Un beato zamorano, ideólogo del Vía Crucis hace 600 años

Se inició en la sierra de Córdoba, pero fue obra de un fraile dominico natural de Zamora

Una de las cruces que representan las estaciones del Via Crucis en la procesión del Martes Santo en Zamora.

Una de las cruces que representan las estaciones del Via Crucis en la procesión del Martes Santo en Zamora. / Jose Luis Fernández

José Ferrero Gutiérrez

El 13 de junio de 1423, fray Álvaro de Córdoba, que así era conocido en la Ciudad, firmó una escritura de compra de la Torre Berlanga, unas huertas sobre las que comenzó, con sus frailes, la construcción del convento de Scala Coeli.

Inmediatamente, puso en práctica la "reforma" de la orden dominicana, para la que estaba autorizado por el mismo papa. Al mismo tiempo, también, comenzaría la práctica del Vía Crucis en los alrededores del convento. Esta es la razón por la que supongo que, el año 1424, un año después del inicio de las obras, pudo ser la fecha del inicio de esta práctica devocional.

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Hubo otro personaje que ha pasado a la historia como Álvaro Cordubense, un mozárabe de los tiempos de san Eulogio, siglo IX, que sí que fue Cordobés.

Su formación humanística fue muy extensa. San Eulogio de Córdoba le calificó como un "doctor egregio y, en nuestro tiempo, una fuente fluida y abundante de sabiduría".

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Pero nos trasladamos al siglo XIV y hablamos del BEATO ÁLVARO DE CÓRDOBA, O.P. (* Zamora,1360 / Córdoba19-2-1430). También es conocido como fray Alvarus Zamorensis (Álvaro Zamorano); y en Córdoba como San Álvaro.

El martirologio romano, en el santoral correspondiente al 19 de enero, puede leerse literalmente: "En Córdoba, región española de Andalucía, conmemoración del beato Álvaro de Zamora, presbítero de la orden de Predicadores, que se hizo célebre por su modo de predicar y contemplar la Pasión del Señor. c.1430".

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Los distintos autores están de acuerdo en que descendía de familia noble. Según unos, era hijo del 1º. Maestre de Calatrava, Martín López de Córdoba y de su mujer, Sancha. Fue un personaje muy importante en la corte de Pedro I de Castilla "el cruel", a quien fue fiel incluso después de su muerte. Según otros, descendía de la noble familia Cardona.

Ingresó en el convento dominico de Córdoba, siendo, prácticamente, un niño (1368). Los años de su juventud transcurrieron entre el claustro y la Universidad de Salamanca. Uno de los más antiguos documentos conocidos es la concesión de grado o título de "maestro en sagrada teología", que le otorgó Benedicto XIII. La ceremonia de “colación” o investidura tuvo lugar en la Universidad de Salamanca en 1416. Precisamente en ese documento, le apellidan "de Zamora".

Escultura que representa a fray Álvaro de Córdoba con un mendigo en brazos.

Escultura que representa a fray Álvaro de Córdoba con un mendigo en brazos. / Cedida

Poco tiempo después, dejó la cátedra para recorrer Provenza, Saboya y otras regiones de Italia, aguijoneado por la urgencia del apostolado.

En Italia conoció los ensayos de reforma de su orden dominicana iniciada por el beato Raimundo de Capua, y peregrinó a Tierra Santa.

Los tiempos eran difíciles: eran los tiempos de la Peste Negra, que asoló a Europa y dejó los conventos vacíos, que luego intentaron llenarse con gente no preparada; con lo que decayó la tensión religiosa. La corrupción de costumbres era un hecho generalizado; los pastores sesteaban. En aquel momento se reconocían en la Iglesia tres papas: unos obedecían como legítimo al de Avignón (Francia), otros al de Roma y otros al que estaba en Pisa.

Álvaro predica, observa, reza y hace penitencia por la unidad tan deseada.

Por esos años, 1415-1420, fue confesor de la Reina Madre, de Juan II de Castilla (Archivo General de la Orden de Predicadores).

