En la Sierra de la Culebra, Sanabria y zonas aledañas han puesto restaurantes para ciervos, corzos, venados y demás. Gratis total. Los animalitos entran en los establecimientos, eligen menú, rustren a gusto, echan un par de eructos, estiercan y se vuelven a sus casas con la barriga llena y la satisfacción del deber cumplido. Hay algunos que dan las gracias a los lugareños por la colación; otros ni eso, maleducados que son. Pero todos están encantados con el trato recibido. No se cambian por los hombres y mujeres de la zona ni hartos de grifa. ¡Cómo vivirán de bien que algunos cérvidos, los más instruidos, han escrito a sus parientes lejanos animándoles a que se trasladen aquí! Un chollo -les dicen-, esto es una bicoca; un montón de gente cavando, sembrando, plantando y podando durante meses y meses para que luego llegues tú a mesa puesta y cenes a cuerpo de rey, sin problemas.

-Ponle también -añade un macho entrado en años- que si se les ocurre hacerte algo, vamos con el cuento a la Junta, y se les cae el pelo. A nosotros no nos pasa nada por mucho daño que hagamos, pero a ellos, ay a ellos?

Así que Cional, Codesal, Sagallos, Linarejos se están llenando de ciervos. Entre los autóctonos y los del "efecto llamada" aquello parece la película de Bambi en sus escenas corales menos lacrimosas. Cualquier día se juntan todos los ungulados, acuerdan expulsar a las personas y vemos a los de La Carballeda buscando refugio en domicilios de familiares y amigos de otras partes de la provincia o de la misma España. Un éxodo raro que daría mucho que hablar en el extranjero.

-¿Y usted pog qué igse de su tiega, de su pueblo?, preguntaría un reportero francés.

-Es que los ciervos me han echado de casa. Yo estaba tan tranquilo sentado en el escaño, atizando la lumbre cuando llegaron varios bichos y uno, el que mandaba, me berreó "a la puta calle" y cualquiera le llevaba la contraria con los cuernazos que tenía.

Así que aquí me tiene, con lo puesto y una muda para los domingos, respondería el señor Salvífico con la voz entrecortada.

En realidad, es lo único que les falta a las gentes de Cional, que los ciervos les echen de casa. El excelente reportaje, firmado por J. A. García, publicado el 11 de agosto en este periódico no puede ser más revelador. Los animalitos, la fauna salvaje, se están comiendo todo: tomates, pimientos, calabacines, manzanas? Entran al supermercado de frutas y hortalizas "Todo a cero" y llenan el bandujo sin importarles ni vallas ni espantapájaros ni los más variados artilugios que los vecinos colocan en las trincheras, tales como somieres, palos, botellas vacías y hasta bolsas de El Corte Inglés, que parece que dan más glamour a los árboles. Y la gente, claro, se harta. Y protesta. Pero, de momento, puede hacer poco más porque está rodeada, indefensa. Los mamíferos de cuatro patas, los que andan por la sierra, se meriendan sus productos y los otros mamíferos, los de dos patas, los que andan por los despachos, miran para otro lado y cantan a coro la famosa canción que lleva por título "Pío, pío que yo no he sido".

-Y si usted reclama, no digo yo que se rían, pero casi; venga papeles y papeles, venga viajes y, al final, tres pesetas al cabo de tres años, que tardan más en pagar los destrozos que una tortuga en dar la vuelta al mundo, le diría el señor Salvífico al periodista gabacho.

Y lo que se aplica a los ciervos puede valer también para los jabalíes, los lobos y el oso que patrulla por Muelas de los Caballeros. O sea, que la Junta abona mal, tarde o nunca los daños de los bichos silvestres. Y hace falta echar cuarenta instancias, demostrar no sé cuántas cosas y hasta llevar el DNI de los venados para que te hagan caso. Y el personal se cansa. Y deja de sembrar. O vende las ovejas y abandona tierras y explotaciones porque ya no puede más. Y los pueblos se despueblan. Y, claro, los animalitos tan contentos. Todo el espacio para ellos. Y, encima, si tienen la desgracia de provocar un accidente de tráfico, pagan los conductores; ni el coto ni la reserva, los conductores. Cualquier día de estos veremos a los hijos del ciervo muerto o herido como beneficiarios del percance. Usted atropella a un ciervo, lo mata y la indemnización va para su familia o para la manada o para un pariente reno que tiene en Canadá. Tiempo al tiempo.

De modo que, señores que mandan y legislan, habrá que hacer algo. Proteger la fauna salvaje, sí. No hacer burradas con ella, sí. Pero protejan y amparen también a las personas que viven en las zonas afectadas. Paguen los daños pronto y a su justiprecio, sin tantas trabas. De lo contrario, el noroeste de Zamora, y otras cuantas comarcas más, serán un paraíso para los animales pero un infierno para los pocos hombres y mujeres que vayan quedando.