Hasta ahora no ha sido posible ver a un partido político reconociendo algún acierto de otro partido diferente al suyo, y menos aún si se trata de alguno de competencia directa, muestra irrefutable de que no pelean por los intereses de los ciudadanos, a los que dicen representar, sino por la ambición de manejar el cotarro. Tan difícil es hacer todas las cosas mal, como hacerlas siempre bien; la estadística lo demuestra, y el sentido común lo ratifica. Pero a los partidos les importa un bledo la bondad o maldad de los hechos, el acierto o no de las decisiones, de ahí que, en cuando encuentran ocasión, tratan de desacreditar o hacer desaparecer cualquier vestigio de lo que su rival haya sido capaz de hacer, ya sea en el ayuntamiento, en las Cortes, en el Gobierno de la Nación, o en su comunidad autónoma. Todo vale, con tal de restar votos al contrario. Todo vale, incluidas las falsedades o las medias verdades.

En las campañas electorales anticipan no tanto cosas nuevas que lleven su sello, sino la promesa de eliminar algo hecho por el partido anterior, sin considerar que ha costado dinero y que ese dinero ha salido del bolsillo de los ciudadanos. No cabe mayor disparate que presumir de tirar el dinero de los administrados al cubo de la basura, ni tampoco mayor mezquindad. Porque lo de quitar y poner supone gastar el doble del presupuesto.

Buena muestra de ello es la actuación del Partido Popular, respecto al controvertido tema del "Madrid Central" en la capital de España - nombre con que se ha denominado al centro neurálgico de la ciudad - en la que el equipo de gobierno anterior estaba tratando de rebajar los índices de la contaminación atmosférica, mediante la reducción del tráfico de vehículos. Ya lo anticiparon antes de desembarcar en el Ayuntamiento, y ahora que han llegado lo corroboran eliminando las multas a quienes circulen indebidamente por la zona.

Quizás sea esa medida, la del "Madrid Central", la única que, junto al "lavado de cara" de la Gran Vía, haya llevado a cabo el gobierno de Carmena en la legislatura que acaba de terminar, porque el resto del trabajo ha sido tan rutinario como el pagar a los bancos parte de la deuda municipal. Así que, para una cosa que habían llegado a mejorar, llega el equipo municipal siguiente y lo desmonta. Algún mal pensado dice que es para volver a la situación que existía antes de la llegada de los Podemitas, hace cuatro años, o sea, para eliminar las estaciones que registren índices contaminantes superiores al máximo admisible, o para cambiarlas de sitio, como gustaba hacer a la alcaldesa Botella, al objeto de no dejar rastro. Y mientras tanto, los engañados madrileños a seguir respirando CO2 y óxido de nitrógeno.

Se entendería que trataran de mejorar el plan actual potenciándolo, o sustituyéndolo por otro más eficaz, pero nada de ello ha sido anunciado. Mientras tanto, otras ciudades europeas como París, Londres o Berlín, con altos índices de contaminación, ya han ido tomando medidas al respecto. El pago de un peaje por circular por el centro ha sido aplicado en determinadas localidades, pero eso no pareció gustarle a la alcaldesa Carmena, probablemente por considerarlo discriminatorio para los contaminadores económicamente menos pudientes.

Cualquier cambio en los usos y costumbres de las ciudades ha sido siempre tacado, aunque, a la larga, haya demostrado ser positivo. Y si no, recuérdese el follón que se montó en Zamora cuando se peatonalizaron las calles de Santa Clara y San Torcuato.

En el caso de "Madrid Central", si lo que publican diferentes medios fuese cierto, el plan anticontaminación de Madrid habría conseguido rebajar los índices de óxido de nitrógeno en 14 de las 24 estaciones que lo controlan, lo que querría decir que, si bien no será el vellocino de oro, al menos será parte del camino que hay que recorrer, ya que, entre otras cosas, la espada de Bruselas pende sobre Madrid, y una multa de 500 millones de euros puede caerle encima en cualquier momento.

Otras soluciones podrían ser válidas, pero la única que no es de recibo, es dejar Madrid a merced de los elementos, permitiendo que el óxido de nitrógeno y el CO2, campen por sus respetos. Eliminar una medida anticontaminación sin poner en práctica otra alternativa, es una frivolidad impropia de cualquier gobernante, y una constatación de que es imposible que un partido político llegue a reconocer los aciertos de otro.