Formaba parte del grupo de "observantes" liderados por fray Luis de Valladolid, a quien acompañó cuando asistió al concilio de Constanza; y desde Constanza, acabado el concilio que eligió Papa a Martín V y finalizó el Cisma de Occidente, fue a estudiar a París.

Entre las mercedes que Martín V repartió a manos llenas a sus electores, a fray Luis de Valladolid le concedió facultad para fundar seis conventos "reformados" de frailes y cuatro de monjas (5 de febrero de 1418; Boletín de la Orden Dominicana, II).

De regreso a Valladolid delegó la ejecución en fray Álvaro, quien dejó la cátedra de Teología y el confesionario del Rey y se fue a evangelizar en Andalucía y a iniciar la "reforma", fundando conventos "observantes".

El viaje que fray Álvaro había realizado a Tierra Santa (probablemente en 1419), como preparación para lo que ahora iniciaba, le había dejado impactado por el doloroso Camino del Calvario recorrido por Jesucristo.

A su vuelta, obtuvo los permisos para establecer conventos reformados. Martín V lo hizo prior de todos los conventos dominicos reformados en España (1427), a petición de la reina doña María de Aragón, esposa de Juan II; y con el favor del rey D. Juan II de Castilla pudo fundar, a siete kilómetros de Córdoba, el famoso convento de Santo Domingo Scala Coeli (Escalera del Cielo), primero de los reformados de la Orden.

Convento de Scala Coeli, cerca de Córdoba, fundado por fray Álvaro.

Convento de Scala Coeli, cerca de Córdoba, fundado por fray Álvaro. / Cedida

La de fray Álvaro, fue una reforma respetuosa con los pilares básicos de la orden de santo Domingo: La oración (para hablar con Dios) y el estudio (para hablar de Dios), que había establecido santo Domingo de Guzmán. El modelo en el que se inspiró fue el italiano, promovido por santa Catalina de Siena y puesto en marcha por el beato Raimundo de Capua, al que conoció cuando estuvo en Italia; aunque, parece, que discrepaban en algunos puntos.

Pero el P. Álvaro le dio alma y vida "trasponiendo" los santos lugares de Jerusalén, a los que peregrinó como preparación a su empresa reformadora, construyendo, en su convento de la sierra de Córdoba, varios oratorios o capillas que reproducían la "vía dolorosa", por él venerada en Jerusalén. que le recordaba la Pasión de Jesús, desde Getsemaní hasta el Gólgota.

En ellos reza, medita y recorre, una y otra vez, los distintos momentos o estaciones del itinerario doloroso del Señor. Era para Álvaro y sus religiosos, como la "Vía dolorosa".

Fue "el primer Vía Crucis" de Europa. Un "Vía Crucis esencial", como decía el obispo de Córdoba fray Albino Menéndez, en el que se inspiró más tarde san Leonardo de Porto Maurizio, para popularizarlo en Italia. No estaba estructurado como ahora, con 14 estaciones. Eran menos; pero la idea era la misma. Eran como capillitas que el hombre piadoso iba recorriendo una y otra vez, meditando la pasión del Señor.

Fray Álvaro comenzó con pocas estaciones, basándose en los Evangelios, rememorando sólo los momentos esenciales: La Oración del Huerto; “la Flagelación”; Jesús cargado con la Cruz; “la Crucifixión” y la sepultura de Cristo. Poco después parece que él mismo amplió las cinco estaciones a ocho, añadiendo “la Verónica” y las “Caídas”.

Clemente XII, en 1371, le dio la forma tradicional de 14 estaciones. Y, finalmente, el papa Juan Pablo II, lo amplió a 15, añadiendo la Resurrección.

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Reflexionando sobre la forma tradicional de hacer el Vía Crucis, en que los fieles vamos cambiando de una “estación” a otra, tanto en Córdoba como en nuestras iglesias, veo que, en Zamora, de donde era natural el beato Álvaro, lo hacemos de dos formas diferentes que conducen al mismo fin: En la primera, el cristiano va cambiando de lugar y meditando sobre lo que tiene delante. En la segunda, (que son las procesiones, tan famosas en Zamora), los fieles no se mueven; permanecen en las aceras de las calles, y son los distintos momentos de la Pasión (los “pasos”), los que van moviéndose por delante de las personas, que reflexionan sobre lo que ven.

