Mi amigo Rafa, aparte de ser muy sevillista y muy de derechas, es sargento de primera en la Legión española, por lo que a lo largo de su vida se ha encontrado en la difícil tesitura de tener que posar la bota en algunos sitios muy poco recomendables y a los que nadie más quiere ir.

No puede ser un chicarrón del norte, porque es cordobés de Lucena, pero con su más de metro noventa y esos casi cien kilos de peso, el bueno de Rafa deja a Maluma, Mario Casas, Cristiano Ronaldo y al resto de “empotreitors” descafeinados, sin alcohol, sin azúcar y con cero por ciento de materia grasa a la altura de los siete enanitos del cuento de Blancanieves.

Las tartas de cumpleaños nunca son demasiadas. Y hacer uso del cinturón de seguridad y de la mascarilla, en todo momento, para conseguirlo, no me parece que sea un peaje tan caro

A buen seguro que seguiría teniendo la misma imagen de chulito arrogante y de alguien que impone respeto o miedo o las dos cosas a la vez, aunque se pusiera un pijama de Winnie the Pooh. Y es que mientras algunos tienen que esforzarse por interpretar el papel de tipos duros, otros simplemente lo son.

Desconozco si Rafa se ha leído el famoso libro Comunicación no Verbal de la profesora Flora Davis, aunque tampoco le hace falta. Porque todo en él, su metalenguaje, la expresión corporal, su actitud, la forma en que se mueve por la vida, componen una fea señal roja de advertencia: Piénsatelo muy bien.

Pues resulta que entre despliegue y despliegue, o entre divorcio y divorcio, qué fue antes el huevo o la gallina, un buen día a Rafa se le ocurrió conducir hasta Ancha es Castilla para poder rebatir, sobre el terreno, mi teoría de que vivir entre ovejas es un oficio bastante más salvaje que la vida en las milicias.

Y fue entonces, justo en el momento en el que recién subidos a suToyota Hilux para iniciar el regreso de la nave ovejuna a casa, apenas si son trescientos metros y por camino de tierra, lo primero que hizo Rafa fue abrocharse el cinturón de seguridad, un hecho que nos dejó a todos descolocados.

Seguridad, qué bonito nombre tienes.

Reconozco que siempre me había buscado las excusas más insensatas y pueriles para auto justificarme por no usar el cinturón en los trayectos cortos. Igual que reconozco que desde aquel mismo día, imito el gesto de mi amigo cual mono amaestrado.

Si un chicarrón del sur como Rafa, que parece a todas luces irrompible, y que por su oficio ha tenido que pasar las de Caín, y después se las ha tenido que ver y desear para recorrer algunos de los nueve círculos del infierno de Dante, prioriza su seguridad, pone en valor el propio pellejo por encima de todas las cosas, y se abrocha el cinturón nada más subir a un coche, aunque sea para realizar un trayecto mínimo e inofensivo, quién carajo soy yo para no hacer lo mismo.

Y cuando hablo del cinturón de seguridad en el coche, lo hago extensivo a la mascarilla contra el SARS-Cov-2. Hay una ley reciente en la que se nos permite la posibilidad de prescindir del cubrebocas en espacios abiertos, mientras podamos mantener una distancia social prudencial con respecto a los demás.

Antes del 2020, cuando viajabas por el mundo podías distinguir a un turista japonés porque era el único que portaba en todo momento su mascarilla quirúrgica. Acostumbraba a pensar que lo hacían por respeto al prójimo, para no contaminarlo con las bacterias que todos expulsamos con la respiración, pero según he podido leer recientemente, esta es una saludable costumbre que prorrogaron después de los excelentes resultados que el barbijo proporcionó frente a la brutal gripe de 1918.

Las leyes son de obligado cumplimiento para todos, mientras que anteponer la seguridad a la comodidad y mantener un comportamiento responsable son decisiones personales. Por eso me he apuntado sin reservas al conservacionismo de mi amigo Rafa: cinturón de seguridad en el coche y mascarilla más distancia social en público. En todo momento.

Desde chica siempre he tenido mucha prisa por crecer, por saber que se escondía detrás de ese privilegio que entonces presuponía que conllevaba el ser adulto. Ahora ya, con casi cincuenta tacos, sigo con la misma curiosidad insana por conocer, no en vano estudié Periodismo. Aunque, eso sí, con un poco menos de prisa por envejecer.

Pero a pesar de las canas y arrugas, los dolores, la artrosis, las carnes colganderas y todo lo que sea que lleve aparejado el cumplir años, lo principal es que quiero seguir disfrutando de más tartas de cumpleaños. Las tartas de cumpleaños nunca son demasiadas. Y hacer uso del cinturón de seguridad y de la mascarilla, en todo momento, para conseguirlo, no me parece que sea un peaje tan caro a pagar para lograrlo. Así que, despacito y buena letra.