“Yo nací detrás del arado, lo mío siempre ha sido el campo, aunque me han inquietado otras cosas”. Apenas ha pasado un año desde la última conversación de este diario con Wenefrido de Dios, Uve o We, que todo lo admitía. Hasta tan imposible nombre, salido del santoral del 3 de noviembre de 1925, cuando vio la luz el distinguido labriego fallecido la tarde del sábado camino de los 96 años, en su cama, sereno y rodeado de los suyos.

Cuenta su hijo, el periodista Luis Miguel de Dios, que indagando en la rareza con la que fue bautizado el padre, encontró un calendario por casa donde relacionaba el día con Santa Wenefrida. “Seguro que mi abuelo pilló el nombre y no se anduvo con más” contaba ayer emocionado en la despedida. “A la que sí arreglaron del todo fue a una prima mía. Nada menos que Erótida, sin culpa alguna. Para suavizar un poco la cosa, la llamamos Eroti” confió una vez Wenefrido con la chispa y llaneza que le distinguía.

Hábil con la pluma y culto, durante años escribió las relaciones al gallo

Un rato de conversación con Uve era tiempo ganado, era nutrirse de una sabiduría que no sale de otra Universidad que la de la propia vida. Y saltaba de la guerra a la posguerra y de ahí a la democracia, y al Mercado Común, de la sementera a la siega, y de las mulas al tractor. Con Wenefrido se va una generación irrepetible, ya al borde de la extinción, que cabalgó desde una agricultura casi romana a la mecanización, tan asombrosa como despiadada con tantos hijos que salieron de los pueblos en busca de otras oportunidades. Era la generación del sacrificio, del trabajo duro en el campo, la de los resistentes que se quedaron e hincaron el lomo para que los hijos sacaran la carrera y volaran lejos del terruño. “Con mi padre se va una época” resumía Luis Miguel de Dios.

Cultivó una amistad con Miguel Delibes, quien se nutrió de sus saberes agrarios

Wenefrido estaba orgulloso de su obra. Para el recuerdo, la colección de aperos con los que sudó la gota gorda y que mostraba orgulloso como el legado más puro de su origen labriego. Un oficio admirado por el escritor Miguel Delibes, quien se nutrió de la sabiduría de este sencillo agricultor para escribir una serie de artículos sobre el progreso de la agricultura.

Los cien años del nacimiento de Delibes permitieron rescatar la fascinante correspondencia que estableció Wenefrido de Dios con el escritor universal. Conociendo al primero e intuyendo las empatías del vallisoletano se puede llegar a entender el afecto mutuo que se profesaron.

Fue la generación de los resistentes, que sacrificaron todo para que sus hijos estudiaran

El anciano relataba esa relación con la misma naturalidad que evocaba las cenas con la cuadrilla de amigos o las visitas en su casa de doctos de toda condición seducidos por su rica conversación. Uve de Dios gustaba de esos ratos, disfrutaba alternando con unos y otros, con sus vinos en las mañanas de feria en Fuentesaúco o una buena corrida de toros. Los últimos años, consciente de sus limitaciones, prefirió la intimidad de su casa, entre sus libros y los suyos.

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Pues, más allá de su oficio, este hijo de Guarrate cultivaba un amor a la literatura que comenzó desde niño. También a la pluma. Durante años Uve escribió cientos de relaciones al gallo, memorables relatos que ya forman parte de la historia de esa ancestral fiesta. ¿De dónde le viene ese gusto por la escritura?. “Un tío mío estrenó con éxito un monólogo para un buen teatro de Madrid” contaba ufano.

Wenefrido de Dios López era un ejemplo de labradores que llevaron a gala y ejercieron con orgullo el oficio heredado de generaciones. Ayer fue despedido por sus tres hijos, sus nietos, vecinos. Deja un imborrable recuerdo.