En reciente "Canela fina", Luis María Ansón afirma que los españoles "tienen derecho a saber si sus ministros son masones". La frase viene a cuento de unas declaraciones del presidente de la Gran Logia de España, Joseph Corominas i Busquetta. Este importante jerarca ha desvelado que ocho ministros del Gobierno de Rodríguez Zapatero pertenecen a la masonería, y el periodista académico pide los nombres a la Moncloa. Podría hacer la pertinente pregunta en el Congreso la oposición, apunta. ¿Quién haría la pregunta? La presidenta de la Gran Logia Simbólica Española, la zamorana -a mucha honra- Ascensión Tejerina declaró, precisamente a "La Razón", que hay masones en el PSOE y en el PP. O sea que el preguntante estaría obligado a descubrir antes su obediencia. "Ser masón no constituye delito ni desdoro" apunta Ansón. Coincide Ascensión Tejerina: "En España, desde 1978 nos hemos comprometido a vivir en una sociedad abierta?". Lo dice en su réplica al artículo donde me atreví a comentar sus declaraciones a " La Razón". Le debía al menos la cortesía de un acuse de recibo; perdone el retraso debido a que llegó tarde el recorte. Por ello me siento obligado a complementar la cortesía con un breve comentario, aunque tenga por norma no entrar en polémicas por temor a restar espacio a otros temas más acuciantes para el director de la publicación.

La verdad es que la réplica se limita a las generales de la obra, como solían resumir los antiguos críticos de teatro. Es conocido el carácter filantrópico de la masonería como sociedad de ayuda mutua entre sus miembros. Nunca se ha definido como un partido, pero es innegable que profesa una ideología política y religiosa con fuertes dosis de racionalismo, naturalismo y liberalismo; de liberal presume Ascensión Tejerina la cual reconoce a la masonería actividad ética y filosófica pero no política. La reducción resta importancia a su historia; no hay que ser tan humildes y negar la decisiva influencia de las logias en acontecimientos trascendentales; Independencia de América, movimientos revolucionarios en la España del XIX, Primera República y Segunda República que, en opinión de más de un historiador, debe su creación a la masonería; se le ha atribuido hasta la trama del Motín de Esquilache, dadas sus conexiones con la Ilustración. Se ha detectado su influencia en la agonizante Constitución europea y en los avances del laicismo. No está bien limitar su crónica a un solo capítulo, el del franquismo. En 1738, la masonería fue condenada por la Santa Sede que a lo largo de los años, ha multiplicado los anatemas y hasta el día de hoy tiene prohibida a los católicos la pertenencia a sociedades masónicas. Cuando uno se declara enemigo no debe esperar trato de amigo. Es notorio que la masonería combatió contra el Alzamiento del 18 de Julio de 1936, aunque entre los militares sublevados había más de un masón. En Santa Cruz de Tenerife, se dio un caso muy singular: un soldadito que luego sería compañero mío en la Escuela de Periodismo, entró por su cuenta y razón en el edificio de la masonería y se llevó un saco de fichas y papeles, que metió bajo su cama de la pensión. Se entero el comandante y le pidió explicaciones: "Lo hice para que no desaparecieran". La verdad es que los archivos no se toman a cañonazos.

Volviendo al tema de la discusión, reconocemos como cierta la advertencia de Ascensión Tejerina: "desde 1978 vivimos en una sociedad abierta ". ¿Qué hace una asociación secreta en una sociedad abierta? La pregunta no es caprichosa ni encierra malicia. En el artículo anterior se me ocurrió poner como ejemplo a don Manuel Azaña porque quiso que su iniciación en la masonería se desarrollara como un acto social con asistencia numerosa.

También lo cita Ansón: Amando Hurtado, Soberano Gran Inspector del grado 33, se muestra contra el secretismo en su libro "Nosotros, los masones". Pues que convoque ZP: "A mí los ministros masones y las ministras masonas". El tema está de moda. De los masones trata el último éxito editorial del historiador César Vidal; como bien suponen, "totaliter aliter" comparado con el libro de Amando Hurtado. El Soberano Gran Inspector publica una larga lista de notables masones, muertos. ¿Por qué no tributar el mismo honor a los vivos? Es curioso observar que todos los seleccionados de la lista por Ansón figuran en la toponimia madrileña. No he visto relacionados dos famosos alcaldes del Madrid republicano: Pedro Rico, cuyo retrato cuelga en el Ayuntamiento, tiene calle dedicada; y Rafael Salazar Alonso que abandonó la masonería y en los primeros días de la guerra civil, fue juzgado, condenado no condonado, y pasado por las armas junto a la leñera de la Cárcel Modelo. Ni cuelga su retrato en la galería de alcaldes ni está escrito su nombre en el callejero. Dirán que aquellos eran otros tiempos.