El pacto, aparentemente, de última hora entre el Partido Popular y Vox traslada al ámbito del Gobierno autonómico un hecho inédito al darle participación, por primera vez a la formación liderada por Santiago Abascal. Nunca antes, en todo el panorama europeo, los partidos tradicionales de la derecha democrática habían traspasado los denominados “cordones sanitarios” impuestos a formaciones cuyo ideario se asemeja a los nuevos socios de los populares. Es el caso del Frente Nacional de Marie Le Pen en Francia. En ese sentido, Castilla y León se convierte, como lo fuera ya en la campaña electoral, en un “campo de pruebas” esta vez, a escala internacional.

Alfonso Fernández Mañueco conservará la presidencia de la Junta de Castilla y León y retiene para el PP el gobierno de la comunidad que antaño fuera granero del voto popular. Pero podría decirse que, al igual que públicamente se hizo responsable de adelantar las elecciones autonómicas tras la quiebra de la confianza con Ciudadanos, Mañueco asume el peso de una decisión que ha causado, más allá de la polvareda mediática, el rechazo del Partido Popular Europeo. Su jefe, el expresidente del Consejo Europeo Donald Tusk se mostró taxativo el pasado jueves cuando calificó de “capitulación” los acuerdos del PP, uno de los grandes partidos de su familia política, con Vox. “Para mí es una triste sorpresa. Espero que sea solo un incidente o un accidente, y no una tendencia en la política española”, sentenció.

Mañueco toma la decisión con un “vacío de poder” en el Partido Popular tras la defenestración de Pablo Casado, a la espera de la previsible elección de Alberto Núñez Feijóo como nuevo presidente en el congreso extraordinario que se celebrará el 1 y 2 de abril en Sevilla.

Al igual que públicamente se hizo responsable de adelantar las elecciones autonómicas tras la quiebra de la confianza con Ciudadanos, Mañueco asume el peso de una decisión que ha causado el rechazo del Partido Popular Europeo

Las palabras del líder gallego abundan en esa responsabilidad en solitario asumida por Mañueco cuando atribuye dicho acuerdo a “una decisión indelegable” del candidato popular a la Junta de Castilla y León, desvinculándolo también de un mandato al frente de los de Génova que, vino a subrayar, aún no ha empezado puesto que no ha sido elegido.

El ascenso de Vox en las urnas y sus 13 procuradores ha tenido su recompensa en una negociación que la noche antes de la constitución del Parlamento regional se daba públicamente por rota, aunque lo sucedido en tan poco margen de tiempo hace pensar en que las distancias no eran tan insalvables. La formación que en la región encabeza Juan García Gallardo obtiene lo mismo que tuvo Ciudadanos y que reivindicaba en sus encuentros previos con el PP: la presidencia de las Cortes, una vicepresidencia y tres carteras de las diez consejerías que conforman el nuevo Gobierno.

Sin duda se trata de un éxito que se anota, sobre todo, el líder nacional, Santiago Abascal, puesto que el partido apenas cuenta con estructuras regionales o provinciales en las que pueda apoyar la futura gestión de las áreas que le correspondan. La experiencia, en estas lides, del PP contrastan, notablemente, con quienes se estrenan en labores de gobierno en un escenario nada halagüeño y que será determinante para el futuro de todas las provincias de la región, especialmente de aquellas que parten de una situación más desfavorable, como es el caso de Zamora, donde, conviene subrayarlo, los votantes han dado su confianza mayoritariamente al PP, pero también a Vox con uno de los procuradores de los siete en liza.

Sin pretender hacer comparaciones, no es menos cierto que el escenario recuerda un tanto a la irrupción meteórica de fenómenos en la izquierda como Podemos, que en 2015 sumó hasta diez procuradores, incluido un escaño por Zamora. El pasado 13 de febrero se quedó con un solo procurador. La promesa de “asaltar los cielos” de Pablo Iglesias ha ido menguando en los años transcurridos desde el 15-M. Es la consecuencia de pasar de la oposición donde discursos y promesas son más fáciles, que cuando la realidad se impone a la hora de gestionar y de tomar decisiones que afectan directamente a los ciudadanos, sobre las que pesan, obviamente, los postulados de la Constitución y el Estatuto, en este caso, además de toda la legislación y las directivas que impone Europa, justo en momentos en los que los fondos de recuperación son clave para el proyecto de futuro del territorio.

La conclusión de lo ocurrido esta semana es que Mañueco ha tirado por el único camino que, ha entendido, contaba con menos obstáculos. Atrás se quedan las aspiraciones de los partidos uniprovinciales, especialmente, los asociados al movimiento de la España Vaciada, Soria ¡Ya!, que en conversaciones previas se había mostrado dispuesta a apoyar a los populares.

Habrá que esperar la configuración definitiva de la Junta y que eche a andar la gestión, suavizada por contar con unos presupuestos prorrogados salvo sorpresa de presentación de unas cuentas nuevas en los próximos meses, para ver si el nuevo acuerdo es capaz de contener las tensiones territoriales de Soria como de León, tras el crecimiento de la histórica UPL. Lo único cierto es que Mañueco ya no necesita ningún voto más al haber configurado una mayoría absoluta con los de García Gallardo.

Queda escaso margen para que los ecos de esta nueva semana histórica en Castilla y León no resuenen en el congreso que encumbrará a Feijóo como el mesías que tendrá como misión devolver la unidad a un PP enormemente debilitado. Pero, al mismo tiempo, sería otro error interpretar lo sucedido en la autonomía castellanoleonesa como un tanto a favor del PSOE. El hasta ahora presidente de la Xunta culpaba directamente a los socialistas de no haber dejado otra opción más que el pacto con Vox.

Y no le falta razón, en el sentido que apunta el viejo refrán de que dos no discuten si uno no quiere. Si sumamos lo que ocurre a diario en el Congreso nacional podemos decir que Castilla y León ha sido, desgraciadamente, la reproducción fiel del desencuentro flagrante que protagonizan a diario dos fuerzas de enorme peso político en Europa. Dos tendencias capaces de pilotar, juntos, países tan complejos, con un pasado traumático y tan poderosos como Alemania. Pero ni España es Alemania ni los políticos españoles son capaces de estar a la altura que requiere una pandemia mundial sin extinguir y una guerra en el continente europeo con una potencia nuclear como país invasor.