Esa es una de las frases pronunciadas por Torrente, aquel personaje creado por Santiago Segura, que pone de manifiesto el perfil de un individuo "grosero, sexista y racista, un personaje despreciable que solo se preocupa de sí mismo", según rezaban las críticas de "Torrente, el brazo tonto de la ley", la primera de una saga de cinco películas que procuraron pingües beneficios a sus promotores. Estaba aquella escena ambientada en una noche cualquiera, y Torrente patrullaba en su achacoso automóvil, por una calle cualquiera, mientras sonaba de fondo aquella casposa canción de "Apatrullando la ciudad", interpretada por El Fary, cuando, a la vuelta de una esquina sorprendió a una pareja, en la que el chico golpeaba brutalmente a su pareja; fue ese el momento en el que el degenerado detective le dijo a su cenutrio acompañante: "Mira qué par de tortolitos". Tal escena, definía, en pocos segundos, el perfil del individuo en cuestión, que, por cierto, era el personaje central de la película.

Aquello se trataba de una ficción, de algo irreal que, lejos de tratar de ensalzar a aquel impresentable, lo cubría de mierda y desprecio ante los espectadores. Pero, lo cierto es que el sucedido en cuestión, del que eran protagonistas aquel observador abstruso y un maltratador sin escrúpulos, se repite en la vida real en demasiadas ocasiones, aunque sean otros los ingredientes que acompañen la escena. Porque se da el caso que el feo, sucio y seboso personaje, es sustituido por otro atractivo, culto y bien aseado, incluso con dinero para aburrir a una comuna de cuarentones. Y, en esa ocasión, la sociedad no suele reaccionar de la misma manera, con asco y condena, sino con determinada benevolencia, como si el hecho de estar envueltos, personaje y ambientación, en papel de celofán, conformaran una escena diferente.

Y es que los delincuentes de elegante pelaje, que cuentan con posibles, tienen la posibilidad de contratar a un destacado bufete de abogados que le lleve el caso, de manera ladina, si fuera menester, para, finalmente, acabar siendo "no culpable", que no debería ser lo mismo que "inocente", pues cuando protagonizan tales actos saben muy bien lo que están haciendo.

Desafortunadamente, estos últimos casos son comunes a distintos tipos de individuos, desde deportistas de élite - incluyendo destacados jugadores de fútbol - a actores o directores de cine famosos. Unos y otros, difícilmente llegan ser declarados culpables, y por tanto no suelen dar con sus huesos en la cárcel, aunque para conseguirlo hayan tenido que desembolsar un pastón de aquí te espero. De manera que esos deplorables actos aderezados con una campaña publicitaria, que lave con lejía la miseria del personaje, pueden llegar a justificar lo injustificable, y a servir para que ese tipo de individuos continúe siendo un ejemplo para una sociedad que está dispuesta a seguir admirándolos. Así que, borrón y cuenta nueva, y el domingo a aplaudir al futbolista o a a ir a ver una peli del maltratador hollywoodense, y aquí no ha pasado nada, porque una cosa es su trabajo y otra su vida privada, como dicen algunos.

Cierto es que, en los casos de presuntos maltratadores con mucha pasta, siempre quedará la duda de si la presunta víctima ha dicho la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, como se exige en los juicios que vemos en las películas americanas. Porque son demasiados los nombres de famosos que se han relacionado con este tipo de sucesos. Así, los actores Charlie Sheen, Josh Brolin, Mel Gibson, Mickey Rourke, el poeta Ted Hughes, el periodista (Con dos premios Pulitzer) Norman Mailer, el boxeador Mike Tyson, el músico Tommy Lee o el futbolista Van der Vaart, son algunos de ellos. En España tampoco nos libramos de tener casos similares, y algunos estudiosos dicen que, en ocho, de cada diez casos juzgados, los acusados han sido declarados culpables.

Lo cierto es que se puede estar seguro de la culpabilidad real de los acusados: en el caso que éstos resulten condenados, pero, sobre el resto, siempre quedará la duda de si eran realmente inocentes o, simplemente, que los abogados defensores estuvieron más acertados que los jueces.