La Opinión de Zamora

La Opinión de Zamora

JESUS REBOLLO

Lorca y Zamora. La ciudad viva y el romance

Desde aquel viaje Lorca ganó sembró una semilla de creación incomparable

FEDERICO GARCIA LORCA EN ZAMORA, CON ANTONIO RUBIO SACRISTAN

Se cumplen 106 años de la visita de Federico García Lorca a Zamora, cuando apenas tenía 18 años y, por tanto, no era Lorca aún. En 1916, parecía que su vocación se encarrilaba inexorable hacia la música, era ya de sobra conocido por su desempeño al piano y en la composición, y en cualquier acto o jarana se le reclamaba al instrumento. Sin embargo, en 1917 escribía que hacía un año que se encaminaba “hacia el bien de la literatura”. ¿Qué había sucedido en aquel fatídico octubre de 1916? Sería aventurado asegurar que el impacto de la fugaz visita a Zamora, de escasas doce horas de duración, pudiera haber alterado su rumbo artístico. Pero, como nos gusta la aventura, aventurémosnos. De aquel viaje, Lorca ganó ese bien, quizás unos enemigos y, de alguna manera, sembró una semilla de creación incomparable y, por un espeluznante y ordenado azar, quién sabe si de destrucción personal.

Martín Domínguez Berrueta, catedrático de Teoría de la Literatura y de las Artes en la Facultad de Letras de Granada, lo enseñará “a mirar”. Salmantino criado en Burgos, ligado a Castilla por fuertes lazos profesionales y amistosos, de ideario conservador, incluso muy conservador, pero afecto a la Institución Libre de Enseñanza, impulsará los viajes de estudios como herramienta pedagógica y premio a los más capaces de sus alumnos (que en este viaje serán cinco). Estas excursiones se organizan manu militari, con un rendimiento estajanovista, echando mano de amistades e influencias para encontrarse con quien uno debe encontrarse –Unamuno, Machado…- y abrir puertas cerradas por siete llaves –entre ellas, las de conventos que necesitan dispensa episcopal para su entrada, alcanzada al fin pese a la más que previsible revolución que unos adolescentes lúbricos podrían causar en la paz de los claustros. Pues bien, claro que la causaron y de qué manera-. La atención exquisita que recibirán por parte de autoridades de todo tipo –políticas, académicas, eclesiásticas…- será retribuida en especie con veladas festivas en cada punto del itinerario: conferencia de índole pedagógica o estética del catedrático, exposición florida de andanzas u otro motivo, incluso literario, por parte del alumno dilecto y secretario in pectore del viaje, Luis Mariscal, y recital pianístico de Lorca. Esta rutina instructiva pero agotadora la tenemos al detalle recogida en los llamados diarios de viaje de Mariscal, quien se permite, de tanto en tanto, dar suelta a su afán literario. Y es que nada menos que tres de los cinco alumnos pondrán por escrito sus perspectivas sobre este viaje: el citado Luis Mariscal, Lorca y, mínima y tardíamente, Francisco López. Sus escritos están recogidos en el libro de Henrique Alvarello El gran viaje de estudios de García Lorca, junto con cartas y telegramas del autor a sus familiares. Esta recopilación heterogénea es de lo más afortunada porque permite una comparación del espíritu de los viajeros, una visión caleidoscópica entre lo que se debe decir -y cómo se debe decir- y lo que se querría decir en realidad. La contradicción se aprecia con claridad al contrastar Impresiones y paisajes, primer libro de Lorca (1918), con partes dedicadas a este viaje, y las cartas a sus padres remitidas durante el mismo.

Desde el Romancero gitano toda su obra será de una excelencia suprema, porque está escrita con la garantía impostergable de su sangre

decoration

Aquí, como lectores, vamos a tener una revelación. Unos jóvenes forasteros, con ínfulas, aún muy atados a sus modelos literarios, venidos de un mundo nuevo –de más allá de Castilla la Nueva-, retratan la Vieja como se debe, esto es, a la manera del 98, sea con el esteticismo entre escéptico y espiritual de Azorín y Unamuno o con el ojo crítico de los Campos de Machado. Escribe Lorca en Impresiones: “Estos campos, inmensa sinfonía en sangre reseca, sin árboles, sin matices de frescura, sin ningún descanso al cerebro, llenos de oraciones supersticiosas, de hierros quebrados, de pueblos enigmáticos, de hombres mustios, productos penosos de la raza colosal y de sombras augustas y crueles... Por todas partes hay angustia, aridez, pobreza y fuerza... y pasar campos y campos, todos rojos, todos amasados con una sangre que tiene de Abel y Caín... En medio de estos campos las ciudades rojas apenas sí se ven. Ciudades llenas de encantos melancólicos, de recuerdos de amores trágicos […] Toda la España pasada y casi la presente se respira en las augustas y solemnísimas ciudades de Castilla... […] ¡Ciudades de Castilla llenas de santidad, horror y superstición!” Y Luis Mariscal, por su parte: “La llanura seca, amarillenta, refleja ásperamente la luz del sol. La vista se fatiga en vano; no busquemos en Castilla nada; en esta tierra que aún retiene el rastrojo en el barbecho, meseta que los hombres han robado al árbol y convertido forzosamente en tierra de pan llevar, no hay más que soledad. ¿Está habitada Castilla?, nos preguntamos”.