Esta piadosa representación que inició fray Álvaro en Córdoba, fue imitada en otros conventos, y así nació la devoción del "Vía Crucis", apreciadísima por la piedad cristiana.

La versión original de fray Álvaro sigue celebrándose una vez al año, todos los Viernes Santo, en el mismo lugar que lo hizo el Beato, presidida por la imagen del Santísimo Cristo de San Álvaro.

Estaciones del Via Crucis en la procesión del Martes Santo.

Estaciones del Via Crucis en la procesión del Martes Santo. / JOSE LUIS FERNÁNDEZ

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Como reformador, "san Álvaro" fundó otro convento en Sevilla bajo la advocación de santo Domingo de Porta Coeli.

Se conoce la escritura de la compraventa de la Torre de Berlanga que fray Álvaro hizo el 13 de junio de 1423 para edificar Scala Coeli. Y el nombramiento que le hizo el papa Martín V, el 4 de enero de 1427, de “Superior Mayor” de la reforma de los dominicos, a “súplica” de la reina María. El diploma papal alude expresamente al convento cordobés de Scala Coeli, que “el dilecto hijo Álvaro de Zamora” ha construido con licencia de la sede apostólica.

Por otro documento del 1 de abril de 1427 aceptó “el honrado y sabio varón fray Álvaro, maestro en santa teología, un solar para que haga una casa” u hospedería intramuros en Córdoba. Esta fue la segunda fundación directa de fray Álvaro.

San Álvaro recibió sepultura en una capilla de la iglesita de Scala Coeli, donde se veneran sus restos.

El papa Benedicto XIV (el 22 de septiembre de 1739) inscribió a fray Álvaro en el catálogo de los beatos, señalando el 19 de febrero como su día litúrgico. Y aprobó su culto, para toda la Iglesia, en 1741;

Desde ese mismo momento, el pueblo de Córdoba lo llama “El Santo” y las cofradías de esta ciudad lo tienen como Patrono.

Con motivo del VII Congreso Nacional de Cofradías y Hermandades, Zamora vivió una magna procesión del Vía Crucis. En la mente de muchos de los participantes estaba el recuerdo emocionado del zamorano que, 500 años antes, había iniciado en Córdoba esta bella y universal devoción, que tanto bien espiritual ha producido en muchas almas, de todo el mundo cristiano. (La Opinión, 24 de febrero de 2019).

Y, como zamoranos, debe llenarnos de satisfacción, agradecimiento y emoción, el "saber que uno de los nuestros, de manera sencilla, humilde y casi anónima, supo hacer una aportación tan importante a la fe y a la devoción de los cristianos de todos los tiempos".

El milagro, o leyenda, del san Álvaro de Córdoba

La iconografía del beato Álvaro lo muestra normalmente sosteniendo en sus brazos a un mendigo, mostrando así una gran historia que resumo a continuación:

Cuenta la tradición que un día, yendo fray Álvaro a predicar a Córdoba, se encontró a la vera del camino a un mendigo medio muerto de frío y de hambre.

Viéndolo el P. Álvaro se apartó de su ruta para atender al mendigo, envolviéndolo en su capa de dominico. Lo cargó sobre sus espaldas y regresó con él al convento, como un nuevo buen samaritano.

Llamando a sus hermanos de comunidad les dijo: "aquí traigo este mendigo, para que practiquemos con él la misericordia". Al destaparlo, el mendigo ya no era un mendigo, sino una imagen de Cristo crucificado.

Y sigue diciendo la leyenda que estuvieron los frailes dominicos, durante toda la noche, orando ante el crucificado y que de madrugada desapareció.

Con el tiempo, la comunidad procuró reproducir el crucificado que vieron aquella noche, imitando los rasgos del original. Y, hasta hoy, se venera en el santuario de Scala Coeli con el nombre de "Santísimo Cristo de San Álvaro de Córdoba".

Bien está el nombre, pero sin olvidar que el papa, Martín V, cuando firmó el nombramiento de Superior de los Conventos Reformados, lo proclamó: "Nuestro dilecto hijo Álvaro de Zamora".

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