La Opinión de Zamora

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Gerardo González

Memoria, desmemoria y “bombas sucias”

Las muertes de Miguel Hernández y de Federico García Lorca

Un pozo de agua JOSE LUIS FERNANDEZ

La memoria suele jugar malas pasadas, pero cuando se le añade algún adjetivo, sea histórica o democrática, nos introduce en los vericuetos de estigmas que conducen a un enojoso equívoco o a la mendacidad. No comparto, naturalmente, la humorada del asturiano Ramón de Campoamor de que “en este mundo traidor / nada es verdad ni mentira. / Todo es según el color / del cristal con que se mira”. Pero atina cuando se juzga a escritores o artistas en general, ensalzados, desacreditados u olvidados a tenor de sus ideas más que de su obra.

Me explico. He leído casi todos los versos de Pablo Neruda, en su inmensa mayoría magníficos, pero algunos nefastos como su “Oda a Stalin” o mendaces como el titulado “Miguel Hernández asesinado en los presidios de España”. Sabía muy bien el poeta chileno que en las purgas de Stalin fueron asesinados al menos dos millones de personas y que Miguel Hernández no fue asesinado, sino que murió de tuberculosis en la enfermería de la cárcel alicantina -en donde estuvo con el dramaturgo Antonio Buero Vallejo- el 28 de marzo de 1942. En este poema Neruda arremete contra Dámaso Alonso y Gerardo Diego. Dice exactamente: “Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre / en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos / de perra, silenciosos cómplices del verdugo, / que no será borrado tu martirio, y tu muerte / caerá sobre toda su luna de cobardes”.

Pueden hacer lo que me comentó en Kenia un avezado misionero italiano: “Unos dicen que hay que hervir el agua, otros que hay que filtrarla; yo la hiervo y la filtro, la echo en un tiesto y bebo una cerveza fresca para calmar la sed y no deshidratarme”

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El gran poeta Federico García Lorca fue alevosamente asesinado en Viznar (Granada) el 18 de agosto de 1936. Tres meses después, el 28 de noviembre, fue vilmente fusilado en Paracuellos del Jarama el fino dramaturgo Pedro Muñoz Seca, el autor de “La venganza de Don Mendo”. Un día antes fue juzgado y considerado “fascista, monárquico y enemigo de la República”. Son dos crímenes nefastos, pero no igualmente detestados por historiadores paniaguados.

He leído incluso en “Vikipedia” debajo de una breve ficha sobre los autores y su muerte. Dice en el caso de Lorca: “Causa de la muerte: Fusilamiento, víctima de la represión en la zona sublevada durante la guerra civil española”. Y sobre Muñoz Seca: “Fallecimiento, Paracuellos del Jarama”. Sin embargo en su biografía subraya: “Fue víctima de una de las sacas de las matanzas de Paracuellos y fusilado en esa localidad de Paracuellos de Jarama el 28 de noviembre junto con otros 112 presos de la cárcel de San Antón”. Quien no sepa qué fueron las sacas, no sabrá quién lo fusiló. Esto no es información de la historia, sino revisionismo torticero.

Otro asunto que me está causando consternación es la información de que existe la posibilidad de usar “bombas sucias” en Ucrania. “Sucias” es aquí un adjetivo perverso, como si se quisiera dar a entender que las otras bombas que han destruido casas y hospitales y matado a miles de ucranianos son “bombas limpias”. Todas las bombas son inmundas y matan a personas inocentes, sean lanzadas desde un dron, un tanque o un bombardero.

Las únicas bombas limpias son las que bombean agua potable y evitan que las mujeres tengan que recorrer hasta diez kilómetros para llevarla a casa y cocinar, beber, lavarse, etc. Los pozos de agua, excavados en muchos países africanos por misioneros y oenegés, evitan los casos de amebiasis, si no pueden hacer lo que me comentó en Kenia un avezado misionero italiano: “Unos dicen que hay que hervir el agua, otros que hay que filtrarla; yo la hiervo y la filtro, la echo en un tiesto y bebo una cerveza fresca para calmar la sed y no deshidratarme”.

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