Mientras el hondo mar gime en los brazos fuertes de las olas, en profundos y largos surcos plateados. Mientras las roncas trompas de los vientos ululan poderosas imprimiendo a su quilla afilada el movimiento apresurado en las gruesas velas de mi nave, yo, marinero de agua dulce, sobre el mar furioso a la intemperie del tiempo, ausente de mí mismo, abrazo su sombra y el vacío de todo pensamiento que acarician la espuma de sus aguas. Entonces, sobre mi pobre barca, los cristales rugientes de las olas cantan la canción de las sirenas en la soledad de las blancas velas de mis ansias.

Cuando en los charcos de corales de mi anhelo, los océanos de estrellas se hacen visibles en los relámpagos del frágil aljeifer de la plenitud de la esperada aurora de mi ánima, siento la canción de las olas rompiendo en la roca fuerte de mi alma enamorada. Es entonces cuando te siendo venir sobre la blanca espuma de los mares como una alucinación ideal, iluminada.

Como una eternidad del día, como una espera de nuevos horizontes de dilatada fuente de alegrías. Y tú, mi única lluvia del trigo de mis labios, llegas hasta mí, con los océanos de estrellas de tus ojos, y habitas para siempre en la mar calmada del oleaje de mis sueños. Y te quedas en las alas claras extendidas de la casa, con el temblor de la caricia tierna, manantial que brota de la luz de un beso tuyo, en esta vida que ya, mansamente, no es solo mía, sino dualidad del amor en la alameda adonde las hojas nuestras caerán silenciosas, mientras los vientos que ululan poderosos pasan rozándonos, sin salpicar la roca poderosa de mi alma.

Y donde así, este marinero de agua dulce podrá atracar para siempre la barquilla de su vida en el seguro y libre puerto de la maravilla eterna de tus ansias.