Exorcismo

Exorcismo

El evangelio de este domingo nos presenta un exorcismo —uno de los muchos— que hizo Jesús. Cabe destacar que el Señor se encuentra con este hombre poseído en la sinagoga y es allí donde se manifiesta el espíritu inmundo. Primera lección, por tanto: el demonio siempre está al acecho, incluso en los lugares más santos. Comenta San Jerónimo respecto a este evangelio lo siguiente: “La expulsión del demonio no era en sí misma nada nuevo: los exorcistas de los hebreos lo hacían habitualmente […] La novedad reside en que Jesús manda a los espíritus impuros con autoridad propia”. En el nombre de Jesús, la Iglesia ha continuado esta lucha contra el mal a lo largo de los siglos con los obispos, sucesores de los apóstoles, como primeros exorcistas, junto con los sacerdotes por ellos designados y las personas que les ayudan. Ciertamente habrá que distinguir cuidadosamente entre las manifestaciones diabólicas y los desórdenes psíquicos, pero es un dato de fe que Satanás hace la guerra a “los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús” (Ap 12,17). C. S. Lewis, en su antológico libro Cartas del diablo a su sobrino, puso en boca del diablo protagonista de este librito la siguiente afirmación: el mayor favor que los hombres modernos nos han hecho para que podamos campar a nuestras anchas es dudar de nuestra existencia. Y en el clásico de la espiritualidad oriental Relatos de un peregrino ruso se lee que la Palabra de Dios exorciza a los demonios, así que cuánto más aquel que es la Palabra de Dios en persona. Por tanto, el evangelio de este domingo no es, como quiere ver cierta exégesis, una expresión en pobres y limitadas categorías culturales de la lucha entre la salud y la enfermedad. Se trata más bien de la poderosa convicción de los primeros cristianos de que Cristo no solo es Médico sino también Salvador porque inaugura una época nueva, con una autoridad hasta entonces desconocida. La autoridad se convertirá en servicio y el mayor exorcismo de Jesús será derrotar en la cruz al demonio en su propio campo, el de la muerte y el pecado, ofreciendo su vida en rescate por todos. O en palabras de san Gregorio de Nacianzo: “¡solo unas pocas gotas de sangre han recreado todo el universo!”.

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