Reconozco los innegables atractivos con que nos subyuga la naturaleza: la esbeltez de los palmerales, el garabato de las cigüeñas sobre los campanarios, la monocorde serenata de los grillos, la piel rayada del tigre que por la jungla misteriosa, bajo el sol o la cambiante luna, va cumpliendo su rutina de amor, de ocio y de muerte? Sin embargo, también me declaro rendido admirador de la fauna y flora soñadas por los hombres que hibernan expectantes en los silenciosos anaqueles de las bibliotecas, de las florestas de tinta habitadas por seres inquietantes que hallamos en las páginas de escritores como Jorge Luis Borges, Álvaro Cunqueiro, Torrente Ballester o los autores de misceláneas de los siglos XVI y XVII.

Allí encontraremos al Ave Fénix, pájaro de las hechuras del águila, con plumas doradas y carmesíes, que, tras una vida en extremo longeva, renace de sus propias cenizas; al Goofus Bird, ave que construye su nido al revés y vuela para atrás, porque no le importa adónde va, sino dónde estuvo; a las plantas filoglósicas, que, tomadas en infusión, conseguían que no fueran devoradas por el negro olvido las palabras arábigas o hebraicas que necesitaban conservar frescas en su memoria los trujamanes de la Escuela de Traductores de Toledo; a las criaturas de los espejos, condenadas a repetir servilmente los rostros y acciones de los hombres, hasta que logren rebelarse, romper las barreras de vidrio o de metal e invadir nuestro mundo?

Allí nos toparemos con seres de lo más sorprendente como los monoscelos, que tienen una sola pierna, pero ello no les impide ser de extraordinaria ligereza y atrapar veloces animales a la carrera, y la verdad es que sacan gran rendimiento a su solitario y anchuroso pie, pues, cuando el sol aprieta, se echan en el suelo y se protegen de sus inmisericordes rayos alzándolo a modo de sombrilla. Y no nos asombrarán menos unos habitantes de Escitia o Tartaria, que poseen una boca tan diminuta que no pueden alimentarse con ella, por lo que proceden a preparar inmensas ollas donde cuecen grandes pedazos de carne y otras sustancias de fundamento para saciarse oliendo las vaharadas que levantan sus hervores, o los cinocéfalos, seres con cara de perro y patas con pezuña de buey, que mueren poco a poco, como a plazos, primero un pie, luego una mano, hasta que paulatinamente se les va yendo la vida.

Pues bien, resulta que en nuestras conversaciones cotidianas se han colado de rondón muchos de estos engendros (algunos con más peligro que un miura) incluso para nombrar los objetos más humildes. Así, denominamos grifo a la llave que abre o cierra el paso del agua en recuerdo de un animal mitológico, cuya parte superior es un águila gigante y la inferior un león de minúscula cola y parece ser que ello es así porque, en muchas ocasiones, tales seres de naturaleza híbrida remataban el caño de las fuentes y servían como pétreas gárgolas, de boca inquietante, por donde todavía se vierten en sonora catarata las lluvias de los tejados de iglesias y catedrales.

En este mismo sentido, ponerse como un basilisco aún hoy se dice de quien está sumamente enojado, de quien fulmina con los ojos, lo mismo que la legendaria serpiente que mataba con la mirada, pudría los frutos y envenenaba las aguas al abrevar en ellas, si bien podía perecer si oía el canto del gallo o miraba su propia imagen reflejada en el espejo. Asimismo, de una persona reservada y enigmática se dice que es una esfinge, recordando la famosa de Tebas, con rostro y brazos de mujer, cuerpo de león y alas de ave, que no se andaba con chiquitas y devoraba a los que no acertaban a dilucidar la famosa adivinanza resuelta por Edipo para desgracia, a la postre, de él y de sus familiares. Por otra parte, de quien se afana en cumplir un proyecto inalcanzable se afirma que busca una quimera, en alusión a otro monstruo, de naturaleza mixta, imposible de hallar, pues vomitaba fuego y tenía cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón.

Y ya que me he detenido hasta ahora en criaturas terrestres y aéreas, me voy a centrar en adelante en las criaturas acuáticas. Por ejemplo, en la actualidad decimos que es una rémora a alguien que constituye un obstáculo o impedimento para lograr un objetivo, en referencia a un pez que, no obstante sus reducidas dimensiones, según los antiguos, era capaz de inmovilizar las naves, sin que sirvieran para contrarrestar sus fuerzas ni los ímpetus de los vientos, ni la potencia de los remeros ni la braveza de las corrientes.

Y vayamos con las sirenas, instrumentos acústicos inventados en 1819 por el físico francés Charles Cagniard de la Tour que los bautizó de esa guisa en remembranza de las sirenas odiseicas, que, con su canto, atraían irresistiblemente a los marineros hasta provocar que sus naos encallaran y sirvieran para saciar su voraz apetito, ya que quedaban embobados y faltos de juicio, víctimas del embrujo de sus canciones melodiosas y enhechizantes.

Los griegos las imaginaban con cara de mujer y garras y alas de aves, pero, con el tiempo, se fue imponiendo la imagen de joven hermosa de luengos cabellos, atractivos pechos femeninos y escamosa cola de pez, y hasta se cuentan amores entre estos seres híbridos y aguerridos caballeros. Por ejemplo, Valle-Inclán y Álvaro Cunqueiro relatan que el paladín francés Roldán engendró en una sirena un niño, que, ya adulto, matrimonió con una rapaza gallega y dio origen a las familias galaicas de Padin, Mariño de Lobeira y Goyanes. Según don Álvaro, la mujer marina vino a parir a la playa de Arosa y encomendó a su criatura a las gentes que acudieron a los arenales, quizás atraídas irremisiblemente por su canto. Era un gran experto Cunqueiro en sirenas de todas las latitudes, y de él me llegó la noticia de que quien bebe leche de sirena índica tiene sueños eróticos con la mujer que elija durante varios días seguidos, con la particularidad de que también le corresponde a su vez la fémina teniéndolos con el amante soñador en idéntico grado de desinhibida desvergüenza.

¡Qué fascinación emana de las sirenas y qué misterio encerraría su canto proverbial, tan mágico como aquel que entonaba el marinero del romance del conde Arnaldos, que solo enseñaba a quien iba con él en su nave de seda, plata, oro y ensueño!