La Opinión de Zamora

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Cristina García Casado.

Los telares de Cris

Cristina García Casado

Un futuro propio

No nos educaron para tener lo mismo que nuestros padres, sino para tener eso y mucho más, es decir, para el progreso

Varios estudiantes acuden clases en la Universidad Rober Solsona - Europa Press

No envidiamos la vida que tenían nuestros padres a nuestra edad. Anhelamos, quizás y a ratos, algunas de sus certezas cuando obviamos el precio. Un trabajo para toda la vida implica ir cada día de la tuya al mismo lugar a hacer lo mismo. Una hipoteca supone no poder dejar de producir dinero durante treinta años para que el piso deje un día de ser del banco. Apenas existe ya lo que tenían nuestros padres, pero tampoco estoy segura de que eso sea exactamente lo que queramos.

Podría parecer esto un “dijo la zorra no están maduras” cuando no pudo alcanzar las uvas, pero creo que es otra cosa. Se dice que nuestra generación, los nacidos más o menos entre 1981 y 1996, no tiene lo prometido. Yo creo, además, que nos prometieron algo mientras nos educaban -nuestros padres, el colegio, la sociedad, los medios, el mundo- para otra cosa.

No somos solo la generación “más preparada” porque hayamos ido en mayores números a la universidad. También somos la generación que creció -en general y con permiso de desigualdades y privilegios- con más holgura, en sentido amplio. Con más ocio, con más libertad, con más posibilidades, con mejor colchón donde caer cuando te escupe el sistema o cuando tú lo mandas a freír espárragos. Si eres millennial ya has pasado probablemente por las dos cosas.

Ese es nuestro anhelo: la libertad, el mundo de posibilidades en el que crecimos. La frustración millennial es por eso doble

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Nos llaman inconformistas como si eso pudiera ser, en algún universo, algo malo. Cuando un jefe nos habla de la “lealtad” a la empresa si le decimos que nos vamos, no se percata de que somos la primera generación que entendió que, como no la vas a heredar, a la empresa no debes darle más de lo que te de a ti. Cuando solo te da dinero, ya te está dando de menos. Tiempo de irse.

Ese es nuestro anhelo: la libertad, el mundo de posibilidades en el que crecimos. La frustración millennial es por eso doble. Ya no existe apenas lo de “colocarse” para siempre en un trabajo al que ir y volver cada día para pagar la hipoteca hasta la jubilación. Lo prometido. Pero sobre todo: dónde está el margen de acción que no tenían nuestros padres y que nosotros íbamos a conquistar con nuestros estudios, nuestro tiempo fuera y la evolución social que al final no ocurrió. Para lo que nos educaron.

No nos educaron para tener lo mismo que nuestros padres. Nos educaron para tener eso y mucho más, es decir, para el progreso. ¿A qué se habría parecido eso, de existir? Se me ocurre: a poder moverse entre trabajos sin dar triples saltos mortales. A una sociedad organizada en torno a la vida y no alrededor de una oficina. A más tiempo libre. A mejores salarios. Al derecho a no ser un oficio sino una persona que crece y cambia y puede parar o regresar o coger un desvío. A una renta básica universal que asegure lo mínimo para todos y el margen, ese margen de acción, para que nuestra única existencia en este mundo nos pertenezca del todo. Un futuro, quiero decir, propio.

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