La Iglesia ha querido unir en una fiesta a todos los santos. El evangelio de este domingo muestra el camino de la santidad cristiana que no es otro que las Bienaventuranzas evangélicas. Hoy se proclaman las Bienaventuranzas en todos los rincones del mundo donde se reúnen los cristianos y afirmamos la santidad de multitud de personas que a lo largo del tiempo y en todos los lugares han hecho realidad la Buena Noticia del evangelio en sus vidas, muchas veces de forma sencilla y callada.

Las Bienaventuranzas nos presentan un mundo al revés. Ciertamente las cosas desde Dios son totalmente distintas al pensamiento humano. Para Dios son felices, dichosos, bienaventurados, aquellos que nuestro mundo considera desdichados, infelices y que no sirven para nada, ni se les tiene en cuenta. Para Dios son felices porque tienen lo más grande y lo más importante que puede esperar el hombre: tener a Dios de su lado y que el Señor sea su garante y su defensor.

Sorprendentes y deseadas, admiradas y difíciles de cumplir, las bienaventuranzas son una nueva noticia, una proclamación del evangelio. Sin duda, cuando las pronunció Jesús por primera vez causaron estupor. Irritación en unos, en los apegados a sus cosas. Admiración en otros, en los que veían en el mensaje un programa de liberación y de salvación.

El itinerario que Jesús propone es una alternativa sorprendente a los caminos más frecuentados por la humanidad, que son la búsqueda del bienestar, el éxito, la riqueza y el propio interés. Jesús pone la felicidad en el camino de los que son conscientes de su pobreza, de los que buscan el consuelo de Dios y no se conforman con alegrías pasajeras, de los que no cierran el corazón ante el sufrimiento de los demás, de los que anhelan la paz y la justicia y no quieren pasar por encima de nadie, de los que prefieren una conciencia limpia a una ganancia inmerecida, de los que aguantan la persecución antes de traicionar a la verdad y la justicia.

La felicidad no es una experiencia pasajera que se nos escurre entre los dedos, sino una promesa que Dios nos garantiza. Un día la gozaremos en plenitud, pero desde ahora ya podemos gustarla en forma de esperanza.

La sociedad actual necesita conocer comunidades cristianas marcadas por este espíritu de las bienaventuranzas. Solamente una Iglesia evangélica tiene autoridad y credibilidad para mostrar el rostro de Jesús a los hombres y mujeres de hoy.