Pero Lorca, a sus padres, sobre Ávila (pues no hay carta desde Zamora, lástima): “Queridos padres: Estoy contentísimo, aquí la gente nos atiende una enormidad, y la ciudad es una joya del arte, es como si la Edad Media se hubiera levantado del suelo, palacios señoriales, las murallas están intactas y rodean toda la ciudad. Los campesinos visten como antiguamente, las mujeres con faldas enormes de anchas y de muchos colorines con grandes pañuelos de flores y preciosos aretes, los hombres, pantalón corto, chaquetilla corta y sombrero calañé. Hablan divinamente y están enormemente educados”. Y cuando pase por Burgos dirá que es ciudad de tanto y tan bueno en lo antiguo como en lo moderno. Es decir, que estos chavales, llevados de ciudad en ciudad para contemplar las añejas glorias del imperio, tenían ojos y sensibilidad al filo como para notar los avances del progreso de una Castilla que no estaba tan quieta como se vendía. Llegan a Zamora y verán la Magdalena, La Horta, Santo Tomás (sic), la catedral –cuánto les divierten las misericordias, reseñará Mariscal-, ¿y no tuvieron ojos para el Modernismo de Ferriol que ya se había construido y las otras obras que jalonaban las vías principales? Es imposible de todo punto, Zamora estaba cambiando a marchas forzadas de ciudad moderna a contemporánea. Y de hecho, la visita culminará en el interior de este moderno edificio que era el Círculo, el actual casino.

Prosigamos con la aventura. La última palabra del libro de Federico es “romance”. Ese capítulo final, chico como frasco de perfume, es el más poético de todo el libro y el más logrado. Consciente de ello, lo reserva para esa posición de privilegio. Es el que dedica a Zamora, cuyo principio podemos leer hoy en el mirador del Troncoso.

Dice Annie Ernaux, Nobel de este año, que los autores siempre escriben sobre lo que han vivido, incluso aquellos que no creen hacerlo. Es un tema de debate corriente en las clases: el vitalismo de la literatura. “¿Tan enamorado estaba Garcilaso?” “Lázaro nació de verdad en Salamanca”, etc. Hay casos que son indiscutibles. La Dorotea, obra postrera de Lope de Vega, pone negro sobre blanco una vivencia de su primera juventud que lo obsesionaría de por vida y que contó muchas veces de manera más escondida en sus comedias. Otros parecen rebatir a la Nobel, porque la pobre Carmen Mola, con lo que ha vivido –acostarse señora estupenda y levantarse señoro por partida triple es insuperable-, no estará de humor como para escribirlo, nos parece.

¿Hasta qué punto este jovencísimo Lorca vivió Zamora? Lo que estaba vivo en aquel momento –ahora ya boquea- era el romance. En 1900 una loca pareja de enamorados, compuesta por un rico y guapo heredero, cultísimo, inclinado por las humanidades, y una heroica mujer, de las primeras estudiantes universitarias españolas, hija de madre soltera, decide pasar su luna de miel a lomos de burro por el este de Castilla, siguiéndole las huellas al Cid. En la mañana, ella canta un romance mientras hace la cama de la pensión –los cantos del trabajo- y la asistenta le dice que ella también se los sabe. Lo que viene luego es el aparcamiento definitivo de la feliz cabalgadura y un frenesí de copia, pues la voz de la criada ha hilvanado palabras inauditas con cuatrocientos años de vida. María Goyri y Ramón Menéndez Pidal acaban de descubrir que el romancero tradicional sigue vivo en Castilla la Vieja. Una bomba filológica en toda regla, con su correlato del nuevo romancero nuevo: los poetas vuelven a componer romance culto, como se hizo en el Siglo de Oro.

El mismo Lorca, al poco de llegar “al bien de la literatura”, comienza a ensayar romances, pero no acaban de cuajar: falla el redondeamiento que la tradición popular sabe dar a esta forma, esa poda comunitaria a lo largo de generaciones que acaba por lograr una perfección abisal (Yo no digo mi cantar sino a quien conmigo va). También es esquiva la selección del momento clave: ese punto prodigioso que concentra toda la tensión, sea trágica o lírica, sobre un detalle a veces nimio. Hasta que Lorca se cruza con los Camborios, que habían estado ante él toda su vida. Lorca ya tiene su Sancho, su Urraca, su Arias Gonzalo. Lorca ya sabe. Y el diablo se le ha puesto enfrente para que firme: desde el Romancero gitano toda su obra será de una excelencia suprema, porque está escrita con la garantía impostergable de su sangre. La vida hecha literatura, a cada paso, en cada obra, lo convierte en el héroe de una tragedia viva. De una manera disparatada, los jalones de su trayectoria posterior lo abocan al foso del lobo. En particular, cada una de las decisiones que debe tomar esta persona sola en la primavera y el verano del 36 es escalofriante. Me permito recomendar, para quien dude de esta ficción mía y también para dar fin, el libro de Miguel Caballero Lorca. Basado en hechos reales.

Estas palabras, si no al pie, sí en el espíritu, son las que pronuncié en el acto organizado por David Gago en el Casino de Zamora el pasado día 24 de octubre para conmemorar la visita de García Lorca. Van dedicadas a él, con mi agradecimiento personal.

(*) Profesor de Lengua castellana y Literatura, Escuela de Arte y Superior de Diseño de Zamora.

Compartir el artículo

stats