Hoy las lecturas de la eucaristía nos invitan a la humildad como remedio contra la soberbia, pecado capital que está en el fondo del pecado original, origen de todos los demás. Soberbia que fue el pecado de Satanás, que es negación de Dios, querer ser como Dios sin contar con Dios, estar por encima de Dios, desobedecer a Dios, quitar a Dios de su trono y ponerme yo; creer que, si existe Dios, soy yo. Es negar el orden establecido por él en todos los ámbitos. Así, la soberbia intelectual rechaza la verdad de la revelación de Dios transmitida a través de la Biblia y la Tradición de la Iglesia, y nos convierte en herejes, creadores de una verdad propia; como si la verdad pudiera crearse...

La soberbia afectiva rechaza el amor comprometido y nos convierte en egoístas incapacitados para el verdadero amor. La soberbia ética rechaza la ley moral natural, que procede de Dios, y nos convierte en legisladores de nuevas (pero falsas y depravadas) normas morales, como el aborto. La soberbia de la falta de fe en Dios y en los demás nos convierte en individualistas autosuficientes, demasiado confiados de nosotros mismos. La soberbia estética rechaza la belleza natural de lo creado, y nos convierte en jueces de cánones de belleza pervertidos que aplauden las mamarrachadas de algunos "artistas" de hoy. La soberbia científica y técnica rechaza el orden del universo, convirtiéndonos en transgresores de las leyes naturales, destruyéndolo (contaminación) y destruyendo al ser humano con él (manipulación genética, vientres de alquiler, inseminación artificial?).

La soberbia económica rechaza el trabajo como algo que dignifica al hombre, y nos convierte en jefes y empleados despiadados, que abusan del obrero o que le roban al amo. La soberbia sexual rechaza el orden de amor entre el hombre y la mujer; unas veces exagera las diferencias varón-mujer, convirtiendo al varón en un macho dominante y a la mujer en una "femme fatale"; otras, las elimina, destruyendo la complementariedad sexual, pariendo la ideología de género. La soberbia política rechaza el poder como procedente de Dios, y pretende legislar leyes inicuas contrarias al bien común, con la excusa de que se votan en el Parlamento. La soberbia antihumanista rechaza la grandeza de la dignidad humana creada por Dios, y nos convierte en adoradores de animales, animalizando al ser humano.

Todo pecado es de soberbia. Agachemos, pues, la cabeza. Humillémonos ante Dios, dejemos que Dios sea Dios y que el hombre sea hombre.