Dicen que los de Castilla y León somos secos. A mí esa fama siempre me pareció un poco imprecisa, pero lo que me sorprende de verdad es que no lo seamos más. Que no torzamos más el morro cuando, de higos a brevas, vienen por aquí políticos, empresarios y otras gentes con poder que nos ignoran como deporte nacional desde que hay registros.

Me parece loable, digno de reconocimiento, que no nos pasemos con el picante cuando en nuestros bares se sientan gentes de otros lugares más consentidos y pronuncian como si tal cosa que “fíjate, si Zamora es que está muy bien, eh”, como si lo normal o lo supuesto fuera lo contrario. Como si esperasen calles sin asfaltar o ausencia absoluta de librerías.

También me parece indicativo de nuestra nobleza que apenas nos enfademos cuando en el Twitter critican que de repente un tren pase -siempre un poco de chiripa- por uno de nuestros pueblos o ciudades. Como si nosotros no mereciéramos nada. Como si hasta las migajas fueran excesos si la boca es la nuestra.

Somos una gente bastante contenida, no nos lo negarán, porque no estamos cortando ninguna carretera de acceso a Madrid y Barcelona después de conocer la última arremetida de ese despropósito que ha sido siempre la distribución territorial de España. La no distribución, ustedes me entienden.

Pues nada, por si han decidido no ver noticias este verano, les resumo: que el gobierno central ha anunciado que ampliará aún más los dos aeropuertos principales de este país no vaya a ser que a Madrid le falte gente compitiendo por un triste metro cuadrado o a Barcelona turistas.

El ministro que prefirió reñirnos por comer chuletas de más a hacer algo para que no nos coman las macrogranjas lo dijo claro cuando se refirió a la España que no es Madrid ni Barcelona con el verbo “pasar”

Altas prioridades, claro. Los trenes para Extremadura y Andalucía, las mejores carreteras para Soria o Zamora ya para otra vida, si acaso. No nos han puesto un nombre, han dictado sentencia: “España vaciada”.

El otro día levanté un poco la mano en Twitter a propósito de un mapa que mostraba que la despoblación de gran parte de España es clamorosa en el contexto geográfico de Europa Occidental. Y un periodista me respondió que por qué eso era malo, que si no era más ecológico (sic) que nos concentráramos todos en núcleos urbanos grandes.

Entonces nos imaginé abandonando las casas levantadas con las espaldas de los abuelos de nuestros abuelos, nuestras fincas, nuestros ganados, nuestras tierras, nuestros pueblos, nuestras plazas, las piedras de nuestro suelo. No de uno en uno, como ya ocurre, sino todos, en masa, a la vez. Dejando, como proponía este periodista, “más sitio libre sin humanos para los animales”.

Porque si los humanos somos nosotros -zamoranos, lucenses, cacereños- no importa nada. No les importa nada.

Para ellos somos zona de paso, paisaje, un no lugar. El ministro que prefirió reñirnos por comer chuletas de más a hacer algo para que no nos coman las macrogranjas lo dijo claro cuando se refirió a la España que no es Madrid ni Barcelona con el verbo “pasar” (pasar por, aunque también pasar de) y no el “ser”.

España es un país gobernado y contado desde Madrid y desde Barcelona y mientras eso no cambie nada lo hará. Esto es obviamente un despropósito, un desastre manifiesto y una calamidad que pagamos sobre todo nosotros. Los 34,8 millones de personas -se dice pronto- que no vivimos allí.

Pero como somos gente seria, que no seca, y en el mejor sentido de esa palabra, seguiremos haciendo nuestra parte, sin alboroto ni berrinche ni dejación. El viernes, esta comunidad ignorada por todos los gobiernos que ha habido en España superó el 70% de la población vacunada. Con Zamora, olvidada entre las olvidadas, a la cabeza.

Me parece un dato para la alegría y para el orgullo y hasta para quedarse. Gracias a todos los que han puesto su brazo en uno y otro extremo de las jeringuillas para que esto sea posible. Gracias a todos los que trabajan a diario por que aquí se pueda seguir viviendo. He venido, desde lejos, a ser de los vuestros.