Opinión | Cartas de los lectores

Cuando dormirme me daba miedo

CARTAS

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"En una calle de Tamalameque/ dicen que sale una llorona loca…". (Estrofa de "Una llorona loca", del compositor musical José Benito Barros, y la voz de Checo Acosta, ambas colombianos).

La lectura de "Nos vemos en agosto", novela póstuma de Gabriel García Márquez, me dejó mal sabor de boca. Un relato alejado del extraordinario legado literario con que nos obsequió el genio de Gabo. Miré hacia su tierra natural, Colombia, tan rica en inspirar obras de realismo mágico, tan ahíta de historias y leyendas forjadas a la sombra de turgentes masas arbóreas y los sonidos sordos de caudalosos ríos.

El escritor colombiano Diógenes Pino Avila da cuenta de todo ello en su obra "Tamalameque. Historia y leyendas". Mencionar Tamalameque me retrotrae a mi infancia hondureña: la leyenda de "La llorona loca", musicalizada posteriormente. Se basa en la historia de una doncella de acomodada familia que entregándose a la pasión con su amante, quedó embarazada de éste. Tras confesarle la joven al hombre del fruto en sus entrañas, él monta en cólera, huye del poblado, dejando abandonada a la desflorada doncella. Desconsolada, al bañarse en el río del "Caño Tagoto" piensa en llevar a cabo el aborto. Consulta con una comadrona amiga cómo encontrar las hierbas necesarias para abortar. Marcha al campo a recogerlas, y en la mitad de la noche, prepara el brebaje y se lo bebe.

A la mañana siguiente vuelve al mismo río. Con agudos espasmos y dolores, logra hacer salir el feto, todo en ropas ensangrentadas. Lo alza en brazos, y maldiciendo al infamante amante, arroja la criatura al río. Desquiciada, loca, vuelve al poblado, y en todas las noches recorre las calles del pueblo, lanzando alaridos sobrecogedores, sollozos, lamentos, preguntándose donde está su hijo.

La nana Nicolasa me cantaba la llorona loca de Tamalameque, con la advertencia de que aquella atribulada mujer, pudiese confundir cualquier niño despierto en la noche con el salido de sus entrañas, y llevárselo. Aquel cantado relato, hacia que me refugiase entre sábanas, más, sin poder conciliar el sueño, esperando escuchar los lamentos de la llorona loca de Tamalameque, por si lo relatado fuese cierto. Nicolasa me había ocultado que aquella desconsolada doncella terminó con su vida arrojándose a las aguas del Caño Tagoto.

Nunca olvidé, ni olvidaré, aquellos susurros acompasados de Nicolasa, pues, "la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido" (Gabriel García Márquez), y yo me afano en seguir viviendo. No me arredran mis torpes andares, que prologan aparatosas y dolorosas caídas.

Abelardo Lorenzo

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