“Gracias por la propuesta, pero con esta situación tan complicada, no podemos arriesgarnos”. Esta es la respuesta más habitual que ha recibido el sector profesional de la cultura y el espectáculo de Zamora de parte de alcaldes y entidades organizadoras de todo tipo de actividades propias del verano. La pandemia, que ha supuesto una encrucijada para la sociedad en general, ha sido especialmente cruel con aquellos oficios que escapan a los ERTE y al resto de medidas públicas compensatorias por su singular naturaleza.

Se trata de un conjunto variopinto de trabajadores que van desde los cantantes y grupos musicales hasta los DJ’s y las orquestas, pasando por magos, cuentacuentos y, en definitiva, los llamados programadores y agitadores culturales. El periodo de máxima actividad, el que supone el 90% de su facturación, discurre entre los meses de mayo y octubre, y la mayor parte de ellos son autónomos. Su razón de ser -distraer, divertir y transmitir conocimiento- se desarrolla en un ámbito muy concreto, el espacio público, el de la socialización. Presa directa y fácil, pues, para el COVID.

Después de un confinamiento durísimo para la sociedad, la cultura en Zamora afrontaba el verano con la esperanza de poder desarrollar su actividad en mayor o menor medida. Reconocen que “había muy buena voluntad por parte de alcaldes y concejales de Cultura” para compensar la prohibición de las fiestas patronales con las llamadas semanas culturales… pero “se encontraron con la dura realidad”. La aparición de brotes del virus en la comunidad acabaría por llegar a la provincia, mientras el alarmante crecimiento de contagios en todo el país no hacía sino provocar desconcierto, desánimo y, sobre todo, miedo.

Donde se ha mantenido un calendario de actividades con una cierta continuidad, como en la capital, los eventos se han desarrollado garantizando la seguridad sobre tres pilares: aforos reducidos, distancia entre localidades y gel hidroalcohólico. Sin embargo, la situación se ha complicado en los pueblos, particularmente en los más pequeños. El miedo al contagio y la falta de una infraestructura que garantizara dicha seguridad frente al coronavirus ha hecho optar a los regidores por la prudencia: ese “no podemos arriesgarnos”.

Calculan los profesionales del área que más de un 60% de los municipios de Zamora han visto reducidos sus “veranos culturales” prácticamente a cero. Por el miedo, pero también por la incertidumbre: no han contado con unas directrices claras a la hora de organizar cualquier tipo de acto. Si este desconcierto se une al elevado volumen de población de los núcleos más turísticos de la provincia, la idea de brotes y contagios masivos ha terminado por desactivar cualquier tipo de iniciativa.

Pero si difícil es la situación económica por la que atraviesa la profesión, el caso más sangrante es el que afecta al espectáculo, a las orquestas y a las llamadas discomóviles, que tan de moda se han puesto en los pueblos zamoranos. En el conjunto del país hay más de 1.500 orquestas y solo en Galicia, donde proliferan sin cesar, alcanzan una facturación superior a los 25 millones de euros. “La situación es desastrosa”, confesaba en las páginas de este diario el grupo benaventano Top Líder. Es fácil entender el drama de las formaciones que tenían la agenda del verano cerrada al 90% antes de la irrupción de la pandemia y han visto cómo se cancelaban todas sus citas. En principio, no volverán a facturar un solo euro hasta mayo de 2021. 

Duro golpe para trabajadores que se esfuerzan en invierno preparando un verano que no ha llegado… y que ya no va a hacerlo. Las soluciones alternativas, como el control del aforo, han servido para grupos de música, pero no para las discomóviles ni las orquestas, cuya esencia se basa en un contacto social prohibido hoy por hoy.

En Zamora, la parte del sector que sí podía beneficiarse de esos espacios reducidos para continuar con su actividad ha luchado sin descanso para salir adelante. Aun así, han echado en falta iniciativas de otras comunidades y provincias, como los llamados “itinerarios culturales seguros”. Una propuesta que requiere de la colaboración entre instituciones para dar apoyo en infraestructuras y seguridad a aquellos pueblos y entidades que sí desean ofrecer a sus vecinos una alternativa cultural, pero no se atreven a llevarla a cabo. 

De cualquier modo, no debe permitirse que un sector como el de la cultura y el espectáculo, que habitualmente ha quedado a la cola en sucesivas crisis, se sitúe de nuevo al margen del rescate y de la recuperación económica. Medidas públicas hay si hay voluntad, porque, desafortunadamente, la iniciativa privada y la venta de localidades son incapaces en la actualidad de sostener su futuro. El confinamiento obligado por el COVID ha demostrado que no solo es esencial garantizar las necesidades más básicas a los ciudadanos, sino que la cultura, las actividades más lúdicas o el espectáculo suponen ese otro alimento, más espiritual, inherente a la naturaleza humana.