Si hay algo que me revuelve las tripas sobre el resto de las cosas, es la violencia y explotación sexual de las mujeres. Si hay algo que me empuja al odio, a la defensa a dentelladas de los niños, es su explotación laboral.

Por eso, desde hace años, hay una marca de ropa que jamás compro. Desde que me enteré de que, en la confección de sus prendas, utilizaba a pequeños y pequeñas que apenas tenían fuerza para sostener la aguja y el dedal.

Ahora me entero de la amarga noticia de que algunas empresas que suministran elementos al gigante informático Apple, utilizan a niños de trece años, a los que esclavizan con interminables jornadas laborales de dieciséis horas para pagarles una miseria.

La denuncia, hecha por un programa de radio americano, da escalofríos. Porque para que Apple tenga enormes márgenes comerciales, tienen que machacar a los más indefensos. Lo dramático es que no se puede hacer nada, porque esos niños son asiáticos.

No se puede llegar a la competitividad y desarrollo económico por la vía de la masacre humana. Creo que las normativas, en un mundo globalizado, deberían unificarse para impedir estos crímenes contra la humanidad.

A veces da la impresión de que la globalización, para lo único que ha servido, es para que los países desarrollados exploten de forma obscena a los trabajadores de los países en vías de desarrollo. Nada más. Porque llevan trabajo basura en vez de dignidad.

En nuestras inoperantes manos tenemos la posibilidad de pararle los pies a estas compañías explotadoras. Ya lo hicimos una vez con la marca Nike, que sufrió un durísimo golpe por recibir denuncias por usar a niños en la fabricación de su producto.

A veces el ser humano somos tan tontos que pensamos que la solidaridad es hacer lo que a mí me convenga y al resto que les vayan dando. Y no es así. Sé que todo lo que se diga es predicar en el desierto, pero tengo la esperanza de que, algún día, las marcas que comercian con la vida de los niños sufran en sus carnes el desprecio y la ruina.

Benetton, la marca italiana de los anuncios escandalosos, se vio envuelta en un feo asunto. Unos niños turcos cosían prendas para el gigante de la provocación. Afortunadamente se vio obligada a retirarle la licencia a la fábrica turca que explotaba a los menores.

La lista de explotadores sería interminable. Adidas jugó este sucio partido con sus balones y su ropa deportiva. Cerró las fábricas europeas, caras y con personal solvente, para ir a la barata Asia. Fue acusada de que, al menos de forma indirecta, se veía implicada en casos de explotación infantil. Se vio abocada a ir con su música balompédica a Marruecos.

Lamentablemente no son mejores algunas empresas españolas que han sido acusadas del mismo feo comercio humano. Nombres de enorme prestigio están en el ojo del huracán, al haber sido denunciadas por servirse de industrias que violan los derechos humanos de las mujeres y los niños para abaratar sus productos.

Pero nosotros somos sus cómplices. A nosotros solo nos interesa nuestro bolsillo. Ahora, acuciados por la crisis, tenemos que acudir a establecimientos donde regalan las cosas porque están hechas con la sangre de los niños. Pero a nosotros esa sangre nos resbala. Nos queda muy lejos.

Cada año se descubren sótanos clandestinos en la misma España donde se hacinan niños y mujeres trabajando en condiciones infrahumanas. Pero a nosotros, eso, nos suena a chino.

delfin_rod@hotmail.com