El jueves trasnochaba para hacer un trámite digital de la Junta cuando una alerta de Twitter me puso delante un tiroteo en la puerta de mi casa, de mi antigua casa, de la casa de hace seis o siete casas.

“Tiroteo con múltiples víctimas en Washington DC”, decía el mensaje. Lo acompañaba un vídeo irreal: la calle 14, la calle bonita, el patio de recreo de los jóvenes profesionales; la hora de oro, el después del trabajo; el disfrute volado por los aires y convertido en carreras errantes, disparos, zapatos de verano que quedaron atrás.

Yo había entrado en Twitter solo para pedirle a una amiga de allí que me enviara modificado un documento de mi trámite, el documento que dice precisamente que yo subí y bajé esa calle al menos dos veces al día durante casi cinco años.

“Oye, que hay un tiroteo en la 14”, le escribí desde mi pueblo zamorano. Ella estaba a tres cuadras del lugar de los hechos y aún no lo sabía. Distopías de nuestro tiempo digital. “Pues ahora íbamos para allá”, respondió. Mi sentido tragicómico de la vida y yo, como si gritásemos: “No, no, no, no vayáis, el tipo ha huido, es un caos”.

A esa situación se le llama técnicamente “tirador activo” y es la peor: cuando el agresor o los agresores siguen libres y armados. En el momento en que escribo esta columna, el agresor -del que solo se conoce su coche- sigue libre y sigue armado.

Escribo de tiroteos en Estados Unidos desde hace diez años y todavía sigo viendo noticia en sucesos que no tienen muertos ni tiradores de película con rifle semiautomático desde una torre en Las Vegas. Es decir: no me he acostumbrado

A lo mejor no sabían ustedes de este suceso porque el listón para considerar noticiable un tiroteo en Estados Unidos es muy alto: tiene que haber muertos, y varios, o darse en algunas circunstancias precisas, como ocurrir en una escuela o interrumpir un festival.

Escribo de tiroteos en Estados Unidos desde hace diez años y todavía sigo viendo noticia en sucesos que no tienen muertos ni tiradores de película con rifle semiautomático desde una torre en Las Vegas. Es decir: no me he acostumbrado.

Hace unos días hubo otro tiroteo junto al estadio de béisbol de Washington DC. Pararon el encuentro, hubo pánico. Hay un vídeo de una niña de ocho años a la que le preguntan después si pasó miedo y ella dice, sin pestañear: “Yo ya sabía lo que tenía que hacer, es mi segundo tiroteo”. Ocho años.

Es Estados Unidos. El país capaz de todo lo mejor y de todo lo peor. Un país donde hay más armas que personas y donde en los colegios se enseña cómo sobrevivir a un tiroteo y donde a muchos millones de votantes todo esto no les parece una aberración inaceptable.