Hasta el más lerdo entendería perfectamente la metáfora: unos varean el árbol y otros recogen las nueces. Consecuencia del cruel vareo etarra fue el exilio forzado de numerosos ciudadanos vascos que para escapar de peligros y amenazas, tuvieron que abandonar patria chica, familiares, vecindad, amigos, trabajo y costumbres; en inadmisible paradoja, un país que fachendoso presume de estado de derecho, se mostraba incapaz de garantizar y defender derechos fundamentales de millares de hombres y mujeres; hubo un tiempo en que ni en las fraternas tierras de acogida, se sentían absolutamente seguros porque hasta allí llegaba el rencor persecutorio. Se pretendía crear en Euskadi una realidad concreta, distinta, y estorbaban los que no comulgaban con el proyecto nacionalista que en ausencia de los exiliados, se ha ido desarrollando hasta el extremo conocido de todos. Ahora, por su cuenta y según propia conveniencia, ETA ha decidido suspender -¿definitivamente?- la acción terrorista; pero no ha mostrado arrepentimiento del vareo causante de tantas muertes y desolación, ni parece dispuesta a renunciar a ningún logro; etarras y afines aprovechados se quedarán con las nueces.

Durante muchos años, vascos de nación -y de ejercicio a pesar de la ausencia- no han podido ejercer a favor de su pueblo el derecho al voto, imprescindible en todo estado verdaderamente democrático. Es evidente que se había roto un sistema; un deber elemental de justicia exige la purificación de la fórmula para que no se pierdan votos ni se defraude al cuerpo electoral; parece obligado restituir al voto su carácter universal como derecho inalienable de ciudadanos libres. Porque se ha denunciado con frecuencia la falta -al menos aparente- de libertad real, la actitud miedosa de ciertos votantes en algunos colegios electorales del País Vasco. Ahora ETA y sus fieles y aprovechados compinches pueden demostrar fehacientemente la sinceridad de su decisión de abandonar el estruendo de los criminales atentados, y tomar la senda silenciosa y pacífica de la política democrática que, aunque pudiera parecerle raro, también es fructífera si se ejerce de buena fe y con limpieza. ¿Sería posible probarlo? Pocos lo creerán, dadas las declaraciones insultantes, irracionales y desafiantes del irrecuperable batasuno Arnaldo Otegi, «hombre de paz» tan real y esperanzador como la Alianza de Civilizaciones: ¡Hay pronosticadores con un tino...! Ciertamente no les resultaría rentable un consultorio de pronosticadores y sibilas en la tele.

La cosa es que el partido de Rajoy, de momento firme en el Poder, ha tenido la ocurrencia de reconocer, si las Cortes lo aprueban, el derecho a votar en el País Vasco y Navarra a los exiliados a causa de las amenazas de ETA. Un largo y difícil recorrido espera a la justificada iniciativa, hasta verse realizada. Pero la polémica ha surgido pronta y arriscada, casi antes de conocerse bien el propósito del Gobierno. El mundo nacionalista rechaza con radicalidad sin fisuras la propuesta pepera: no acepta que la legalidad conforme un censo electoral en sustitución del impuesto estos años gracias al terrorismo etarra. Es lógico que piensen de tal manera porque es de suponer que el voto de los exiliados habría impedido extremos de la política vasca tan lamentables como la apabullante llegada de batasunos y afines a la administración pública. El PSOE, una vez más con las variaciones del Tiro-Liro. Considera un deber de justicia conceder el voto a los exiliados vascos; pero argumenta suspicaz con presuntas intenciones electorales del PP. Buscad primero la justicia, se nos dijo; para los políticos, lo primero es el voto; aunque no haya para pan, aunque la crisis nos hunda más cada día.