Conocemos muy bien el desastre que se produjo para España en 1898. La nación, "en cuyos dominios no se ponía el sol", según se decía en los tiempos de Felipe II, quedó reducida a poco más que la metrópoli de aquel vasto imperio. Nacieron las naciones iberoamericanas, que han seguido proclamando a España "la madre patria"; pero que han ido distanciándose, poco a poco, hasta llegar -algunas, si bien muy pocas- a considerar a la antigua "madre" como una infeliz "madrastra", cuyo trato puede producir merma sensible en la arriesgada nación de trato próximo a España. Después de aquella pérdida en la América española, se fue perdiendo, poco a poco también, el dominio sobre plazas de la vecina África. Dejó de oírse el español a diario en casi todas y fue sustituyéndose por otros idiomas de países más o menos cercanos a España, llevándose, detrás del idioma, la influencia en todos los campos de la vida.

Hay una de estas jóvenes naciones que conserva, como un tesoro no enajenable, la lengua de Cervantes; la única en toda África. Nos sorprende, muy agradablemente, oír en Madrid un perfecto castellano pronunciado por una persona de rostro oscuro. Sin pensarlo siquiera, vamos con la imaginación a un pequeño país -parte islas y parte continental africano- que está situado en África Occidental, bastante por encima de donde el Océano Atlántico comienza a hacer un gran entrante en la inmensa África. Y en efecto se trata de un guineano o guineana. ¡Qué placer escuchar castellano en quien parece uno más de este universo que nos está invadiendo! Muy gustosamente trabamos conversación con esa persona hermana, que nos habla, con el natural entusiasmo, de su país y de los importantísimos logros que van consiguiendo en los distintos órdenes de la vida. Cautiva nuestro interés y oímos embelesados hablar de los aeropuertos, de las autopistas y otros caminos menos importantes, de los puertos que se van construyendo, de los edificios urbanos con alturas iguales a las de muchos de los que se ven por nuestras calles. Y refiere, con claro placer, los avances llevados desde España, allá por los años 80 del siglo pasado, en materia de ayuda educativa, cultural y sanitaria.

Pero también nos avisa, con el consiguiente dolor, del proceso de avance en otros campos, en el que otras naciones se han adelantado a España. Como es norma corriente en algunos países, han llegado a Guinea Ecuatorial con el ánimo lucrativo que llevaron a la práctica en algunas otras partes, de donde han sido expulsados más o menos violentamente.

Afortunadamente el Gobierno español ha dejado aparte los prejuicios, que motivó en el pasado el régimen dictatorial del presidente guineano. Las relaciones diplomáticas se han reforzado, como testimonia la embajadora de Guinea Ecuatorial en España, doña Purificación Angue Ondo con estas entrañables palabras: "A España no hay que olvidarla, es nuestra madre". (¡Como nos recuerda esta frase aquello de la "madre patria" que se decía en América!). Este entendimiento conduce a la colaboración que ambos gobiernos, el español y el guineano, dirigen hacia una "formación técnica y la transmisión de conocimientos para favorecer el desarrollo de los recursos humanos del país" (ABC del 16 de diciembre). Queda ahora que entren en Guinea Ecuatorial las grandes empresas españolas, que trasladen a la nación hermana la experiencia reconocida en sectores como la construcción, la educación o la sanidad.

Hay para este avance, que puede ser espectacular, dos elementos muy importantes que sitúan a España en la cabeza de posibles aspirantes: La lengua común, que es un factor importantísimo, y la similitud acusada del marco legal que existe en España y, también, como alto recuerdo de los tiempos coloniales en la misma Guinea Ecuatorial. Los recursos naturales, como el importantísimo del petróleo, ayudarán a la realización. Y será un acicate para beneficio de los dos países que los eficaces -por experimentados- trabajadores españoles tendrán el trabajo tan buscado mucho más cercano que el que ahora los lleva a la lejanísima Australia. Ayudando a la hermana Guinea Ecuatorial, España podrá hallar solución a uno de sus más acuciantes problemas: el espantoso problema del desempleo.