El tema de la EBAU (o EvAU, según las comunidades, lo que ya dice mucho del disparate) en estas fechas es como la salmonelosis, ocupa espacios en los medios de comunicación y después desaparece hasta el próximo verano. Si a esto le añadimos que estamos en proceso de configuración de pactos de gobierno, la presencia en los medios se acrecienta pues, como es habitual y trágico en todo lo tocante a la educación, los políticos no desaprovechan la educación como arma electoral o de pactos, aunque luego se desentiendan o legislen de manera obtusa. A los que llevamos años denunciando la injusticia del sistema de acceso a la universidad en España no nos disgusta el clímax que se está viviendo en estos días, pero sí nos preocupa que sea más de lo mismo para mantener lo mismo.

Allá cada cual con los análisis y posturas que adopte frente a este tema, pero me parece esencial que hagamos algunas precisiones antes de posicionarnos en soluciones, si es que hacen falta (algunos rectores y consejeros de educación están encantados con el sistema actual).

En primer lugar, la cuestión no es hablar de si el examen en unas comunidades es más fácil que en otras. Esto no solo conduce, aunque da mucho juego político, a obviar cuestiones como el reparto del talento, sino a considerar que algunas comunidades elaboran los exámenes de manera torticera, o que, lo que ya es de una gravedad inusitada, los alumnos de unas comunidades son más torpes que los de otras. El tema, por tanto, no es la mayor o menor dificultad, sino la manifiesta desigualdad en los estándares de aprendizaje (el volumen que los alumnos han de estudiar, pues los fijados por el Ministerio son más recomendaciones que órdenes, con lo que es más del 30% lo que acaba estando en manos de las comunidades), los criterios de corrección, sirva de ejemplo la disparidad en cuanto a la ortografía, o el formato del examen, tanto en cómo se pregunta y cuántas preguntas. Y todo ello cuando estamos ante un distrito universitario único; es decir, cualquier alumno puede acceder a la universidad que desee siempre que le dé la nota de corte.

En segundo lugar, es falso que la EBAU suponga un 40% de la nota, y lo es porque los alumnos que optan a los grados que exigen más nota puntúan sobre 14 puntos, no sobre 10; es decir, que el peso de los días de examen de la EBAU ronda el 50%, lo que no es baladí.

En tercer lugar, conviene saber que hay un curriculum oculto. Todos los años, los coordinadores de cada asignatura y de cada universidad se reúnen con los profesores de 2º de Bachillerato de los centros, públicos, privados y concertados adscritos a su universidad para dar algunas pautas respecto al examen de EBAU. Evidentemente, estas pautas y matizaciones se transmiten de manera oral, pero van desde la supresión de temas para el examen, precisiones sobre la formulación de determinadas preguntas, apuntes sobre cómo responder otras y cuestiones sobre criterios de corrección a tener en cuenta. Y a esto hay que añadir el más que mejorable control sobre la aplicación que los correctores hacen de las plantillas de corrección que se les facilitan.

En cuarto lugar, es importante hablar de factores socioeconómicos. Que un alumno se vea forzado a abandonar su comunidad para estudiar en otra supone un desembolso económico sustancioso que no todas las familias pueden permitirse y no digamos si la solución final acaba siendo una universidad privada. Pero, además, supone una pérdida de talento y de profesionales para determinadas regiones, que ven cómo los universitarios en ellas formados por considerarlas más prestigiosas no desarrollan su actividad profesional ahí, sino que vuelven a sus lugares de origen en detrimento de quienes no han podido afrontar los costes de estudiar fuera, o no han alcanzado la nota más exigente en su comunidad.

Por último, hay una politización de educación y de la EBAU, como se muestra en los medios de comunicación en estos días. Con independencia de las posturas que manifiesten ahora en los medios, debería sonrojarles su historia. En estos cuarenta años de democracia, ni PSOE ni PP, con sus mayorías absolutas, han movido un solo dedo para rectificar este sistema desigual e injusto. Que la actual ministra de educación en funciones reconozca que hay "dificultades diferentes" es un insulto a quienes llevamos años peleando con este tema, máxime cuando el borrador de decreto ley sobre educación que el gobierno socialista no se atrevió a aprobar en los famosos viernes sociales no contiene ni un solo cambio o matiz sobre el actual sistema de EBAU.

Defender, como hacen algunos rectores o vicerrectores, como el de la Complutense, que el actual sistema lleva cuarenta años funcionando bien es ignorar lo que vengo comentando, pero es también obviar que este sistema, tan exigente en cuanto a notas de corte en determinados grados, no impide que, según el Informe sobre el panorama universitario elaborado por el Ministerio de Educación, abandonen la universidad en torno al 19% de los alumnos el primer año, con un coste de más de 1500 millones de euros para el erario público, sin contar el impacto de fracaso que supone.

Indudablemente, no seré yo quien culpe de este abandono en exclusiva al sistema de acceso, pero sí digo que un sistema que contribuye a esta situación, que no valora ni competencias ni capacidades, cuando es lo que trabajamos en las aulas de los colegios e institutos, que no da cabida a las nuevas tecnologías y que menosprecia a los alumnos con necesidades especiales dándoles solo algo más de tiempo, y según qué comunidades, merece, cuanto menos, una profunda revisión si no queremos perpetuar la injusticia. Y esta revisión, en mi opinión, pasa o por un examen único y objetivo, como defendemos desde la Asociación, o, como apunta la Dra. Cristina Rueda, autora del Informe Manu, por la introducción de un factor de corrección mediante percentiles que nivele los resultados de los alumnos con independencia de la forma en que los han obtenido, tal y como se hace para el acceso a universidades extranjeras.

Todo lo que no sea acercarse a este asunto con conocimiento, seriedad, justicia y apuesta firme por premiar el talento para crear mejores profesionales es condenar a nuestra sociedad a la mediocridad.

(*) Profesor de Bachillerato y miembro de la Asociación por un Acceso a la Universidad en Igualdad.