Cada cual puede hacer el experimento por sí mismo: que se añada cinco hermanos en su infancia y trate de averiguar cómo hubiese sido su vida. Es un curioso ejercicio, aunque no pase de eso.

En mi caso, con cinco hermanos más, no hubiese podido tener mi propio espacio para leer, ni silencio para dedicarme a actividades intelectuales, ni oportunidad de ampliar mis estudios más allá del bachillerato. No éramos pobres, pero mi familia no se hubiese podido permitir el gasto de que estudiásemos fuera, así que de alguna manera nos habrían imbuido, o nos haríamos convencido nosotros, de la necesidad de ponernos a trabajar cuanto antes.

Con cinco hermanos más, hubiese disfrutado seguramente de una vida social más rica, hubiera ganado otras habilidades, pero sin duda ahora sería mucho más pobre, porque algunas de las cosas que tengo, las he heredado de mis padres o las recibí justo en ese puñetero y crítico momento en que las necesitaba.

¿Pues sabéis que pasa? Que a muchos países les sucede igual. Cuando pasa de 30 millones de habitantes a 100 en menos de cuarenta años (Egipto), o de 55 millones a 190 millones (Nigeria), o de 13 millones a 43 (Argelia), tienes que entender que las cosas no te van a ir bien y que hay dos maneras de reducir la pobreza: o aumentando el numerador, o reduciendo el numerador.

Hablar de distribución de la riqueza, vende entre las izquierdas. Hablar de crecimiento económico, vende entre las derechas. Pero hablar de reducir el denominador, porque en caso contrario no habrá remedio, no vende entre nadie. Nuestra tragedia, la que ya vislumbramos, procede de que unos quieren repartir mejor y otros producir más, pero nadie se preocupa de lo fundamental: el descontrol del número entre los que hay que repartir.

Esto empieza a parecerse a una cena a la que cada cual puede traer todos los amigos que quiera. Hay lo que hay, pero todo el mundo puede traerse a sus tíos, sus primos, sus vecinos... En esas condiciones, da igual cuanto se traiga para cenar o cómo se reparta. Si no hay límite al número de gente que viene a cenar, ni norma alguna al respecto, al final será todo un desastre.

Pero en vez de reconocer el problema del número, vendrán algunos a decirnos que la superpoblación también es culpa nuestra. Y que hay que repartir entre los que vengan. Y que vengan los que tengan que venir. Porque así es la vida. Porque qué le vamos a hacer...

Y así, a fuerza de hacer crecer el denominador, no habrá numerador que lo resista.