La muerte es la cara oculta de la vida. Nuestro destino trágico es dejar el espacio que hemos vivido desde el momento en que nos lanzaron a recorrer ese camino misterioso que empieza un día y cuyo final es una incógnita. Solemos vivir pendientes del día a día, disfrutando o también malgastando cada minuto que pasa, absortos en nuestras preocupaciones de la vida cotidiana, y no solemos estar preparados para la llegada al punto final. Lo curioso es que cuando nos topamos con la muerte de cerca por la ausencia de un ser querido, ya sea un amigo, un familiar o un conocido, sentimos una extraña sensación que, como escribía hace unos días, nos hace replantearnos las cosas importantes de la vida, hasta que, mucho antes que después, volvemos a la vorágine del día a día, sin prestar mucha atención a todas esas cosas que cuando, estamos dentro de los tanatarios o en sus puertas de entrada, tomando un pitillo o simplemente intercambiando algunas palabras, hemos comentado con quienes nos acompañan en esos momentos tan especiales.

En esos instantes es cuando se suelen compartir recuerdos y vivencias. En muchos casos, esas historias regresan de nuevo porque, tras algunos años de ausencia o de olvidos, vuelves a encontrarte con personas que formaron parte de algún momento de tu infancia o juventud, con rostros de vecinos que veías pasear por las calles del pueblo, tirando por un carretillo repleto de cántaras de leche o subidos a un tractor, dispuestos a comerse el mundo o lo que hiciera falta. Pasados los años, cuando uno se encuentra con estas personas y en las conversaciones de urgencia aterrizan tantos y tantos recuerdos, es lógico hacer balance de los años vividos e interrogarse por si realmente valió la pena dedicar tanto tiempo, tantas energías y tantos esfuerzos a muchas de las cosas de la vida. Y la respuesta suele ser que no, que cuando nos tropezamos de cerca con la muerte y hacemos controles de urgencia, lo habitual es llegar a esa terrible conclusión: tiempos malgastados e ilusiones rotas que han terminado en el contenedor de la basura.

La buena noticia es que en muchas ocasiones esos balances sirven para algo. Conozco a muchas personas que han logrado reconducir el camino que estaban acostumbrados a recorrer todos los días o que simplemente han logrado recuperar gran parte del tiempo perdido. Sin embargo, la mala noticia es que, con mucha más frecuencia de lo deseado, lo habitual es retornar a las andadas. Hasta que volvemos a encontrarnos de nuevo con la muerte y, junto a ella, regresan los mismos interrogantes y las mismas dudas de siempre. Todas estas cuestiones han formado parte de mis pensamientos durante los últimos días, motivadas precisamente por las muertes de varias personas muy próximas a quien esto escribe. En estos momentos de reflexión, he llegado a una conclusión: la muerte nos hace mucho más humanos. Y, tal vez por ello, la muerte sea una buena consejera para seguir enfrentando los retos de la vida cotidiana. En cualquier caso, si nuestro destino trágico es la muerte, al menos que nos pille con las alforjas repletas de cosas positivas.