oposiciones cuando empecé a presentarme a concursos en el año 92.

–Así que los estudios universitarios no le hicieron olvidar su verdadera pasión.

–Nunca la dejé, siempre pintaba, sobre todo por la noche. Empecé a presentarme a concursos y a ganar premios y finalmente tuve que optar por una cosa u otra. Vi el camino clarísimo y desde 1993 me dedico profesionalmente.

–Desde entonces, ha ido acumulando premios y reconocimientos, ¿qué significan en una carrera a punto de cumplir tres décadas?

–Fueron muy importantes, sobre todo al principio, porque llegaba virgen, sin currículo ni trayectoria. El hecho de ganar premios es un modo de destacar y de reconocimiento a tu labor y una manera de reafirmarte en que estás haciendo lo correcto. Hace años una persona me aconsejó que me presentara a los concursos más importantes, no a esos de pintura rápida, por ejemplo, sino a los que convocaban desde Madrid o Barcelona, porque, si los ganaba, lo lograba. Así que ahora, cuando viene alguien que está empezando a pedirme consejo, le digo lo mismo. Aunque la época no es la misma, porque entonces existían las cajas de ahorro, que hacían mucha labor social y cultural que se ha perdido. Ahora quedan muy pocos concursos, pero nunca se sabe, quizá en un futuro vuelva con un patrocinio u otro a surgir otra vez. Yo empecé así.

–¿Le ha afectado artísticamente el confinamiento?

–Por mi línea temática de paisaje y viajes, me ha servido de escape, porque es una forma de evadirte. Pero posiblemente también me ha afectado en los viajes que no hemos podido hacer este año y en que esta exposición estaba prevista para abril. La incertidumbre del confinamiento era grande, pero estamos aquí y espero que guste la exposición, porque la he seleccionado con todo el cariño