Nos ha cogido a todos por sorpresa. Dentro de 16 días, concretamente el próximo 28 de este mismo mes, Benedicto XVI dejará de ser papa para volver a ser, simplemente Joseph Ratzinger. Sus más allegados dicen que la renuncia del santo padre se vislumbraba. A sus 85 años, los achaques han comenzado a mermar de alguna manera las facultades físicas de este extraordinario teólogo e intelectual al que le gusta escribir y reflexionar sobre la doctrina, hasta el punto de decidir renunciar «por falta de fuerzas» que no por enfermedad como se ha venido barajando desde el momento en que se conoció la noticia.

Se me antoja toda una lección, todo un ejemplo que debieran imitar nuestros gobernantes en particular y el resto de gobernantes del mundo en general. Nadie se va cuando ocupa un cargo, aunque sea de baja importancia o importancia menor. Sin embargo el jefe del Estado Vaticano, que lo es también de la Iglesia católica, se va sin estridencias, sin más ruido que el que mediáticamente se ha organizado, con sencillez y con humildad. Se retirará, superado el proceso de «sede vacante», a un monasterio de clausura dentro del Vaticano.

Estamos ante una renuncia histórica, ante una renuncia desconocida en los tiempos modernos. Tampoco es la primera. Anteriormente otros pontífices renunciaron al ministerio papal. Clemente I, Ponciano, Celestino V, Benedicto IX y Gregorio XII, antecedieron en la renuncia a Benedicto XVI. Una renuncia ejemplar. El papa no abdica como los reyes al igual que no dimite como los políticos. El papa renuncia, y Benedicto XVI lo ha hecho de una forma honesta y cuando las fuerzas parecen no asistirle, mostrando su coherencia con su manera de ser.

A lo mejor es verdad que Benedicto XVI ha sido un papa de transición. Pero nadie le puede negar todo lo que ha hecho a lo largo de estos casi ocho años, que se cumplirían el 19 de abril. Bien cierto es que su Pontificado ha estado marcado por importantes retos como: el papel de la mujer, el celibato, la libertad sexual, el aborto, la globalización, la creciente descatolización del mundo, la crisis teológica, el diálogo con las otras religiones, la alarmante falta de vocaciones sacerdotales, la hegemonía creciente del islamismo en África y Asia y el avance de la Iglesia evangelista en América Latina, donde ha captado a más de 24 millones de católicos.

En el momento actual la Iglesia se encuentra en una situación complicada con multitud de retos que exigen, sobre todo a la más alta jerarquía de la Iglesia, dosis de creatividad, una valentía más que necesaria y mucho esfuerzo, lo que en verdad no necesita es un arrojo absurdo y titánico. Con una situación delicada de salud se puede ser un ejemplo de santidad pero no se puede responder a todas las exigencias del momento que necesitan además de un ejemplo de vida, una capacidad de Gobierno, de análisis, de estudio, de investigación, de trabajo duro y de síntesis. Benedicto XVI sabe que no es imprescindible, y aunque no existe una hoja de ruta establecida para el relevo, su decisión permite pasar el testigo a otro papa más joven y con el necesario vigor. No tardaremos en conocer su identidad. Todo apunta a que el cónclave para elegir sucesor se celebrará en marzo, antes de Semana Santa. La próxima fumata blanca nos sacará de dudas.