Ya constituye una auténtica fiesta social el día de San Valentín y curiosamente se ha consolidado como tal cuando el enamoramiento está llegando a su punto más bajo en la caída, según parece imparable, de los valores del amor, cuya reconquista habrá que procurar y que con todos sus defectos, resulta más válido que las aventuras creativas de la cama redonda o del todo vale.

Cupido, cansado de andar por el mundo con la venda en los ojos y disparando flechas al azar, ha desaparecido. A pesar de los buenos resultados, posiblemente siempre a costa de la parte más débil, ha tirado la venda, ha dejado colgados en un manzano el arco y el carcaj con las flechas y se ha decidido a actualizar sus milenarios métodos. Y ahora, armado de cuchillo y armas de fuego, dispara y ataca, según parece con fuerza y con ganas a aquellos que no han entendido que el Día del Amor es el día de las esencias más valiosas de los seres humanos, las más pacientes, las más sólidas, las que han permitido no sólo una convivencia armónica, íntima y valiosísima, como lo demuestran los ejemplos de quienes a esa relación amorosa aportaron a la humanidad valores de los que hoy disfrutamos y hemos heredado como auténticos logros del mundo racional.

Ya no hay noviazgos, esa licenciatura del amor en la que a veces no basta con el título, como se demuestra en el día a día de la vida, pero era la prueba de fuego que había que pasar, el examen que decía, siempre o casi siempre, el que seguiría adelante.

El novio y la novia ya no existen, han desaparecido del vocabulario. Ya sólo quedan como símbolo en el folclore popular y en los recuerdos de los setentones para arriba. La frase de "somos novios" ya no se lleva: es una antigualla, ya ni siquiera para las abuelas.

Hoy lo que priva es la aventura, la improvisación como fórmula y como sistema. Recuerdo un editorial de un semanario de los años cuarenta que hacía un comentario sobre la improvisación, asegurando que era uno de los pecados sociales más corrientes en nuestra patria entonces. Si bien es cierto que en algún momento el genio, la preparación y el oficio te juega una mala pasada y hay que

improvisar, momento en el que una licenciatura bien hecha te saca del apuro. Y ante esta oleada de improvisaciones y de aventuras, de dónde se van a sacar fuerzas, ingenio o soluciones si no es de los métodos y fórmulas que estamos leyendo aterrados cada día.

Bendita improvisación con los ojos cerrados cuando Cupido dispara su flecha y nos taladra de parte a parte. Esas improvisaciones son las que valen, pero es que Cupido es el Dios del Amor, del amor en toda su integridad, con todas sus posibilidades y debilidades, pero es amor y cuando Cupido no anda por medio, sólo los jueces y los tanatorios nos pueden explicar y dar soluciones: ya lo estamos viendo.

Ante esta oleada de improvisaciones y de peste del amor falso o impuro, y visto que parece imponerse, lo mejor es implantar de manera oficial el Día del Desamor, hacer un concurso a nivel nacional y elegir la fecha, el símbolo y a la vista de lo que se ve en el día a día, que los expertos en cuestiones laborales y de orden social señalen ese día para que se celebre aunque sólo sea con una comida amarga aderezada con hieles, acíbar y pelos de bruja que entre los peñascales de granito de Sayago se usan como barómetro para detectar el temporal que se avecina. Eso de los pelos de bruja es también un símbolo, porque hasta las Celestinas están en el paro. Y lo sentimos por ellas, ¡son tan mayores las pobres! Estamos esperando al nuevo Fernando de Rojas que les devuelva a la actualidad de la literatura y el amor.