Este galimatías semántico, que podía leerse en este periódico hace unos días, es lo último que se les ha ocurrido a los políticos locales: una frase para la historia. Bueno, realmente no lo decían tal cual, sino que "las instituciones deben reaccionar frente a la despoblación". Pero díganme ustedes si las instituciones no son otra cosa que ellos mismos, ya que son los que las dirigen y gobiernan. Porque, de esa lapidaria frase, parecería deducirse que ellos solo pasaban por allí, cuando en realidad, algunos de ellos, llevan en ellas más años que Arias Gonzalo.

Quienes firmaban esa pintoresca sentencia, que solo cabría interpretarse como un síntoma de querer lavarse las manos, eran los mismos que han estado durante décadas mirando para otro lado, y que, ahora, no se sabe bien por qué, les ha dado por reconocer que no han hecho bien los deberes, ni ellos ni sus partidos: ellos por haber antepuesto los intereses de sus siglas a los de los ciudadanos, y sus partidos por haber preferido promocionar otras tierras en detrimento de éstas.

Pero claro, es lo que tiene tomarse los cargos públicos como si fueran un simple puesto de trabajo, un oficio como otro cualquiera, en el que lo que prima es obedecer, sin rechistar, a los superiores, como un obrero respecto a los jefes de la empresa donde trabaja - aunque haya algunos que planten cara - porque de ello depende el sustento de la familia. Mientras la política española siga siendo eso, lo de ocupar un simple puesto de trabajo, no será posible luchar en defensa de los intereses generales, sino solamente de los de cada uno de nosotros. Mientras no se limite el número de mandatos, se continuará repitiendo siempre lo mismo, aunque para ello haya que tragar, en ayunas, los sapos que les apetezca a las cúpulas de los partidos. Y es que un político debería estar exento de estar obligado a actuar como un funcionario, o como un trabajador por cuenta ajena, para poder actuar como un defensor de los ciudadanos. Un cargo político debería ser un paréntesis en la vida de cada uno, en lugar de un seguro de vida, y sus méritos y capacidades tendrían que estar por encima de la mayoría de los ciudadanos. Pero claro si el sistema se basa en querer primar la fidelidad sobre cualquier otro tipo de consideración no queda otro remedio que nombrar los cargos a dedo, y puede suceder que no siempre resulten elegidos los mejores. Así tenemos a presidentes que no dominan idiomas, ni siquiera el inglés, y cuando salen por ahí no se enteran de lo que se cuece entre bambalinas, porque no les llega la traducción simultánea, y se pierden los matices que es lo más importante de detectar en esos foros.

Pues eso, que, volviendo a la chocante frase del principio, ni el alcalde, ni el delegado de la Junta, ni el vicepresidente de la Diputación debieron caer en la cuenta que ellos forman parte de esas instituciones a las que aluden, a no ser que se refirieran solo a las instituciones que ellos no regentan, o a otros dirigentes, o a otros partidos y no a los suyos, cuando dicen que hay que reaccionar.

En este momento, tanto la administración central, como la autonómica y la provincial son más de derechas que el Duero a su paso por "Olivares", pero eso no parece ser suficiente para enderezar las cosas, como tampoco la de intentar aprovechar el tirón de ser el único ayuntamiento comunista en una capital de provincia que, por otra parte, no se ha plegado a tener que ir de monaguillo de otras siglas, a pesar de las presiones recibidas.

Después de tanto rapapolvo, uno siempre debe quedarse con algo positivo, como por ejemplo que han reconocido públicamente el gravísimo problema de la despoblación y que solo podrá paliarse de la mano de las instituciones, de las que, de manera más o menos importante, ellos forman parte. De manera que podría llegar a entenderse que, a partir de ahora, las instituciones zamoranas van a hacerse oír, allí donde estén, allí donde vayan, y de manera especial ante las administraciones central y autonómica. Porque si no, para qué sirve la política.

Al menos, en esta ocasión, han esbozado un "mea culpa", cosa distinta al cuento de Andersen que nos contó hace unos días un senador conservador de la provincia, que decía que Zamora era una privilegiada en las inversiones del PGE, y que aquí están muy bien las cosas merced a los buenos oficios de su partido. Y es que, cuando no se quiere ver la realidad, de nada sirve que nos rodee la evidencia.